El egoísmo y narcisismo de López Obrador afloran en lo peor de la pandemia en México
El próximo 30 de mayo es la fecha límite para poner fin a la política nacional de sana distancia y de confinamiento para detener los contagios por coronavirus, según propusieron las autoridades sanitarias a finales de abril. Solo que el mortal virus ‘no fue informado’, pues para los primeros días de junio México estará llevando al país a su pico en esta pandemia que desató en el mundo.
El que parece que tampoco fue informado es el presidente Andrés Manuel López Obrador que ya se fastidió de dar vueltas por Palacio Nacional y decidió que la siguiente semana reanudará sus giras. Dice que ya tiene el plan para salir de viaje, asegura que lo hará con mucho cuidado, debido a la situación sanitaria que afecta al país.
El enorme ego del presidente López Obrador le dice, y él lo acepta, que es muy importante ir a “dar el banderazo pare el inicio de la construcción del Tren Maya” y justifica su gira con el argumento de que darán muchos empleos, que es necesario reactivar la economía y “porque necesitamos reiniciar nuestra vida pública e ir hacia la nueva normalidad. Con todos los cuidados”. (El Financiero, 28 de mayo de 2020)
Con los argumentos podemos estar de acuerdo, lo que está fuera de lugar es que el presidente de la república tenga que ir a “dar el banderazo al inicio de una obra” cuando actualmente en México cada día se registra un número alto de muertos.
La gira del presidente López Obrador es un riesgo para muchos. Él dice que a sus actos asistirán un máximo de 50 invitados. No dice que, para que él vaya de viaje, se movilizan cientos de personas que salen de antemano a cada uno de los puntos que visitará, entre los que se cuenta personal de su ayudantía, de organización de giras, del área de comunicación social, producción de televisión para la transmisión de sus conferencias de prensa mañaneras, reporteros, camarógrafos, policías municipales, personal militar que asegura el área y protege sus recorridos, reuniones y hospedaje, más la gente que asiste a verlo, aunque no hayan sido invitada.
Todo eso hace que el presidente corra un riesgo inútil que, en caso de contagio, por pertenecer a un grupo vulnerable por su edad y antecedentes de salud, puede ser grave para el país.
El plan de la gira del presidente iniciará en Cancún, Quintana Roo y terminará en Coatzacoalcos, Veracruz. Viajará en avión de ida y en coche de regreso. Visitará Mérida, Campeche y Villahermosa. En esas ciudades se han registrado numerosos contagios, lo que tiene en sus casas a la población y a la economía en caída libre.
Cuando el presidente López Obrador esté agitando la bandera para iniciar las obras de “su” Tren Maya y lleve a cabo su recorrido por Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco y Veracruz, el semáforo rojo, que obliga al confinamiento, estará vigente en todo el país, todos estaremos obligados a observarlo y respetarlo, menos él que piensa que ya debe salir a hacer lo que más le gusta: hablar frente a grupos que acuden a aplaudir su discurso.
Para muchos en México, el presidente de la república es un ejemplo y por eso su gira por el sureste del país podría ser interpretada como una señal de que el confinamiento y la sana distancia llegaron a su fin y que la “nueva normalidad” llegó y es la que enseña López Obrador con su viaje. La gira presidencial contiene el mensaje del relajamiento que se quiere evitar para impedir que la pandemia se prolongue por meses, con el consecuente incremento de fallecimientos.
Los números no mienten, ahora nos dicen que la pandemia crece y que para que sea “domada” y decline falta mucho tiempo y muertos.
En realidad, no es necesario que López Obrador vaya a dar el banderazo para que inicien las obras del Tren Maya. Algo extraña y eso es lo que lo impulsa a viajar.
Difícilmente se puede detener después de haber recorrido el país por mas de 18 años y ahora, con el presidencialismo como motor, menos.
El estilo personal de gobernar de López Obrador es de propaganda permanente y por eso todos los días impone la agenda al país. Ningún otro actor político puede competir con el control de medios que articuló. No le basta con aparecer todos los días en la mañanera frente a la televisión, también debe cambiar de escenario para que otros lo contemplen “en vivo”, para que lo vean, como él se ve en el espejo. Como antes lo hizo Narciso.
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