Una diminuta habitación que revela el pasado racista de Brasil
Los cuartos para las empleadas domésticas en el país, vestigio de la historia de esclavitud, están desapareciendo o transformándose a medida que su sociedad se enfrenta a desigualdades profundamente arraigadas.
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Ana Beatriz da Silva aún recuerda su primer hogar: una diminuta habitación detrás de la cocina de un apartamento frente al mar en Río de Janeiro, donde su madre trabajaba como criada.
La habitación era apenas más grande que un armario, calurosa y sofocante, dijo, con solo una pequeña ventana para ventilar. Silva compartió ese espacio reducido con su madre y su hermano mayor hasta los 6 años.
“Vivíamos así, metidos en un cubículo”, dijo Silva, de 49 años y profesora de geografía.
Su experiencia convenció a Silva de que nunca podría tener un cuarto de servicio en su propia casa. Por eso, cuando alquiló un viejo apartamento en una zona de clase media de Río, no tardó en convertir el cuarto de la criada en un despacho.
“El cuarto de la criada es nuestra herencia colonial”, dijo Silva. “Es vergonzoso”.
Muchos brasileños sienten cada vez más lo mismo.
Los cuartos de servicio han sido un elemento fijo en los hogares brasileños durante generaciones, un vestigio de la larga historia de esclavitud del país y un marcador tangible de la desigualdad en un país donde, tras la abolición, muchas familias acomodadas dependían de trabajadoras domésticas mal pagadas, en su mayoría negras, para limpiar, cocinar y cuidar a los niños. Algunas trabajaban las 24 horas del día por unos céntimos; otras solo a cambio de alojamiento y comida.
Pero Brasil se está replanteando su legado de esclavitud y la forma en que este doloroso pasado ha influido en todo, desde la economía hasta la arquitectura.
El debate se ha extendido a la habitación de la criada, que según muchos es una reliquia racista y clasista que no tiene cabida en los hogares brasileños modernos.
“La arquitectura solo refleja lo que la sociedad dice que es normal”, dijo Stephanie Ribeiro, una arquitecta y diseñadora negra que lleva estudiando el cuarto de la criada por más de una década. “Y, para mucha gente, el cuarto de la criada ya no tiene sentido”.
A diferencia de la generación de sus padres, los más jóvenes denuncian las desigualdades en Brasil, un país con mayoría de población negra.
El rostro de la clase media del país también está cambiando, a medida que los brasileños negros y mestizos avanzan económicamente, pero rechazan algunos marcadores de riqueza como las criadas.
Una serie de leyes laborales —una semana laboral garantizada de 44 horas, un salario mínimo estandarizado y subsidios por enfermedad— han encarecido el costo de las empleadas domésticas puertas adentro, poniendo fuera del alcance de muchos brasileños lo que antes era un símbolo de éxito económico. Como consecuencia, cada vez son menos las empleadas domésticas que viven en casa de sus empleadores.
Algunas personas dicen que disponer de un espacio especial es útil para que las empleadas domésticas guarden sus pertenencias o se tomen un descanso para comer. Otros sostienen que las habitaciones son un alojamiento esencial para las trabajadoras domésticas que se trasladan a los centros urbanos desde zonas rurales lejanas, o para quienes viven en los márgenes más pobres de la ciudad, a horas de distancia de las casas de sus empleadores.
Pero muchos no están de acuerdo.
“No hay necesidad de que esta trabajadora pase la noche ahí”, dijo Luiza Batista, coordinadora de la Federación Nacional de Trabajadoras Domésticas, sindicato que representa a unas 14.000 empleadas domésticas. “Esta persona trabaja todo el día. Necesita un lugar decente donde descansar. Necesita poder salir del trabajo”.
Batista, de 68 años, dijo que empezó a trabajar como empleada doméstica interna a los 9 años y pasó décadas limpiando, cocinando y cuidando a familias adineradas. En una casa, Batista y otra empleada doméstica compartían una habitación llena de artículos de limpieza, material de construcción y una bombona de gas.
“Te pasabas la noche”, recordó Batista, “respirando productos de limpieza”.
Según dijo, las habitaciones de las empleadas domésticas siguen siendo a menudo armarios abarrotados de todo tipo de cosas, desde electrodomésticos rotos a herramientas de repuesto. “Este espacio nunca es solo un lugar para que la trabajadora descanse”.
Los cuartos de servicio, por supuesto, no son exclusivos de Brasil, ya que por lo general se construyen en las casas de familias adineradas de Asia, África y Medio Oriente.
En América Latina, han ido desapareciendo en países como Chile y Argentina, donde la mejora de la protección de los trabajadores ha hecho menos asequibles los servicios de empleadas domésticas internas. Pero aún persisten en otros países, como Colombia, Bolivia y México, a pesar de la presión de los activistas de los derechos laborales.
En la actualidad, los brasileños van resintiendo las habitaciones de las criadas y las están convirtiendo en bibliotecas, salones y vestidores.
El aumento de los precios inmobiliarios en las principales ciudades de Brasil hace que cada vez más promotores construyan apartamentos más pequeños sin cuarto de servicio, y que los compradores de viviendas sean más exigentes a la hora de aprovechar sus cada vez más escasos metros cuadrados.
“La arquitectura brasileña busca una nueva identidad”, dijo Wesley Lemos, arquitecto que ha diseñado casas de lujo en todo Brasil. “Así que el cuarto de servicio está desapareciendo de los planos”.
