Egipto erradicó la hepatitis C y ahora intenta ayudar al resto de África

ACRA, Ghana — Durante siete años, Sulemana Musah invirtió casi todo el dinero que le llegaba en su guerra contra la hepatitis C.

Sus préstamos para estudios de posgrado, el sueldo de su trabajo como profesor de secundaria y el dinero que ganaba vendiendo ñames se destinaron a pruebas y medicamentos para intentar curar el virus que lo debilitaba. Musah, de 27 años, que vive en Acra, la capital de Ghana, dejó a un lado sus sueños de establecer un negocio, construir una casa y casarse.

Reunió el dinero suficiente —900 dólares, la mitad de su salario anual— para comprar un tratamiento de los fármacos que, hace una década, empezaron a revolucionar el tratamiento de la hepatitis C en Estados Unidos y otros países con altos ingresos.

Era el inusual paciente para el que ese tratamiento no era suficiente, así que durante años intentó, sin éxito, ahorrar lo suficiente para otro. “Me quedé esperando a que Dios hiciera un milagro”, relató.

Entonces, en marzo, su médico le dio una noticia extraordinaria: el gobierno ghanés había recibido una donación de medicamentos contra la hepatitis C. Podría recibir el tratamiento sin pagar nada. En pocas semanas, Musah recibió las pastillas. En octubre, un análisis de sangre demostró que por fin se había curado.

Estaba en la ruina, agotado y listo para desempolvar sus ambiciones.

La donación provino de una fuente muy poco probable: Egipto, que hace solo unos años tenía la mayor carga mundial de hepatitis C. Se calcula que una de cada diez personas, cerca de 9 millones de egipcios, estaban infectados de manera crónica. En una campaña de salud pública extraordinaria tanto por su escala como por su éxito, Egipto examinó a toda su población, negoció un acuerdo para obtener fármacos con grandes descuentos y curó a casi todos los infectados.

“Se trata de uno de los mayores logros en la historia de la salud pública”, afirmó John W. Ward, director de la Coalición para la Eliminación Mundial de la Hepatitis del Grupo de Trabajo para la Salud Mundial.

Egipto va camino de ser el primer país en alcanzar el objetivo de la Organización Mundial de la Salud de erradicar la hepatitis C, y está aprovechando esa victoria en una campaña de “diplomacia sanitaria”, comprometiéndose a donar medicamentos y compartir conocimientos especializados, con el objetivo de tratar a un millón de pacientes africanos. Se trata de un gesto inusual en el mundo de la salud mundial, donde la generosidad suele llegar a los países en desarrollo desde las naciones de altos ingresos.

“El gobierno egipcio vio la oportunidad de extender su experiencia más allá de sus fronteras y contribuir a las iniciativas mundiales en materia de salud”, declaró Khaled Ghaffar, ministro egipcio de Sanidad y Población. “Esta diplomacia sanitaria permite a Egipto aprovechar su éxito en el tratamiento de la hepatitis para mayor beneficio de la humanidad, al tiempo que mejora su posición entre la comunidad mundial”.

En todo el mundo, casi 58 millones de personas están infectadas crónicamente por la hepatitis C, según la OMS, y la gran mayoría —50 millones— vive en países de ingresos bajos y medios. Cuatro de cada cinco personas no saben que tienen la enfermedad. Casi 300.000 personas mueren cada año por complicaciones, sobre todo cirrosis y cáncer de hígado.

El virus se transmite sobre todo por vía sanguínea; en los países de ingresos altos, suele propagarse por agujas antihigiénicas utilizadas para inyectarse drogas, mientras que en los países en desarrollo la transmisión se produce con frecuencia en entornos sanitarios, ya sea a través de agujas e instrumentos no esterilizados o en cortes realizados por curanderos tradicionales. Aproximadamente un tercio de las personas curan la infección por sí solas, pero en la mayoría de los casos se vuelve crónica y daña lentamente el hígado con el paso del tiempo.

Sin embargo, pocos países incluyen la enfermedad en sus planes de salud pública o realizan pruebas para conocer el número de personas infectadas. La hepatitis C no ha sido objeto de ningún programa internacional de gran envergadura, como el VIH o la malaria, y ha sido una preocupación tan pequeña en los países de bajos ingresos que los gobiernos rara vez hacen un seguimiento de cuántas personas la padecen, por no hablar de su tratamiento. Hasta este año, tanto en Ghana como en otros países africanos, solo un puñado de personas adineradas recibían tratamiento para la hepatitis C, con fármacos que adquirían de manera privada.

