Dios puede ser herido, pero no como afirma Trump, según los teólogos
Helen De Cruz, Danforth Chair in the Humanities, Saint Louis University and Sameer Yadav, Associate Professor of Religious Studies, Westmont College
Hace poco el presidente Trump dijo que la perspectiva de que Biden ganara la presidencia “lastimaría a Dios”.
Dijo, específicamente, que Biden “seguirá la agenda de la izquierda radical, te quitará las armas, destruirá la Segunda Enmienda, nada de religión, nada de nada, dañará la Biblia y lastimará a Dios. Está en contra de Dios. Está en contra de las armas”.
Con ese alegato, pronunciado en un discurso tipo mitin en la pista del aeropuerto de Cleveland, Ohio, el 6 de agosto, Trump transmitió la idea de que votar por Biden debilitaría la religión en la esfera pública y restringiría el acceso a las armas, aprovechando así los temores de su base cristiana conservadora.
Como expertos en teología cristiana y filosofía de la religión, explicamos cómo el pensamiento cristiano contempla la posibilidad de herir a Dios, aunque no de la manera que afirma Trump.
Impasibilidad
En el teísmo clásico, los cristianos han sostenido que el Dios descrito en la Biblia es un ser metafísicamente último, lo cual significa que todo lo que no es Dios fue creado por Dios y su existencia depende de este. Se cree que Dios es un ser perfecto, sin defecto de mente ni de voluntad.
Si Dios es en última instancia un ser perfecto, como suponen los cristianos, entonces su personalidad perfecta implica necesariamente una vida interior plena, así como una mente y una voluntad perfectamente satisfechas. Dios debe poseer la bienaventuranza perfecta, la felicidad perfecta y el bienestar perfecto.
Por ende, se cree que Dios no es susceptible a la tristeza y emociones similares, que son expresiones de deseos incumplidos.
Los teólogos acuñaron el término “impasibilidad” para transmitir la idea de que el bienestar de Dios no se ve afectado por nada ni por nadie, para bien o para mal. La raíz de este término proviene del latín passiones, que significa emociones o pasiones.
Muchas personas defienden este punto de vista. El obispo y autor cristiano primitivo Ignacio de Antioquía describió a Dios como “impalpable e impasible” en una carta a Policarpo, otro obispo de la iglesia cristiana primitiva, que data de alrededor del 118 d.C.
Una defensa detallada de esta idea apareció siglos después de la mano del teólogo Agustín de Hipona, en el siglo quinto. En años posteriores, Tomás de Aquino, un teólogo italiano del siglo XIII con enorme influencia en la tradición católica, también apoyó ese punto de vista.
En el siglo XVI, el teólogo suizo Juan Calvino y el reformador y teólogo alemán Martín Lutero, quienes iniciaron la Reforma Protestante, convirtieron la impasibilidad en la imagen estándar de lo divino.
Sin embargo, el pensamiento cristiano concibe la posibilidad de “herir a Dios” de otras maneras.
Dañar el honor de Dios
El teólogo medieval Anselmo de Canterbury examinó cómo los humanos podrían dañar a Dios en su libro Cur Deus Homo o “¿Por qué Dios se convirtió en humano?”.
En su libro pretendía responder a la siguiente pregunta: ¿qué significa exactamente que Jesús haya expiado nuestros pecados?
El pecado, como lo entendían Anselmo y otros cristianos, es una ofensa contra Dios. Anselmo pensó que Dios es impasible, por lo que el pecado no puede significar que literalmente dañemos su felicidad interior. Sin embargo, también pensó que podemos dañar el honor de Dios.
Para comprender lo que significa dañar el honor de Dios hay que recurrir a esta analogía de Eleonore Stump, católica y filósofa de la religión. Nos pide que imaginemos una situación en la que difundes un rumor falso e hiriente sobre tu colega Beth a tu amiga Priya. Priya sabe que estás mintiendo, por lo que no has dañado a Beth. Pero a pesar de ello, le has hecho mal a Beth porque has cometido una injusticia.
