George Santos, excongresista caído en desgracia, sigue queriendo tu atención

El representante republicano por Nueva York George Santos abandona el tribunal federal de Central Islip, Nueva York, el 10 de mayo de 2023. (Johnny Milano/The New York Times)
El representante republicano por Nueva York George Santos abandona el tribunal federal de Central Islip, Nueva York, el 10 de mayo de 2023. (Johnny Milano/The New York Times)

NUEVA YORK – “Sean amables conmigo, por favor”, suplicaba George Santos a un grupo de periodistas medio borrachos y medio aburridos. “¡Me puse mis zapatos brillantes!”.

El lunes por la noche, él y sus deslumbrantes tenis Ferragamo estaban de pie junto a un piano de media cola en el centro de un diminuto bar de la calle 56 Oeste, en el centro de Manhattan. Una mezcla de reporteros sensacionalistas, influentes y operadores republicanos de bajo nivel habían acudido a una fiesta organizada por él. Al parecer, era para brindar por el lanzamiento de su pódcast, de nombre “Pants on Fire With George Santos”.

¿Sí se acuerdan de George Santos, verdad?

Fue más o menos por estas fechas el año pasado cuando su efímera carrera como congresista del estado de Nueva York (como joven latino gay y además republicano) voló por los aires espectacularmente tras quedar al descubierto como un mentiroso de proporciones épicas, casi literarias. Mintió sobre cosas grandes y pequeñas, estúpidas y serias. Hubo mentiras sobre dinero y experiencia profesional y títulos universitarios y sobre travestirse. Mentiras sobre ascendencia judía, el 11 de septiembre, un tiroteo en un club nocturno gay, una producción de Broadway de “El Hombre Araña” y una organización benéfica de mascotas. Mintió sobre el voleibol.

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Se puede decir que fue una gran historia, una farsa sobre la verdad y la desvergüenza y los límites de la ridiculez partidista en la vida y la política estadounidenses en (lo que entonces se creía que era) la vida después de Donald Trump. Los directores de los periódicos asignaron equipos enteros de reporteros para cubrirlo a él y para investigar sus engaños. Grandes periodistas de revistas y presentadores de televisión suplicaron entrevistas y acceso. El frenesí mediático llegó a tal punto que Santos fue comparado, aunque fuera irónicamente, con la princesa Diana en muchos memes virales (hasta “Saturday Night Live” hizo una broma al respecto). Y entonces, todo acabó con su expulsión del Congreso. Pronto nos olvidamos del tema, como siempre.

Y allí estaba, un año más tarde, en aquel pequeño local cerca de Times Square, tan solo tratando de lograr que los medios hablaran un poco de él como en los viejos tiempos.

“Creo que la última vez que vimos un frenesí mediático internacional como ése fue con Lady Di”, dijo. “No me estoy comparando con la princesa Diana. Tan solo digo la verdad”. Pero, como dijo Holly Golightly, los reflectores pueden tener ciertos matices que pueden destrozar el cutis de una chica. “Bueno, no si sabes dejar de estar bajo los reflectores y sacarle provecho ”, dijo, señalando un anuncio de su pódcast que se había colocado en el interior del bar.

En agosto, Santos, de 36 años, se declaró culpable de fraude electrónico y usurpación de identidad con agravantes, y confesó todo tipo de tramas. “Dejé que mi ambición me nublara el juicio”, declaró ante el juez aquel día. Su sentencia está prevista para el 7 de febrero, y la mayoría de los invitados a su fiesta del lunes dijeron que creían que pronto estaría tras las rejas, aunque nadie parecía estar seguro de por cuánto tiempo (se enfrenta a un mínimo de dos años). Cuando se le preguntó si estaba nervioso por ir a la cárcel, respondió: “Claro que estoy nervioso. Es un gran problema. No quiero ir a la cárcel. Hay tantas cosas que estoy esperando que sucedan, así que, en definitiva, es algo estresante”.

Una de sus primeras amigas en los medios de comunicación fue la periodista Skye Ostreicher, a quien conoció cuando ella cubría la política local para City & State. El lunes ella estuvo junto a la barra y dijo que sin duda visitaría a su amigo en prisión. “Le dije que le llevaría delineador de ojos o cualquier producto de belleza que quisiera que le llevara a escondidas”, dijo riendo.

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También había un joven al que Santos presentó como su marido desde hacía tres años. “Mi marido ficticio”, dijo Santos mofándose. “¿Recuerdan que nadie creía que existiera?”. Parecía que aún le dolían ciertos aspectos de la cobertura mediática de la que fue objeto, pues era capaz de recitar frases concretas de artículos de revistas de hace un año sobre él que no le gustaron en su momento ni tampoco ahora.

Había allí al menos tres reporteros del New York Post, así como un escritor llamado Zak Stone que había sido enviado por la revista Butt, una publicación gay bianual impresa en papel rosa. Vestido con un suéter Balenciaga muy holgado y unos pantalones negros anchos que dijo haber comprado en la ciudad china de Cantón, Stone parecía un poco fuera de lugar entre el desaliñado grupo de tabloides. “Escuché el primer episodio del pódcast; estaba bien”, dijo. “Tengo curiosidad por saber cómo van a continuar haciéndolo si está en la cárcel”.

En el bar, Santos dijo que el invitado soñado de su pódcast sería Trump. Pero luego hizo una pausa y pensó un momento. “Bueno, ¿saben qué? Déjenme darles algo mejor que eso”, dijo. “Quiero entrevistar a Gisele Bündchen”.

Un joven se sentó al piano y empezó a tocar “Linus y Lucy” de “La Navidad de Charlie Brown” mientras Santos recorría la sala, parándose a charlar con cada invitado. Todo parecía tener un cierto aire de fiesta de despedida.

¿En algún momento echa de menos toda la atención que alguna vez acaparó? “No es que me gustara la atención”, dijo Santos. “Entendía la atención. E intenté aprovecharla lo mejor que pude”.

c.2024 The New York Times Company