Guayaquil se ha convertido en el corazón de la violencia por drogas de América Latina
No hace mucho tiempo, hace apenas unos años, el Gobierno de Ecuador presumía de su victoria en su lucha por frenar el crimen violento. Entre 2011 y 2017, la tasa de homicidios pasó de 15 asesinatos por cada 100.000 personas a cinco. Sin embargo, la realidad hoy en día es mucho más oscura, con Guayaquil, su ciudad más poblada, en el centro de esta ola de violencia alimentada por las drogas.
Esta urbe se ha convertido en la capital del crimen del país. Un lugar en el que la vida no vale nada y donde una bala perdida de los enfrentamientos entre las pandillas puede acabar con los sueños y esperanzas de cualquiera.
Tal y como cuenta Crisis Group. Ecuador vive una marea de narcoviolencia debido a factores como la proximidad del país a los principales productores de cocaína, la economía dolarizada, la corrupción de las instituciones y el impacto del coronavirus. La unión de todas estas circunstancias ha provocado que la violencia criminal forme parte de la rutina, pese a que en los últimos años se le veía como uno de los países más seguros de América Latina.
Pero rápidamente los delitos violentos se han ido apoderando del país y los homicidios se han multiplicado. Si entre 2020 y 2021 crecieron un 180%, ya 2022 se cerró con la cifra más alta de la historia, produciéndose unos 4.500 (tasa de 25,32 por cada 100.000 habitantes), asociados a las luchas entre las pandillas por el control del territorio. Los coches bomba, las decapitaciones o los cadáveres colgados de los puentes son parte habitual de las noticias.
Hay un lugar señalado dentro de esta espiral de violencia y crimen. Es Guasmo, un barrio de clase trabajadora al sur de Guayaquil que se encuentra muy cerca del puerto. Aquí sus residentes apenas tienen acceso a la educación, carecen de instalaciones sanitarias o de agua potable. Las posibilidades de trabajar son reducidas y las pandillas desde hace algún tiempo campan a sus anchas. Los jóvenes, desesperados, recurren a trabajos relacionados con las drogas. Un cóctel, el de pobreza y adicción, que es muy peligroso.
A los traficantes muchas veces se les paga con cocaína, mientras que la falta de oportunidades laborales y el mucho tiempo muerto hacen que aumente el consumo de drogas. Una bolsita de cocaína sale por unos dos dólares, mientras que 25 gramos cuestan unos 60 dólares. De esta manera, muchos jóvenes terminan muertos o en la cárcel. Y es que los residentes del barrio han aprendido que sobrevivir día a día no es una tarea fácil.
Las cárceles, en poder de las pandillas
Las cárceles están jugando un papel importante en la violencia, ya que son el centro de operaciones de estas pandillas. Una prisión de Guayaquil, La Peni, tiene 12 pabellones y cada uno de ellos se encuentra supuestamente bajo la protección de un grupo criminal. Los reclusos realizan contrabando con armas, drogas o teléfonos móviles, con la connivencia de policía y guardias de prisión, tal y como señala Crisis Group.
Muchos de los reclusos arrestados por delitos no violentos relacionados con las drogas han sido blancos fáciles para el reclutamiento forzoso por parte del crimen organizado. Se someten para preservar su integridad física o para poder acceder a bienes de primera necesidad que de otra forma no podrían tener.
Así, los capos van creando una red de seguridad que les mantiene protegidos y pueden seguir operando. De hecho, instituciones internacionales señalan que hay unos niveles de corrupción y violencia sin precedentes que obedecen al abandono del sistema penitenciario por parte del Estado. Ante esta situación, los asesinatos en prisión también han crecido exponencialmente en los últimos años.
Y es que las cárceles sirven como refugio seguro para los jefes de la mafia que se rodean de secuaces y se sienten protegidos de las guerras territoriales que se producen fuera de los muros de la prisión.
Guayaquil se ha sumido en una espiral de la que es muy difícil salir. La violencia lo impregna todo, mientras que la cifra de víctimas no deja de crecer.
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