Elizabeth García Vilchis y el absurdo 'pecado' que indignó a Calderón: su bolsa de 4,000 pesos

Elizabeth García Vilchis en una conferencia de prensa. (Julián López/Getty Images)
Elizabeth García Vilchis en una conferencia de prensa. (Julián López/Getty Images)

Elizabeth García Vilchis, la titular de la afamada sección ¿Quién es quien en las mentiras?, metió la pata por partida doble este fin de semana. En primer lugar, ella y su esposo se saltaron la fila en las honrosas elecciones de Morena que acabaron como usted vio en todos lados. Pero eso no bastó. Además de esa descortesía tan propia de niños de primaria, apareció con un bolso Bimba y Lola. En redes le reprocharon el pecado de inmediato, faltaba más. La crítica alcanzó mayor eco porque Felipe Calderón, célebre tuitero que algún día ejerció como presidente del país, cuestionó a la funcionaria por su derroche. ¿Y la austeridad?

Como sucede con tantos asuntos, el sexenio de López Obrador es un bucle infinito. Esta discusión se recicla periódicamente. Todavía no llegábamos al 1 de diciembre de 2018 cuando la boda de César Yáñez, colaborador cercano a AMLO que entonces no tenía cargo público, indignó a medio país y puso a la defensiva a la otra mitad: si lo hacen los nuestros, el derroche no tiene nada de malo. Desde siempre estuvo claro: gestos, miradas, camisas, zapatos, bolsas, celulares, tuits. Todo estaría bajo la lupa.

Si la policía omnipresente de la que habló Orwell es real, no necesariamente tenemos que ejemplificarla con redes sociales, vigilancia digital y algoritmos. Todos somos esa policía. No necesitamos que nos espíen: ya lo hacemos entre nosotros y con una eficacia que nos pondría en la mira de los reclutadores de esas agencias que hemos visto en tantas series y películas.

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-En efecto, camarada, trae una bolsa Bimba y Lola.

-Perfecto, trabajo hecho. Subámoslo a Twitter.

En este contexto de apariencias, todos andamos con microscopio en los ojos. Desde luego, la insensibilidad y torpeza de políticos y funcionarios hace casi todo el trabajo. Ya ni siquiera cabe preguntarse cómo pueden ser tan ingenuos para no darse cuenta de lo que traen puesto y lo que provocarán si alguien detecta la ostentación que creyeron insignificante (y siempre habrá alguien). Los detalles están por encima de todo y eso no quiere decir nada bueno. Los detalles, al final, son eso: nimiedades que no tienen efecto sustancial alguno, pero que activan el circo que tanto gusta.

Para oficialistas y críticos es un ganar- casi ganar. Al final, no hay nadie que salga mejor librado que el gobierno y todos sus representantes. Mientras se pierdan horas de debate entre bolsos caros, vestidos de lujo y lo pecaminoso de pasear por una MacStore, lo que en verdad importa seguirá a la sombra. Y así todos están muy cómodos. Los opositores no tienen que esforzarse en idear un plan político de verdad, porque les basta con captar incongruencias para decirle a todo mundo que esos, los honestos hasta la medula, en realidad sienten debilidad por los gustos terrenales que el malvado capitalismo oferta.

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Y la réplica será la misma: que no tiene nada de malo gozar de objetos y lugares caros. Y no, dicen la verdad, no tiene nada de malo. López Obrador quizá diga lo contrario, pero incluso su intransigencia idealista tiene atenuantes. El lujo, como todo para él, es matizable. A unos los convierte en ruines por default. A los suyos, en cambio, el lujo sirve como evidencia máxima de que el cochino dinero no perturba conciencias.

Podríamos decir que García Vilchis cuidará más sus futuros accesorios, pero no será así. Nadie lo hará. Las cartas están echadas y el juego se repite cíclicamente. A los pecadores ya no les importa pecar mientras el cura los absuelva. Y los inconformes seguirán haciendo política desde la comodidad de Twitter con la ilusión de que algún día el árbol se llenará de manzanas por arte de magia. Todos en paz.

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