Fernández Noroña, el político de los mil pleitos que sueña con ser el sucesor de AMLO

Gerardo Fernández Noroña | FOTO ARCHIVO: MOISÉS PABLO /CUARTOSCURO.COM
Gerardo Fernández Noroña | FOTO ARCHIVO: MOISÉS PABLO /CUARTOSCURO.COM

Es difícil coincidir en estos tiempos. La multicitada polarización que ha encapsulado la conversación nacional no deja lugar para fisuras. Pero todavía hay unos escasos puntos de acuerdo. Por ejemplo, Gerardo Fernández Noroña. ¿Cómo? Sí, aunque suene difícil de creer (como dice el programa), el diputado y sus aspiraciones presidenciales representan un punto de convergencia en la maltrecha deliberación pública: nadie lo toma en serio.

La oposición, por descontado, ve en él un ejemplo perfecto de todo lo que puede ser condenable. Si la izquierda electoral aspira al balance y al diálogo, siempre existe la rijosidad de Noroña para convertir cualquier evento en una batalla campal —metafórica y literalmente—. Siguiendo el precepto del "si van a opinar que sea faltándose el respeto", don Gerardo tiene muy claro que los gritos, las maldiciones y demás recursos primigenios son innegociables cuando se trata de hacer política.

El asunto aquí es que ni siquiera sus propios "compañeros" lo ven con buenos ojos. Como ese tío que en la cena navideña hace sentir incómodos a todos con sus chistes, Noroña es visto en Morena como un mal necesario, un tipo al que conviene tener cerca, como aliado y no como enemigo. Y ya. Por eso, internamente las voces del partido en el gobierno piden restarle luces al experimentado político. Los gritos de "¡Presidente, presidente" que recibió en su visita a Tlaxcala no pueden sino ser vistos con recelo por los morenistas de cepa.

En ese sentido, la afiliación de Fernández Noroña al proyecto de la 4T supuso una alianza estratégica y nada más. Porque, cabe recordar, él está afiliado al Partido del Trabajo (PT) y a nadie le gustaría que cambie de partido solo para optar por el mayor cargo público de su vida. Eso casi no pasa en Morena (guiño, guiño). Pero soñar es gratis y él lo sabe. Por eso se ve a sí mismo con buenos ojos para darle continuidad a la transformación emprendida por López Obrador. Dicho sea de paso, el presidente en ningún momento ha mencionado a Noroña como posible sucesor. Sus tres corcholatas gozan de plenitud y, si alguien lo dudaba, ya fungen como candidatos desde ahora, muy convencidos de que la bandera partidista les dará acceso a la banda.

Sin embargo, se sabe, para Noroña no hay obstáculos insuperables. Si puede convertir el Congreso en un ring para hacer frente a Muñoz Ledo o pelear con policías en vía pública, el siguiente nivel no puede ser otro: desafiar los designios del líder, como ya lo ha hecho al criticar la omnipotencia con la que el presidente ha seleccionado a sus gallos. Contra eso peleará Noroña si en verdad quiere ser candidato: contra la lógica.

Aunque, a decir verdad, Fernández Noroña cuenta con una sólida base de fanáticos que defienden, impulsan y visualizan la agenda que él llevaría a Palacio Nacional (supongamos) en caso de hacerse con la presidencia en dos años. Y, desde luego, al diputado esos fans lo hacen muy feliz porque le dan la pauta para adelantar algunas de sus medidas estelares. Por ejemplo, procesar a todos los expresidentes desde Salinas hasta Peña Nieto. Incluso hay quien dice que no hay político más idóneo para proseguir con el proyecto de López Obrador.

Nadie puede dudar que Fernández Noroña es un personaje pintoresco en la política mexicana. No lo sabemos, pero quizá se le eche de menos en unos cuantos años, cuando al fin decida dejar de vivir del presupuesto público. Pero hay que separar la comedia de la realidad. Ya tenemos suficiente de bufones y bravucones. Y eso lo entienden todos. Por eso oposición y oficialistas se dan la mano siempre que Gerardo Fernández Noroña aparece en el horizonte: no hay que tomarlo en serio. Dense la mano y a lo que sigue.

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