Guido Pella, uno de los héroes de la Copa Davis: el viaje a los 14 años que le cambió la vida, la confesión de Del Potro y el aura de Federer
Guido Pella acaba de retirarse. A los 33 años y después de 16 temporadas como profesional, en las que vivió las más emocionantes experiencias (agradables, ingratas, extremas). Ganó un título ATP, en San Pablo 2019, tras haber perdido cuatro finales, desmoralizarse y creer que dejaría las raquetas sin poder lograrlo. Fue número 20 del mundo (en agosto de 2019) y cuartofinalista en Wimbledon (ese mismo año). Pero, sobre todo, podrá ufanarse eternamente de ser uno de los héroes argentinos de la Copa Davis. El bahiense fue el único jugador presente en las cuatro series (de visitante) de la campaña al título. La Ensaladera fue el trofeo embrujado, el que a la Argentina se le negó durante 93 años, hasta que el 27 de noviembre de 2016, en Croacia, se terminó la pesadilla. Y Guido estuvo allí, dentro de un cuarteto bordado en hilo dorado, completado por Juan Martín del Potro, Federico Delbonis y Leonardo Mayer, capitaneado por Daniel Orsanic.
“Todavía me siento jugador. Siento que si ahora voy a entrenar, puedo hacerlo con cualquiera; es como que todavía tengo ese resto de tenista que me va a durar un par de semanas y meses. La del retiro es una decisión que, obviamente, trae sus dudas porque lo hice desde tan chiquito…, pero lo pude cerrar bien”, revela Pella, durante su visita a la redacción de LA NACION. No llegó solo: lo hizo con la réplica de la Copa Davis que la Federación Internacional les obsequia a los campeones, con una raqueta y un pin de The Last 8 Club (El club de los últimos 8), el distintivo que lo acredita de por vida como miembro exclusivo del All England por haber sido cuartofinalista de Wimbledon.
-¿Ese chico de 14 años que se tomó un micro desde Bahía Blanca rumbo a la Ciudad de Buenos Aires soñaba con tanto?
-Fueron muchas las decisiones que hicieron que yo esté ahora en esta posición y que no esté debajo de un puente tomando y fumando cualquier cosa, porque llegué a una pensión en Parque Chacabuco y, si bien teníamos una contención de la señora dueña de la casa, nosotros hacíamos lo que queríamos. Tuve la inteligencia suficiente para rodearme de las personas que siempre me marcaron un camino correcto y más allá de que siempre tuve dudas o me desvié del camino profesional, pude tomar buenas decisiones.
-¿Cómo viviste el abrupto cambio de vivir lejos de tu familia?
-Ahora que lo veo con 33 años y que soy padre [NdR: en julio del año pasado nació Arianna, la hija de Guido y la modelo Stephanie Demner] no puedo ni imaginar lo que sintieron mi papá (Carlos) y mi mamá (Charo) al dejar a su hijo más grande en un colectivo. Yo estaba en la terminal, veo que llega el micro y ahí se me cayó el mundo; no me había ido nunca de mi casa solo. Ahí algo se rompió y me tuve que hacer por las malas. No había ido nunca a Retiro. Llegué y había 150 millones de personas, todos a un ritmo al que yo no estaba acostumbrado. Fue un cambio enorme y estuve bastante tiempo para acostumbrarme. Durante muchos años a Buenos Aires la odié; ahora para mí es la ciudad más linda del mundo, pero sufrí el cambio.
-¿Cuánto tiempo tardaste en acomodarte y convencerte de que querías luchar por ser profesional?
-No recuerdo una vez que haya dicho: ‘Esto es lo que quiero hacer’. Se fue dando por circunstancias de la vida, porque tampoco me quedó otra. Era eso o volverme a mi casa a estudiar. Cuando pasaron los meses la empecé a pasar mejor. Empecé a disfrutar un poco más. No fue fácil viajar todos los días una hora de ida y una de vuelta al entrenamiento; en Bahía iba caminando a entrenarme. Allá hacía de todo: iba a inglés, al colegio, al tenis, al básquet. Y de repente, en Buenos Aires tenía dos horas de viaje diarios. Tenía un celular con el que sólo podía mandar mensajes de texto y recibir llamadas. Para un chico de 15 años, que estaba acostumbrado a otro estilo de vida, fue durísimo.
