¿Entender el comportamiento para combatir la corrupción?

En muchos lados se ha dicho (y se sigue diciendo) que la corrupción es un fenómeno complejo, multifacético y que esto justifica la dificultad de su estudio y, por ende, de su combate. No obstante, esta “complejidad” debería ser una oportunidad para hacer uso de distintas disciplinas para estudiarla y un ejemplo de ello es la economía del comportamiento.

La economía del comportamiento es una disciplina que retoma elementos de la psicología, la sociología y la economía, con el objetivo de comprender cómo las personas tomamos decisiones, teniendo como premisa que no siempre actuamos de manera racional, sino que somos presas de diferentes sesgos. Al tratar de entender los factores psicológicos y sociales que influyen en la toma de decisiones, esta disciplina pretende ofrecer evidencia de cómo se genera este proceso y cómo se puede influir en él.

Entonces, ¿qué podría ofrecer la economía del comportamiento al combate a la corrupción? Una primera respuesta son aproximaciones y entendimiento sobre el comportamiento corrupto, es decir, entender cuáles son los elementos que las personas toman en cuenta cuando deciden ser parte (o no) de un acto de corrupción. Y de manera más amplia, se puede generar evidencia sobre preceptos del comportamiento que funcionen como insumo para políticas públicas.

A nivel internacional esto no es nada nuevo. Por ejemplo, un estudio señala que, cuando las personas conocen que hay más auditorías, tienden a hacer un mejor uso de los recursos públicos. También se ha encontrado que los recordatorios morales (ej. recordar los diez mandamientos) empuja a las personas hacia patrones de comportamiento honestos e, incluso, investigaciones que han estudiado cómo influye el género en un acto de soborno han encontrado que este tipo de actos son más constantes cuando el sobornado es hombre.

Con esta disciplina las posibilidades son amplias. Imaginemos que un estudio encuentra que en aquellas organizaciones con esquemas de salud mental para sus integrantes se denuncian los actos de corrupción en mayor medida, o bien, que instalar cámaras (aunque sean falsas) puede disminuir el soborno dentro de una organización (esto solo por dar algunos ejemplos).

En México la realidad es diferente, poco se fomentan los estudios de economía del comportamiento para combatir la corrupción y por ende, tampoco se retoma esta disciplina para generar políticas públicas anticorrupción. Parece que lo que prima en este país son las estrategias basadas en intuiciones y no en evidencia.

Desde mi punto de vista, el término “complejo” no debería llevarnos al conformismo ni mucho menos a la inacción. Al contrario, debería demandar diferentes esfuerzos para entender la corrupción y justo ahí entra la economía del comportamiento para ver el panorama desde la concepción del acto corrupto, conociendo el juicio individual, el proceso de toma de decisiones y, con ello, generar estrategias anticorrupción basadas en evidencia. Está claro que no es un proceso fácil, pero si nos seguimos escudando bajo el argumento de que es un “fenómeno complejo” y no utilizamos nuevos enfoques, seguiremos teniendo los mismos resultados.

* Héctor Tirado (@hectorttirado) es investigador en Ethos Innovación en Políticas (@EthosInnovacion).