El reto colosal que le espera a Joe Biden de ser el próximo presidente de Estados Unidos
Reyertas legales aparte, los votos señalan que Joe Biden tendrá el volante de Estados Unidos por los próximos cuatro años. Pero este será uno de los tiempos más retadores que le tocará a mandatario alguno en épocas recientes.
En términos redondos, la mitad de este país tiene cuatro años identificándose con una figura que esgrime y propone valores, acciones y conceptos que están exactamente en el extremo opuesto de las bases fundacionales de Estados Unidos.
Y con un país fracturado, siempre está más cerca la guerra que la prosperidad y el bienestar común.
Apenas horas después de tener los números que indican que Biden ha ganado la Presidencia: ¿cómo hacer para reconectar los fragmentos de una nación que ha perdido la visión unitaria de su propio gentilicio? Además de un acertijo, la respuesta a esta pregunta es un mandato.
El inicio
Puede reconocerse que el ex vicepresidente empezó su trabajo antes de ser electo. Ante el esperable madrugonazo de Trump, que al ver que las tendencias se le venían encima, salió a cantar fraude apresurado y sin mostrar mayores evidencias. Biden se tomó su tiempo.
Salió comenzada la tarde, y dijo, expresamente, que no estaba ahí para cantar victoria por adelantado: una señal de respeto para todo el que no votó por él. Luego dijo que tenía confianza en que saldría ganador al terminar de contarse los votos, y remató, palabras más, palabras menos: será una victoria nuestra y de todos, de los que votaron por mi y de los que no votaron por mi, una victoria de la democracia, porque yo seré Presidente de todos los estadounidenses.
Su primer gesto ha sido el de decirle a sus opuestos que él no será un flanco de confrontación.
Su tono tiene la pausa de su edad y su carácter, pero también la autoridad que sólo su trayectoria le permite. Inmediatamente después vinieron los tuits, explícitos y consecutivos, a confirmar el tono con el que se propone comenzar su mandato.
Varias ideas expresadas en poco caracteres fueron coherentes entre sí: los resultados de las elecciones no los escoge Donald Trump ni tampoco yo, sino que es la voluntad de los estadounidenses; para progresar, tenemos que dejar de tratar a nuestros adversarios como enemigos; cuando esta elección termine, habrá que dejar toda esta dañina retórica atrás; la Presidencia no es una institución de partidos ni de un interés particular, sino una sede de servicio para todos los estadounidenses.
Y lo más promisorio es lo que no está dicho: no se trata de Donald Trump, ni se trata de él. Se trata de la función de un Presidente para con sus ciudadanos.
Aunque no es sencillo, deslastrarse de la discursiva pasional, de conflictos tribales, es fundamental, pero parece una tarea que Biden no tendrá problemas en superar: tiene toda una vida conviviendo con sus oponentes y en lo personal se ha sobrepuesto a las tragedias más indeseables.
El reto es el que sigue: la acción.
Darle la mano al enemigo
No va a ser fácil, por mucho que Biden lo aliente, hacer equipo con todo un mundo, dentro y fuera de las cámaras y las instituciones, con los vecinos, los compañeros, los connacionales con lo que hasta ayer te intercambiaste insultos que parecen no tener regreso: traicionero, apátrida, corrupto, comunista, inmoral, facista.
Pero no queda otro camino.
Joe Biden tiene, como muchos de sus colegas, décadas asistiendo a reuniones bipartidistas. Oponiéndose o enlazando las relaciones con la Casa Blanca, siendo el enlace o una parte de equipos que incluyen a distintos poderes. Como integrador y como opositor, ve con mucha naturalidad convivir con quienes sostienen ideas opuestas. Apoyarlos y acercarles si es pertinente. Confrontarlos, sin que eso signifique ningún trauma
Su ejemplo será fundamental.
Pero eso no es así para las nuevas generaciones. Figuras como Alexandra Ocasio Cortez, por poner un ejemplo del mismo lado demócrata, ven la confrontación política como un fenómeno que se ha tribalizado, y donde la subsistencia de las ideas representa la identidad misma.