La situación había sido la misma en Egipto hasta 2007. Una campaña de vacunación masiva que comenzó en la década de 1950 y durante veinte años utilizó agujas mal esterilizadas había propagado accidentalmente la hepatitis entre la población. Pocas personas podían permitirse un tratamiento privado. Cuando el gobierno decidió poner en marcha su programa nacional, el virus estaba matando a decenas de miles de personas cada año. Al principio, Egipto utilizaba dos fármacos antiguos que solo curaban a la mitad de quienes se trataban con ellos. Pero en 2013, Gilead Sciences Inc. lanzó al mercado un medicamento antiviral: la primera cura para una infección vírica en la historia de la medicina.

Mientras que en Estados Unidos la empresa cobraba 1000 dólares por su píldora de una vez al día, Egipto negoció comprarla por 10 dólares la píldora y, luego, acordó que las empresas farmacéuticas india y egipcia fabricaran una versión genérica aún más barata a cambio de una regalía. Egipto ha tratado a más de 4 millones de personas y ha reducido la prevalencia de la hepatitis C al 0,4 por ciento.

Otras empresas no tardaron en lanzar más antivirales, que han sido muy eficaces y seguros, y hasta ahora no se han visto afectados por los problemas de resistencia a los medicamentos que suelen afectar a los antivirales.

“Las noticias sobre las drogas solo han sido positivas, el problema es que los países no ponen los medicamentos a disposición de las personas que los necesitan”, aseguró Ward, director de la coalición.

Egipto eligió a Ghana como socio inicial porque está invirtiendo en el desarrollo de la sanidad nacional. Yvonne Ayerki Nartey, médica del Hospital de Enseñanza Cape Coast, se unió a la Coalición para la Eliminación Mundial de la Hepatitis con el fin de elaborar un plan para la nueva respuesta de Ghana. Primero tuvo que averiguar cuántos ghaneses estaban infectados y dónde se encontraban; una campaña nacional de detección descubrió que una de cada veinte personas en el norte del país, una zona donde los índices de pobreza son más elevados y los servicios sanitarios más débiles, tenía hepatitis C. Fue a programas de radio y difundió a través de Facebook y WhatsApp que el tratamiento pronto podría ser accesible.

Los medicamentos estaban en camino desde Egipto, pero el siguiente paso era difícil: mientras que en Estados Unidos un especialista en hígado trataría la hepatitis, Ghana cuenta con menos de veinte hepatólogos. Nartey organizó cursos de formación para médicos en cada distrito.

“La mayoría nunca ha tratado la hepatitis C porque aquí no se da tratamiento”, afirmó.

Para ampliar el programa a toda Ghana, Nartey espera examinar a dos millones de personas con una prueba de antígenos más barata, que cuesta alrededor de un dólar por paciente y, luego, analizar la carga vírica de los 200.000 que prevé que tendrán los anticuerpos, confirmando la infección activa, y acabar con 46.000 pacientes que puedan ser tratados, utilizando el primer tramo de fármacos prometido por Egipto. Su estudio de prevalencia sugiere que quedarán otros 300.000 por tratar.

“Es mucho, pero somos ambiciosos”, aseguró.

Egipto está trabajando para establecer programas paralelos contra la hepatitis C en otros países, como Chad y Sudán.

Al mismo tiempo, Ghana está mejorando la seguridad hematológica y las prácticas de inyección, aprovechando las lecciones de Egipto, y educando a los curanderos tradicionales, lo que reduce la tasa de nuevas infecciones, señaló Ward.

Ward espera que, si Ghana consigue ampliar su programa contra la hepatitis, los países vecinos se animen a poner en marcha los suyos propios.

“Tenemos que conseguir que los países se den cuenta de que los medicamentos existen y son muy eficaces”, comentó. “Deberíamos estar en pie de guerra para eliminar la hepatitis C porque hacerlo es muy factible”.

Musah dijo que, cuando recibió la noticia de que por fin estaba libre del virus, fue como el comienzo de una vida totalmente nueva: se acabó pasar gran parte del día preguntándose cómo podría pagar los medicamentos o las pruebas o si podría hacerlo antes de que el virus acabara con él.

“Ahora, soy libre para planificar un futuro”, concluyó.

c.2023 The New York Times Company