Los teólogos creen que los humanos pueden dañar a Dios de manera similar: no pueden lastimar a Dios, pero pueden cometer una injusticia contra él. Sin embargo, a diferencia de los seres humanos, Dios no puede sentirse molesto o emocionalmente insatisfecho. Cualquier insatisfacción emocional de este tipo sería incompatible con la vida interior plena que debe tener un ser divino y perfecto.
Sin embargo, en este punto surge una contradicción: las Escrituras hablan con frecuencia de las emociones de Dios. Por ejemplo, a menudo se representa a Dios enojado o complacido con las cosas que hacen las criaturas.
Santo Tomás de Aquino nos ayuda a reconciliar las emociones divinas con la impasibilidad, como explica la erudita en religión Anastasia Scrutton. Santo Tomás de Aquino hace una distinción entre las “pasiones”, aquellas emociones que no están bajo nuestro control voluntario, y los “afectos”, que son voluntarios y racionales. Estos últimos son la manera en la que Dios evalúa las situaciones.
En los seres humanos, los afectos y las pasiones siempre van de la mano. Por ejemplo, cuando una persona se enoja porque es testigo de una injusticia, también se sentirá molesta. Al contrario, los teólogos imaginan que Dios puede enojarse sin enfadarse.
Según Tomás de Aquino, cuando nuestro carácter y conducta provocan afectos negativos en Dios, no dañamos su bienestar interior, sino la relación de Dios con nosotros mismos.
Una mirada a las Escrituras
Según esa interpretación, surge la pregunta: ¿Qué tipo de carácter y conducta deshonran y desagradan a Dios y, por tanto, cometen una injusticia con este?
En la Biblia, el profeta Isaías dice que cuando el Mesías regrese será un tiempo en el que las personas de todas las naciones “convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. Ningún pueblo volverá a tomar las armas contra otro ni a recibir instrucción para la guerra”.
En el contexto actual, la visión de Isaías del orden social que Dios pretende establecer implica que las armas de guerra se transforman en herramientas de agricultura y cuidado ecológico.
Para quienes creen en las palabras que usó Isaías para expresar las intenciones divinas para los seres humanos aquí y ahora —aquellos que leen a Isaías religiosamente como Escritura a través de la cual Dios se dirige a nosotros— esa visión es un llamado a dejar sus armas de guerra en el mundo actual. Por lo tanto, en Isaías estar “en contra de las armas” no implica estar “en contra de Dios”. De hecho, es todo lo contrario.
Al borrar la religión de la esfera pública, Dios habla por boca del profeta de la Biblia hebrea: “Odio y desprecio las fiestas religiosas que ustedes celebran; me disgustan sus reuniones solemnes”. Dios desprecia esas celebraciones, porque la gente es, en su opinión, injusta. Por lo tanto, el Profeta dice: “Aunque me ofrezcáis holocaustos y vuestras ofrendas de grano, no los aceptaré”. En lugar de celebraciones religiosas, Dios exhorta a las personas a “dejar que fluya la justicia como un río, y que el derecho mane como un impetuoso arroyo”.
Entonces, para los lectores que se toman en serio esas palabras de Isaías, dañar a Dios no es lo mismo que eliminar la religión de la esfera pública. De hecho, ser injusto sería un daño mayor.
Nadie personifica mejor ese repudio a la violencia ni se ha convertido en el mejor portavoz de las clases bajas que el propio Jesús.
Según la enseñanza cristiana tradicional, Jesús es Dios manifestado como ser humano. Los Evangelios explican claramente cómo él defendía la necesidad de “amar a tus enemigos y orar por quienes te persiguen”. Condenó la hipocresía religiosa que implicaba buscar el lugar de honor y respeto público mientras se descuidaba a los pobres, oprimidos y marginados sociales.
Deshonrar las posturas que asumió Jesús, Dios en carne, se acerca bastante a dañar a Dios. Como estudiosos de la religión, argumentamos que la tradición cristiana a la que apela Trump cuando afirma que una presidencia de Biden “dañaría a Dios”, no apoya esa afirmación.
Este artículo fue publicado en inglés originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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