-¿Se te pasó por la cabeza volver a Bahía Blanca?
-Desde el momento que llegué tuve a Fabián Blengino, que fue el entrenador con el que terminé mi carrera. Él siempre fue como un papá para mí, se encargó de que la pasara lo mejor posible, pero yo sentía como que había algo que no quería soltar. Ese chico de Bahía Blanca no quería soltar a sus amigos del curso. Le dije a mi mamá: “Quiero volver”. Sé que fueron muy duros en el sentido de decirme que me volvía al otro día si quería, pero que supiera que al tenis no podía jugar más. En ese momento me hizo pensar y si hay algo de lo que yo estaba convencido era de que no iba a ir a la universidad y que mi vida no iba a pasar por el estudio. No ser exitoso en el tenis no era una opción para mí.
-Alguna vez contaste que subestimaste el tenis.
-Sí. Fue así. A los 16 años, en los torneos de la etapa Cosat [Confederación Sudamericana de Tenis], ganaba 6-2 y 6-2, 6-3 y 6-3…, voy a la gira de Europa, me encuentro con un chiquito búlgaro, un año menor que yo, que se llamaba..., Grigor Dimitrov (actual 20° del mundo; 3° en 2017). Era la futura estrella del tenis. Yo lo veía en los torneos, salía con todas las mujeres, de a dos, de a tres, no entrenaba nunca, jugamos una vez en contra y regaló del primero al último game…, y yo dije: “Si este pibe va a ser la futura estrella del tenis, sale con cuatro mujeres, no entrena y lo siguen bancando, ¿por qué no lo voy a hacer yo?” [sonríe]. No llegué a salir con cuatro mujeres, eso no pasó. Pero dije: “Voy a bajar el pie del acelerador”. De esa gira gané cuatro de cinco torneos. Entonces, pensé que el tenis lo podía hacer con comodidad.
De Bahía Blanca a la gran Ciudad: la difícil adaptación
-Y te chocaste…
-Sí. Apenas pasé al profesionalismo. No pasaron ni dos meses que dije: “No pude haber estado más equivocado”. Entraba en la cancha y me estaba costando mucho. Ya no tenía Roland Garros junior, la ropita hermosa, ni nada de eso. Tuve que salir a ganarme, realmente, los puntos; y ahí fue donde empecé a sufrir demasiado, más que nada por conductas que me llevaron a no competir bien. Subestimé mucho el tenis porque se me había hecho relativamente fácil.
-¿Ese fue un buen aprendizaje?
-El más grande de mi vida y aplica en todo. Por más que creas que estás ganando la batalla, silenciosamente la vas a pagar. Y te va a costar un montón, porque estás generando hábitos de entrenamiento que no son los correctos. Por ahí llevás meses o años llevando esa misma rutina y después no es fácil cambiar.
Admiración infinita por Federer
-¿Qué tan perjudicial puede ser el deporte de alto rendimiento?
-Particularmente tuve, no sé si es virtud o trabajo, la suerte de no lesionarme gravemente. Tuve y tengo problemas en la rodilla, me empecé a quedar duro de la espalda, pero en comparación con lo que sufrió Mayer con la espalda o Juan Martín (Del Potro) con la muñeca y la rodilla, fui un afortunado. Y eso me permitió entrar en una cancha pensando que no había un horizonte de lesiones. De hecho, nunca me acalambré; ni un game. Eso va generando que tu cerebro se relaje. Porque si vas a un quinto set y tenés un problema de espalda, es imposible no pensarlo y quedarte duro. Fui muy afortunado.