Es lo que ha visto. Aquel Estados Unidos en el que un McCain podía apoyar ideas liberales siendo republicano, no ha sido su tiempo. Mucho menos el de Biden, quien tenía las más cordiales relaciones con el partido republicano. Distensionar la disidencia será fundamental, pero es un reto aún más grande, de todos los días, que implica contensión, gestos y oportunidades. Y si desde el poder no se da, tampoco ocurrirá en la ciudadanía, que ha hecho espejo de un tiempo polarizado y de reacciones permanentemente airadas e irracionales.
Un descanso, por favor
Otro paso inicial, perentorio y vital es que la sociedad descanse de la política, de la figura presidencial, del fanatismo partidista. La sociedad estadounidense está intoxicada de posturas, reyertas y posiciones. De recibir decenas de tuiters personales del Presidente en nombre de sus iras. De reacciones iracundas en su contra. De la vida colectiva en general.
Proponer un acuerdo en el que quepamos todos (que ya existe, es la democracia, tal como la pintaron los fundadores) y darle un respiro a los ciudadanos, dejarles transitar sus vidas sin la perturbación absolutista que supone estar en un bando o en el otro, asumiendo que el destino del país se juega en cada decisión.
Los ciudadanos merecen volver a encontrarse en su vida. Participar y discutir colectivamente los asuntos, sin necesidad de invertir 24/7 sus ahincos, como si no hubiesen escogido unos representantes para hacer sus funciones. Las sociedades que se politizan hasta el extremo terminan en histerias colectivas. Sobran los ejemplos, desde la revolución francesa hasta la cubana, pasando por la Alemania Nazi y la revolución popular china.
Que cada quien vuelva a lo suyo. Que el Presidente no se dirija de manera personal e impropiamente todo el día a los asuntos que sólo a él le incumban. Que tolere la oposición, la crítica y la prensa, que entienda que siendo éste un sistema de chequeo de poderes, muchas veces no podrá hacer su voluntad, sino que tendrá que negociar con sus opuestos.
La tolerancia
Y es esa precisamente la gran meta al final del túnel, valga el impreciso símil. Volver a entender que no hay tragedia en disentir. Que el poder no lo tiene un solo hombre ni un solo partido ni una sola rama. Que vivir con los pareceres contrarios de otros es más bien natural, y que en la esencia de este país es más orgánica la diversidad que el sectarismo.
Pero para eso se necesita el ejemplo modélico del poder. Que el Presidente, pero no sólo el Presidente, sino todos los factores de poder, políticos y civiles, empresariales y artísticos y, muy importante, en los medios, deje de calificarse, etiquetarse o incluir y excluirse a cada persona según su afiliación política, sus lealtades, o su apariencia cultural o económica.
Aquella América que le dio refugio a europeos y necesitó a los mexicanos. Que casi tuvo fronteras abiertas con Canadá. Que ha sido la casa de luchadores progresistas de todas las religiones perseguidos por el fanatismo en sus países. Que se abrió a las orientaciones sexuales, los credos políticos y de fe de todo el orbe. Ese tan cacareado país de las oportunidades empieza porque la libertad no sea conculcada por el insulto, el prejuicio y el grito, sino honrado con el saludo y el cariño que merece siempre el distinto que no abusa de la buena intención de los demás.
Romper el espejo
El reto más importante: dejar de mirarse en el espejo, dejar de hablar para la gente que está en la misma burbuja, ir y escuchar a ese estadounidense que no se te parece. Entenderlo e incluirlo, invitarlo, no hacerlo sentir que este país ya no es de ellos.
Esa es una oportunidad brutal sobre todo para los líderes que emerjan del partido republicano, una organización llamada a cuestionarse y reinventarse. Es desde allí donde más posibilidades habrá para visualizar un país distinto, una manera distinta de hacer política.
Pero sin la transformación desde el poder, nada podrá marchar. Este es un país que espera por un liderazgo que vuelva a hacerlo sentir de una sola identidad. Pero no será fácil. Los procesos de polarización dejan a unos negando a otros, y de esa negación depende que se consideren válidos a sí mismos. Desmontar esa creencia será vital.
ps: toda esta quimera estará obstaculizada por la activa cultura de la desinstitucionalización que Trump ha ejercido sobre millones de estadounidenses por cuatro años y que profundizó con sus acusaciones sin evidencias sobre el resultado de las elecciones. Falta saber si seguirá activo en la política y con el mismo rol.