Ganar su confianza para combatir las adicciones

Si tienes cierta edad, seguramente recuerdas cuando en las conversaciones familiares se decía que –“afortunadamente”— México era un lugar de paso y no de consumo de drogas.

Aunque ese tiempo ya pasó, tal vez para algunas personas sea una sorpresa que hoy en día las drogas son omnipresentes en la sociedad mexicana. Si eres menor de cuarenta, sin embargo, probablemente estés familiarizado(a) con la oferta constante de estupefacientes que encuentras en todas partes: en reuniones caseras, en centros de espectáculos, en universidades, en la vía pública. Yo mismo te puedo contar que, en una semana cualquiera, alguien que se dedica a estudiar el sistema judicial –y con posgrados en la materia— me ofreció metanfetaminas de diseño y que, dos días después, presencié la rivalidad –pacífica y comercial, afortunadamente— de narcomenudistas de dos carteles distintos en un evento de tecno que se llevó a cabo en un recinto ubicado en contraesquina del Senado de la República. Reitero: en una semana cualquiera.

Podrías pensar que esto sólo pasa en la Ciudad de México y en las ciudades fronterizas o aduaneras, pero tendrías que omitir lo frecuente que es encontrar venta de cocaína en los baños de los antros de varias ciudades turísticas del país, el flujo casi infinito de estimulantes que rodea a quienes se dedican al transporte de valores y de mercancías, así como la oferta comercializada y dirigida de todas las clases de drogas por carteles y células con modelos empresariales de subcontratación.

El problema de las adicciones ya no es un tema de disponibilidad –como fraudulentamente nos quisieron hacer creer los corifeos de la fallida guerra contra las drogas—, sino un asunto educativo y de salud pública. Ya no se trata de que “las drogas no lleguen a tus hijos”. ¡Ya llegaron! La cuestión ahora es cómo evitamos que las adicciones destruyan la capacidad de niños, niñas y jóvenes (NNJ) para controlar su destino, para ser felices y para ejercer su derecho a aprender.

La angustia, el dolor y las adicciones

En respuesta a esta realidad y a la crisis del fentanilo, el presidente de la República anunció la semana pasada una campaña en la que se otorgará orientación sobre el daño que causan las drogas a estudiantes de secundaria y preparatoria de todo el país. Pese a que investigaciones recientes señalan que esta acción podría tener el efecto esperado, su éxito depende de que se lleve a cabo con una teoría sólida de la intervención, con la coordinación de autoridades educativas, docentes y tutores, así como con la formación continua de quienes impartirán los cursos de concientización, cosas que sabemos que las autoridades educativas no llevan a cabo eficazmente. A esto se añade, además, que hay una crisis de consumo de drogas producida por el confinamiento de la pandemia cuyas causas no están siendo atendidas.

De acuerdo con el Population Council México, a raíz de la pandemia el consumo de mariguana se incrementó 17 % en el grupo de las y los jóvenes de 15 a 24 años, mientras que en esa misma cohorte el consumo de drogas duras se incrementó 15 % y el de alcohol en 14 %. Como podrás imaginar, esto no sólo se debió a la cantidad de tiempo disponible, sino al agravamiento del estado anímico de las y los adolescentes debido al confinamiento, la muerte de un familiar o la ansiedad producto de una amenaza existencial.

Otros factores que predisponen a NNJ a lo que se conoce como “consumo de alto riesgo” de drogas son el abuso sexual en la infancia, bajos niveles de desempeño escolar y problemas de salud mental. En esta constelación de factores de riesgo, la escuela interviene de forma estelar, pues es un contexto en el que se pueden detectar y gestionar estas fuerzas emocionales. Lamentablemente, México sigue sin contar con una estrategia articulada para atender los problemas socioemocionales de NNJ desde las escuelas, una de las principales vías de prevención de las adicciones y del consumo de alto riesgo de drogas.

¿Hasta dónde llegarán las consecuencias de este consumo riesgoso o adictivo de drogas? Uno de los primeros efectos puede ser el abandono escolar. El cúmulo de investigaciones contemporáneas confirman la existencia de una fuerte relación entre el abandono escolar y el uso de alcohol, tabaco y drogas. Seguimos sin saber si las y los jóvenes que dejan la escuela comienzan a usar sustancias, si quienes usan sustancias abandonan la escuela, o si tanto el abuso de sustancias como el abandono escolar son consecuencia de un tercer fenómeno. Lo más probable es que las tres cosas sucedan, y es por ello que una de las prioridades tanto de padres o madres de familia como de las autoridades educativas debería ser conocer la opinión, la situación y las emociones de niños, niñas y jóvenes en torno a su vida diaria antes que en torno a las drogas.

El estándar de oro de la prevención

La Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene una excelente guía sobre qué clase de intervenciones funcionan y qué clase no cuando se trata de prevenir el consumo de drogas a través del sistema educativo. Los niños, niñas y adolescentes de hoy son personas informadas, por lo que los acercamientos moralizantes no surten efecto en ellas y ellos, salvo tal vez darles risa. Lo que funciona, de acuerdo con la OMS, es ofrecer información adecuada al contexto, involucrar a las y los estudiantes en la creación de los mensajes, crear experiencias interactivas y ajustar las expectativas sobre el consumo. A los niños, niñas y jóvenes, al igual que los adultos, no les gusta ser manipulados: si se les educa para detectar esta manipulación por parte de quienes se benefician del mercado de las drogas, esto puede tener un efecto protector.

Hoy más que nunca es importante comprender que, para que niños, niñas y jóvenes puedan ejercer su derecho a aprender sin la incapacitante experiencia de tener adicciones, es fundamental ganar su confianza.

* Antonio Villalpando Acuña (@avillalpandoa) es investigador en Mexicanos Primero.