-Sin embargo, en tu primera experiencia en Wimbledon, en 2013, saliste de la cancha en camilla…
-No lo quiero ni recordar. El dolor más increíble del mundo. Mi primer Wimbledon. Había decidido hacer mi primera gira completa en pasto, me fui a jugar en Queen’s y en Eastbourne. Había tenido dos experiencias horribles. Llego a Wimbledon, iba dos sets a cero abajo [vs. el canadiense Jesse Levine], yo gritándole de todo a mi entrenador, diciéndole que esa superficie no la quería ver más, pero empiezo a levantar, llegamos al quinto set, me abre una pelota y cuando quiero volver me juega un contrapié y una pierna se me abre y no pude controlarla. Sentí el ruido como de una tela que se rompía. Pero como no había sentido dolor pensé que se me había roto el short. Pero empecé a sentir un fuego increíble, no podía pararme ni moverme. Mi cuerpo entró como en un estado de… Vino la camilla, me tuvieron que levantar como si estuviera muerto, estuve como dos horas y pico con la pierna flexionada porque no podía moverme. Me inyectan algo, de a poco me empecé a mover, me hicieron un estudio y salió un desgarro de 6 centímetros. Una venda y me mandaron a Argentina, en muletas.
-Pensar que allí, seis años después, llegaste a los cuartos de final.
-Fue raro porque desde 2013 hasta 2019 fueron años de intentar. En 2016 me tocó debutar contra Federer. Wimbledon es completamente distinto a todos los otros torneos: jugás mucho mejor que en otros lugares. Es muy difícil no sentir la pelota porque la cancha es increíble, no hace mucho calor ni frío, no hay viento. Cuando jugás en la cancha central, que por suerte pude hacerlo más de una vez, te llevan desde el vestuario de los que están entre los 32 preclasificados, que es distinto al del resto de los mortales, que es arriba. Obviamente yo venía desde arriba. Y tenés un pasillito que bordea un lugar de otro planeta que tiene el trofeo de Wimbledon, cuadros con los ganadores y mucha gente muy bien arreglada y vestida, miembros del All England. En un momento te dicen: “Esperen acá”. Tenés la puerta de frente, hablan con los de la televisión, dan el ok y entran los dos jugadores juntos. Cuando empezamos a jugar me sentí bien. Empecé a jugar como no había podido hacerlo nunca. Perdí 7-6 (5), 7-6 (3) y 6-3, no tuve set points, pero sentí que estuve en partido siempre. Uno nota cómo estuvo el partido por el festejo del rival. Si tenés un partido relajado, no decís nada. Y cuando pierdo lo veo a Roger con un festejo bastante efusivo para una primera ronda, mirando a su equipo. Y dije: “Lo debo haber hecho sentir incómodo, esto me tiene que servir”.
-¿Confiabas en tener semejante actuación en Wimbledon algunos años después?
-Siempre sentí que tenía que estar más arriba en el ranking, con algún resultado mejor. Había tenido finales de ATP, pero no había podido coronar una semana más fuerte. Pero cuando gané el torneo de San Pablo sentí que mi vida había cambiado completamente. Me saqué una mochila enorme, me saqué fantasmas. Y me convencí de que en Wimbledon podía hacer algo. Sabía que era un torneo para aprovechar y más saliendo preclasificado. Cambió rápidamente cuando salió el cuadro, donde eran todos potenciales rivales sacadores [Kevin Anderson, Milos Raonic] y con títulos en pasto o finales de Wimbledon. Jugué de menor a mayor. Me sentí muy bien.
-Te enfrentaste dos veces con Federer: en Wimbledon 2016 y Stuttgart 2018. ¿Cómo lo describirías?
-Fue el único que genera algo en el ambiente cuando aparece. No pasa ni con Nadal ni con Djokovic. En el gimnasio, en el vestuario, en el comedor. Entra Roger y no pasa desapercibido. Nunca. Yo trato de separar. El mejor de la historia es Djokovic, para mí, por un tema estadístico, ranking, historia. Pero Federer es tenis, es todo, es la elegancia, es el respeto, la humildad, el saber cómo declarar, el cómo moverse dentro y fuera de la cancha, el sentir que no es humano. Federer es como que no hace esfuerzo de nada. No necesita gritar, ni festejar, ni transpirar. Parece que no se mueve. Es una cualidad muy grande que también la tenía Nalbandian. Es mentira que no se movía: anticipaba un montón, que es distinto a no moverse. Tener la habilidad de saber hacia dónde va la pelota no la tienen muchos jugadores. Ese poco desgaste en la cancha genera una vida útil mucho mayor. Una economía de movimientos pocas veces vista. Lo que Federer ha generado en el deporte no lo hizo nadie.
