El mundo surrealista de Trump: vive en una realidad paralela en la que actúa como candidato ante sus acólitos
Hace mítines quincenales, opina sobre la actualidad sin las formas de un ex presidente, conmemora fechas por su cuenta, no reconoce a Joe Biden y es seguido por multitudes. Es el delirio viviente de Trump y los trumpistas
En una realidad alternativa, Estados Unidos vive un delirio de carne y hueso, aupado por miles y negador de la realidad. Donald Trump aún no ha reconocido los resultados de las elecciones de noviembre de 2020, se hace llamar Presidente 45 (como si no hubiese dejado el cargo y no hubiese un 46), juega y hace crecer los rumores de que será el candidato republicano de 2024 -no sólo a priori, sino sin haber reconocido que perdió, una enorme contradicción- y comenta con suma imprudencia, tratándose de un exmandatario, acerca de todos los pasos que da el presidente real, Joe Biden, incluyendo asuntos de política exterior.
Más allá de sus estrambóticas formas, Trump representa, por inmiscuirse públicamente también en la política internacional, una disonancia innecesaria para Estados Unidos en su relación con sus aliados.
Además, hace mítines frecuentes y hasta celebra por su cuenta las fechas conmemorativas del país, como hizo el pasado 11 de septiembre, dando una visita sorpresa a policías y bomberos de NY. Al mismo tiempo, fue el único exmandatario que no asistió a los eventos de honor oficiales. Clinton, Bush, Obama y Biden cumplieron sus roles.
Como corolario, esa misma noche, Trump se estrenó como comentarista de una pelea de Boxeo en un casino de Florida.
Mundo paralelo: geografía
El mismo Trump lo ha dicho: perder le resulta muy difícil. Aunque, digamos que, vistos los acontecimientos, podríamos ajustar esa descripción: le resulta imposible.
Por eso, en esta suerte de vida paralela que lleva Trump al margen de la oficialidad que se espera de un ex presidente, Trump habla y tiene actitudes (aunque no el poder) de quien no sólo no es un aliado de la institucionalidad del país, sino de quien la reta.
Tal como cuando era jefe del ejecutivo, Trump alude a la realidad y a las polÍticas gubernamentales como si fuera candidato, como si no tuviese responsabilidad en el país que dejó, como si detrás de toda su retórica no existiera un hombre acaudalado que hizo negocios en la misma nación de la que fue presidente.
Pero todas esas creencias tienen sus límites. Así que es indispensable vivirlas sólo donde sea posible alimentarlas, y desparecer de donde se vuelven fantasías.
Por eso Trump se encuentra mucho con sus seguidores, sí, pero sólo donde esa lealtad le está garantizada. No hemos visto ni veremos a Trump en California o en Nueva York, ni en otros estados donde la población le sea adversa. El simulacro de que, de alguna manera figurada, sigue en el poder, puede escenificarse solamente donde sus adeptos lo siguen fanáticamente, sin preguntarse demasiado si no estarían formando parte de un delirio cuyo constructo resulta en un mundo paralelo.
Los mítines de Trump ocurren en Florida, Alabama, Ohio, Kentucky, Wyoming, Ohio. Todos estados no apenas republicanos, sino abiertamente republicanos, donde Trump sacó muy alta votación, de mucha población blanca y rural. Esa es su geografía perfecta.
El programa
En los rallies que Trump prepara hay una serie de expectativas que se van consumando a medida que pasa el tiempo de su discurso. El movimiento MAGA ahora usa el slogan Save America, y sigue estando impregnado del discurso nacionalista, anticomunista y muy narcicista que ha caracterizado a Trump desde que irrumpió en el mundo electoral, en 2015.
Alimentar la animadversión hacia un "otro" sigue siendo una constante: sean los inmigrantes, los demócratas, los republicanos traidores, los chinos, los europeos liberales. Todo lo que no sea blanco y rural es susceptible de ser identificado como enemigo, si sirve para alimentar la noción propia de grupo "originario" del cual él se nombra líder. El y su grupo "merecen" un destino mejor que "esos otros" impiden que suceda.
Es un discurso en el que siempre ocurren, además, dos cosas fundamentales (y son la utilidad instrumental en el corto plazo de estos rallies para Trump), a saber: desconocer las elecciones (que llama siempre 'rigged', que en inglés quiere decir amañadas) y denostar de los republicanos que no se plieguen a su agenda: desde Mitch McConell hasta Liz Cheney, pasando por el Lincoln Project o Mike Pence.
¿Su objetivo?
Que dentro del partido republicano no quede nadie con poder que no lo apoye, instituirse como el líder único, lograr que en las elecciones parlamentarias de medio término (2022) sólo salgan elegidos los republicanos que sean sus aliados.
Y, claro, el postre, que bien puede ocurrir antes del discurso, cuando saluda, o después, al despedirse, Trump baila.
La convocatoria y los precios
Quienes asisten a los rallies de Trump no sorprenderían a nadie: se trata básicamente -en su mayoría- de blancos, provenientes de centros rurales, hombres, que no tienen educación superior.
Pero ya no son los mismos de antes. Según la revista Newsweek, en muchas localidades en las que anteriormente se agrupaba a decenas de miles, ahora solo acuden cientos. La gente está ocupada en su vida real.
Pero, ojo, cientos es todavía suficiente para generar una ilusión de que algo está pasando y obtener comentarios, ecos de los mitines. De hecho, aquí estamos, reseñando ese fenómeno, refrendando el lugar común de los asesores políticos que reza "que hablen, aunque sea mal, pero que hablen".
125 dólares
Pero no cualquiera tiene permitido ir. No se trata de alocuciones abiertas. No. Para ir a un rally de Trump hay que comprar un ticket, y el precio de ese ticket no es económico. Una entrada general cuesta alrededor de 125 dólares. Pero si la compra es en VIP el precio cuesta hasta 250, y, si esos VIPs se acaban, los compradores negocian las reventas, como en los conciertos y los juegos deportivos. Han llegado a costar hasta 500 dólares.
La propia página de Trump es un negocio: ahí usted puede ver el calendario de eventos para comprar y, si no puede asistir, puede contribuir directamente con su el exmandatario.
Lo que no especifica la página es para qué son los fondos que recauda.
En lo que va de año, Donald Trump ya ha realizado al rededor de 10 rallies. No llega a lo que un artista hace en una gira de conciertos, pero digamos que, para no estar frente a ninguna contienda electoral, es llamativo.
En el Washintgon Times, un medio aliado al ex mandatario, anuncian sus rallies como quien anuncia un tour de cantantes: en el mes de octubre hará dos.
Los jarrones chinos y el miedo
Dicen que los ex presidentes son como los jarrones chinos, muy valiosos, pero de utilidad desconocida. Donald Trump es una excepción peculiar. Sería una especie de jarrón chino animado, porque sigue siendo verdad que le corresponde esa obsoleta solemnidad con que los presidentes se comportan una vez abandonado el cargo, pero él no la asume, se niega a permanecer prudente en una esquina, como usualmente se conforman los adornos orientales.
A cambio, incluso silenciado en las redes sociales, hace declaraciones estrambóticas, movimientos inesperados y su compartamiento resulta inconveniente a la institucionalidad.
El gran miedo de muchos demócratas, independientes y republicanos es que el mundo paralelo se convierta de nuevo en la absurda realidad que confrontó Estados Unidos por cuatro años.
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