La idea de un cuarto de servicio siempre incomodó a Diogo Acosta. De niño, la criada que trabajaba para su familia a veces pasaba la noche en una estrecha habitación detrás del lavadero de su espaciosa casa en el rico barrio de Leblon, en Río.
“Era tan pequeña que solo cabía su colchón”, dijo Acosta, de 34 años y saxofonista profesional. “Ya de niño me parecía muy extraño”.
Una vez que se mudó, Acosta vivió en una serie de lugares de alquiler y en cada uno de ellos la habitación de la criada se convirtió en otra cosa. En un apartamento, era un estudio. En otro, un dormitorio de invitados pintado de vivos colores.
Y cuando se mudó a un nuevo apartamento hace dos años, el cuarto de servicio designado medía solo 3,4 metros cuadrados y carecía de ventana, lo que lo horrorizó a la vez que lo convertió en la habitación perfecta para un estudio de música insonorizado.
“Es triste pensar que, antes de esto, alguien dormía aquí”, dijo.
La renovación fue algo más que práctica. Para Acosta, quien contrata a una trabajadora para que limpie su casa una vez al mes, reimaginar el cuarto de la criada tenía también un significado simbólico. “Cuando le damos otros usos, no solo estamos cambiando un apartamento”, dijo, “también estamos cambiando las relaciones sociales”.
Los historiadores remontan el cuarto de la criada a las dependencias de los esclavos, conocidas como senzalas en portugues, anexas a la casa del amo. Brasil abolió la esclavitud en 1888, más tarde que ningún otro país del hemisferio occidental.
Pero muchos esclavos liberados —carentes de medios económicos— permanecieron en esas mismas propiedades, sirviendo a las familias que antaño los esclavizaron a cambio de alojamiento, comida y un pequeño salario.
Cuando la industrialización alimentó una oleada migratoria hacia las ciudades, las familias adineradas trasladaron la idea de las senzalas a un entorno urbano: en Río, en las décadas de 1930 y 1940 se construyeron extensos apartamentos frente al mar con habitaciones diminutas y sin ventanas para las empleadas.
“Las habitaciones de las criadas son los cuartos de los esclavos modernos”, dijo Joyce Fernandes, historiadora, rapera y escritora que saltó a la fama tras compartir sus propias experiencias como criada de tercera generación.
En Brasil, donde la brecha entre ricos y pobres es mayor que en cualquier otro lugar de Sudamérica, el cuarto de las criadas no se cuestionó durante décadas.
Cuando la capital del país, Brasilia, se construyó desde cero a finales de la década de 1950, arquitectos de renombre como Oscar Niemeyer diseñaron edificios con cuartos de servicio, baños para las criadas y ascensores de servicio, cimentando las desigualdades históricas en un paisaje modernista.
En las décadas de 1980 y 1990, populares telenovelas mostraban a familias blancas y adineradas atendidas por sirvientas, en su mayoría negras, que vivían en habitaciones escondidas dentro de lujosas mansiones. A principios de la década de 2000, los programas infantiles más populares de Brasil presentaban a criadas que nunca salían de la cocina.
“Incluso los pobres, que a menudo realizaban estos trabajos, soñaban con hacerse ricos algún día y tener a alguien que les sirviera”, dijo Joice Berth, urbanista y arquitecta.
Aun así, algunas personas, incluso trabajadoras domésticas, creen que sigue habiendo lugar para un cuarto de servicio.
Rosângela de Morais, de 48 años, trabajadora doméstica en la ciudad brasileña de Salvador, empezó a trabajar como empleada doméstica interna cuando solo tenía 10 años.
Ya no vive en las casas donde trabaja. Sin embargo, a medida que desaparecen los cuartos de servicio, las empleadas domésticas se quedan sin un lugar donde ponerse el uniforme, guardar sus pertenencias o hacer la pausa para comer.
Aunque considera inhumanos los cuartos de las criadas en su forma tradicional, no cree que eliminarlos del todo sea la solución. “Sería mejor mantener este espacio, para que tengamos un rincón propio”, dijo. “Una habitación limpia y ventilada, con una ventana, donde poder descansar con dignidad”.
Letícia Carvalho, abogada de 34 años de la ciudad de Aracajú, emplea a cuatro trabajadoras domésticas, una de las cuales vive en su casa.
“No puede ir y venir todos los días”, dijo Carvalho.
Aun así, Carvalho quería un cuarto de servicio diferente. Lo hizo más grande de lo habitual, con una gran ventana, aire acondicionado y ducha de agua caliente. “Queríamos ofrecer un poco más de comodidad a las personas que trabajan para nosotros”, dijo.
Aunque Brasil se aleja de los cuartos de servicio, las divisiones sociales persisten de otras maneras. La mayoría de las casas siguen teniendo baños de servicio reservados para las empleadas domésticas. Y la mayoría de los edificios han tenido entradas y ascensores separados para criadas, niñeras, paseadores de perros y repartidores de comida, aunque algunos también están eliminando esas divisiones.
Sin embargo, Silva, la profesora de geografía, ve en la desaparición del cuarto de servicio una prueba de que Brasil está lidiando con su doloroso pasado.
Cuando Silva pagó la entrada de su primera casa este año, se alegró al descubrir que no tenía cuarto de servicio.
“Es liberador no tener esta pesada historia”, dijo. “En su lugar, tendré una cocina muy grande”.
c. 2024 The New York Times Company