-Antes de 2016, la Argentina había perdido cuatro finales de Copa Davis. ¿Qué virtudes tuvo aquel equipo?
-Yo tuve una experiencia espectacular y mucha suerte de ganarla el primer año que jugué la competencia. Fue un equipo que estuvo muy unido, con el privilegio de que ese año Juan Martín decidió volver y bancamos su regreso, porque desde que jugó en Italia [en los cuartos de final] no estaba en su mejor nivel por una lógica falta de partidos, me tocó jugar el dobles con él con solo una semana de entrenamientos y no éramos especialistas.
Las virtudes del campeón
-En aquella serie en Pesaro, que ganaron 3-1, Del Potro volvió a la Davis después de cuatro años. ¿Cómo lo notaste en esos días?
-Creo que para él debe haber sido difícil, pero desde el primer momento se sintió contenido por el cuerpo técnico y por los jugadores. Estaba Leo Mayer, que es amigo de él. Fede Delbonis, que tiene una excelente relación. Pico Mónaco, que lo había visto nacer en Tandil. A mí no me conocía, pero había jugadores que no lo iban a cuestionar. Todos hicimos el esfuerzo de entender lo que tenía que hacer, cada uno se bancó lo que tenía que bancarse.
-Todos aportaron para el objetivo: ganar la Copa.
-Lo hablé con Orsa después. Cuando él me dijo que no iba a jugar en la final con Croacia me sentí muy mal, porque sentía que estaba súper preparado, pero entendí el momento y uno respeta las decisiones del capitán. Salió bien. Todos los que jugaron hicieron un trabajo increíble durante todo el año. Todos hicimos un esfuerzo enorme y lo valoro muchísimo, porque creo que no ha pasado en la historia de la Argentina y el equipo va a quedar en el recuerdo de la gente, que tuvo la humildad para decir: “Vamos por un objetivo en común”.
-Tras vencer a Gran Bretaña en las semifinales, tuvieron una reunión y Del Potro habló sobre los errores que se habían cometido en la conflictiva final de 2008 y lo que no debían repetir para ser campeones.
-Sí. La comunicación que teníamos hizo que el equipo fuera para adelante siempre. Una clave muy importante fue que nunca pensamos: “Che, vamos a ganar la Copa Davis”. Siempre fue paso a paso, y creo que siempre lo entendimos desde ese lado. Y esa reunión fue muy buena, porque hablar con alguien que tuvo experiencias previas te suma. Él dijo lo que había pasado, por dónde creía que era el camino y todos fuimos por esa línea. El único que había tenido experiencias en finales era él. Después de esa semifinal noté que algo había cambiado en él. Es como que hizo su misión de vida, dejó de lado los objetivos del circuito, se preparó de una manera espectacular. Tuve una conversación con él en el avión, a la vuelta, y me dijo: “Tengo que prepararme para jugar los tres partidos. Yo tengo la responsabilidad”. Tenía una relación muy fluida con él. Cuando escuché eso, dije: “Tenemos al as de espadas preparado. Tenemos una oportunidad muy grande y no podemos quedarnos con las manos vacías”.
-¿Cómo vivieron la semana final en Zagreb?
-Fue… Fue muy difícil. Después, la celebración, fue increíble. Pero los días previos no los pasamos bien. Mucho nerviosismo. Estábamos acostumbrados a jugar con la gente, siempre estaba la hinchada de la Davis, pero ahora estábamos recibiendo noticias desde Argentina de que iban a venir 15 mil, 16 mil, 17 mil personas. Y el día del partido, en el estadio gigante, había argentinos por todos lados. Dijimos: “No se nos puede escapar”. Hicimos todo bien. Cada uno hizo lo que tenía que hacer. El tema es que del otro lado teníamos al mejor Cilic de su historia; a Ivan Dodig, un top ten de dobles; a Karlovic, que sacando era un animal. Entonces decíamos: “¿Cómo hacemos?”. Era una parada brava. Además, la croata es una de esas nacionalidades muy patrióticas, pasionales; no les da lo mismo jugar para su país. Ellos sentían una responsabilidad más grande que nosotros. Y sentimos que al ser dos selecciones parejas podíamos usar la presión como una ventaja.
Me acuerdo de que el sábado a la noche, estando 2-1 abajo, fuimos a ver a Diego [Maradona] en su habitación. Tenía un aura especial. Verlo fue motivo para recargar energías y apoyarse en una leyenda del deporte que se había bancado cosas grosas. Esa charla que tuvimos, que fue muy cortita, nos llenó de ilusión. Obviamente, cuando al otro día Juan Martín estaba dos sets a cero abajo con Cilic empezamos a dudar. No porque no pudiera ganar, sino porque Cilic estaba jugando… Me acuerdo del punto del quiebre, que fue una Gran Willy ganada, y ahí dijimos: “Bueno, cambió”. El tenis es así, es un punto. Me acuerdo de la cara de Fede (Delbonis) cuando se dio cuenta de que tenía que entrar al quinto punto. Y jugó el mejor partido de su vida, como si estuviera en un Future, pero era el quinto punto de la final. Fue increíble.
Maradona y la celebración en Croacia
-¿Qué sentís cada vez que vez la réplica de la Davis?
-Deportivamente, todo. Representa la unión que tuvo ese equipo y todo el esfuerzo que hicimos a través de nuestras carreras.
La performance de Pella en la campaña del título de la Davis 2016. En la 1a. ronda, en el 3-2 ante Polonia, en Gdansk, venció a Michał Przysiężny: 6-1, 6-4 y 7-6. En los cuartos de final, en el 3-1 ante Italia, en Pesaro, ganó el dobles (junto con Del Potro) ante Fabio Fognini/Paolo Lorenzi: 6-1, 7-6, 3-6, 3-6 y 6-4. Y en las semifinales (3-2 vs. Gran Bretaña, en Glasgow), ganó el segundo punto frente a Kyle Edmund (6-7, 6-4, 6-3 y 6-2) y perdió el cuarto frente a Andy Murray (6-3, 6-2 y 6-3).
-¿Y a partir de ahora? ¿Qué planes tenés?
-Por más que lo quiera negar, lo mejor que sé hacer es con el tenis. Puedo aportar desde mi experiencia. Como coach, no; me retiré para no viajar. Quizás, en el futuro, estaría en el equipo de la Copa Davis, no sé si como capitán o qué… En Argentina, no solo en el tenis, sino como país, se necesita tener un proyecto a largo plazo, que no se desarme, armar un proyecto a diez o quince años y que no se salga de ese foco para generar una base de jugadores y reglas de convivencia. Creo que, como deporte, necesitamos decir: “Basta de diferencias”. Estoy cansado de ver eso y me encantaría tratar de hacer algo por el tenis.
-¿Te involucrarías en la dirigencia deportiva?
-Es que voy a terminar haciendo algo de eso. El tema es que uno puede empezar el camino, pero necesita gente que realmente quiera ese mismo cambio y que se produzcan cambios a largo plazo.
-Si en el futuro tu hija te dice “papá, quiero ser tenista...”, ¿qué le dirías?
-Y bueno..., que va a ser difícil. Yo admiro mucho a las tenistas mujeres porque tienen pocos torneos, hay pocos entrenadores que se especialicen y entrenen mujeres, se tienen que ir mucho tiempo afuera. Lo viví con mi hermana [Catalina Pella; 173° de WTA en 2016], así que conozco de primera mano lo que tiene que hacer una mujer para jugar bien al tenis. Pero si juega bien la voy a apoyar. Tengo miedo de que juegue bien [sonríe].