¿Qué hay detrás de la narcocultura emergente en algunas zonas de España?

En el contexto sociocultural hispano, personajes como el pillo, el estraperlista, el pícaro, el corrupto, el ladronzuelo, el contrabandista, el bandolero o el evasor siempre han contado con un cierto grado de indiferencia, cuando no de aprobación. Estos personajes se asocian de manera automática a la leyenda fatalista del “así somos”, o al predicamento antisistema del “malo justificado” y del que “vuelve las tornas”. Pero este argumento es antropológicamente inaceptable por folklórico y psicologicista. El problema enraíza con fuerza en una historia repleta de necesidades, desgobiernos, inacción y connivencias. En tal contexto, el delincuente pillo y no violento siempre ha gozado de cierto grado de aceptación.

Las historias del ratón que vence al león, que pueden encontrarse en infinidad de formas y culturas, son sugestivas para las mayorías poblacionales necesitadas. Delatan una ética de resistencia: un modus vivendi arraigado en la mentalidad colectiva que, inadvertidamente, da forma a un estado de cosas criminógeno que se normaliza. En la Galicia de la posguerra civil, por ejemplo, infinidad de vecinos y familias se dedicaron al contrabando para garantizar su supervivencia, estableciendo una base de tolerancia, así como una infraestructura que décadas después sirvió a las redes del narcotráfico internacionales.

¿Qué es y cómo se construye la narcocultura?

Como hemos planteado recientemente en un artículo en la revista Logos, del Centro Universitario de la Guardia Civil, no es preciso traficar con drogas o mantener implicaciones con el narcotráfico para practicar la narcocultura, pues “lo narco” es un elemento compositivo: narcoeconomía, narcosociedad, narcoterrorismo, narcopolítica, etc.

Con “narcocultura” o “narcoestética”, se hace referencia a un estilo de vida integral que parte de la tesis de que todo vale para salir de la pobreza. Su ejercicio es una escenificación y aceptación públicas de tal teoría. Por esto, romanticismos aparte, la narcocultura tiene la capacidad de generar en sus actores una cosmovisión perfectamente integrada en el estilo de vida que se mimetiza con “modas” y “tendencias”, hecho que dificulta su afrontamiento.

La vía de penetración de este modus vivendi es la necesidad. La actividad de traficantes y contrabandistas germina de manera natural de la falta de oportunidades, el abandono, la baja instrucción, la marginación, la carencia de servicios y, en suma, sirve como canal de supervivencia a unas poblaciones locales deprimidas que se aferran al narcotráfico para salir adelante.

Cuando comienza a fluir el dinero “fácil”, las estructuras básicas del negocio se consolidan. Comienza entonces el juego de las identidades, los bandos, las ideologizaciones y los pretextos que abonarán al narco a largo plazo y se hace precisa la enculturación: vivir así será, más que una cuestión económica, una identidad.

El narcotráfico no sólo se convierte en parte de la sociedad, sino que también la transforma por cuanto todos sus elementos se vinculan y penetran en los intersticios de la estructura sociocultural misma. De este modo, el narco pasa de ser “la oportunidad” a ser “el motor”.

Los cárteles conocen el proceso empíricamente. Entienden que la narcocultura ha de tener una base rural para consolidarse, pues facilita la implantación. Busca ecosistemas pequeños en los que existe hastío ante el desinterés económico y político endémicos, así como una construcción de identidades articulada antes sobre la vecindad, la lealtad, la religión y la familia, que sobre intangibles intelectuales como la “democracia” o las “instituciones”.

Un hecho que afecta especialmente a los jóvenes en la sociedad digital –el mundo de TikTok–, donde es imposible aislar a las personas y sus intereses en sus contextos. Este mecanismo de “resucitación” de entornos deprimidos ayuda a la narcocultura a la interiorización subjetiva de ideologías y representaciones sociales que se manifiestan en la forma de conductas estereotipadas: jerga, gestos, hábitos, vestimentas, artículos de consumo, estatus, o productos comunicativos y artísticos propios.

Estos eventos son bien conocidos con relación a las narcoculturas latinoamericanas (cárteles y maras), en las que estos problemas son endémicos. Por el contrario, se trata de cuestiones consideradas “puntuales” en el contexto español, donde, al tratarse de casos aislados y analizados desde perspectivas cortas y sesgadas, producen desconcierto.

Ello explica que la actitud minoritaria de los jóvenes que grabaron y jalearon la brutal embestida contra una embarcación de la Guardia Civil en Barbate, pese a tratarse de un evento anecdótico, colateral al suceso mismo, resultara especialmente noticiable para los medios de comunicación; un hecho que induce a la perplejidad.

No afirmamos que los usos y costumbres de una minoría poblacional de áreas como La Línea de la Concepción, Barbate o Sanlúcar de Barrameda, por ejemplo, sean equiparables en dimensión criminal o en impacto sociocultural y político a los de las narcoculturas latinoamericanas. Supondría un alarmismo exagerado e injustificado. Sin embargo, la instalación y emergencia en determinadas áreas geográficas españolas de esta forma de vida vinculada al narco es un hecho que ha de ser comprendido y atajado.

¿Cómo abordar el problema?

La mera confrontación directa no es suficiente para atajar la cuestión, pues ubica a las autoridades y a los cuerpos policiales en una dinámica oposicionista, coactiva y prebélica, que no es una de las mejores maneras de abordar una crisis sociocultural.

Se precisa, junto con la dotación adecuada de agentes y medios, de otras acciones en paralelo que ayuden al abordaje de un problema sistémico que no es lineal. Es muy posible que el primer paso tenga que ver con una modificación de los discursos, que aborde la comprensión profunda de los eventos socioculturales subyacentes. En el mundo actual toda acción sociopolítica es también una acción comunicativa: las palabras resuelven dificultades, pero también las crean.

La tesis de que la sociedad legítima y honrada tiende a rechazar de forma “natural” el delito es falaz. Al contrario, cuando éste encuentra cierto grado de aceptación, por los motivos que fuere, se torna en posibilidad. La identidad genuina de la narcocultura no reside únicamente en las “clases bajas” que “viven” en ella, sino también en la apropiación de sus discursos que realizan las élites culturales, económicas, periodísticas y artísticas al convertirla en objeto y pretexto. Se olvida que el narco es sugestivo porque es una sugerente expresión de modernidad “líquida” que vende paraísos: placer inmediato, riqueza y prosperidad rápidas, riesgo aventurero.

Esto explica por qué, entretanto, miles de vecinos se manifiestan “por la dignidad” y “en favor de la Guardia Civil” en el caso previamente comentado del Campo de Gibraltar, expresando su malestar ante la prensa y denunciando el abandono sistemático de los poderes públicos, mientras otra minoría de implicados que tienen su propio altavoz exprese quejas ante la “brutalidad policial reiterada”.

Este juego de las manifestaciones y contramanifestaciones es el efecto lógico de las contradicciones internas que estos conflictos culturales provocan en comunidades reducidas. La perspectiva polarizada de estar ante una dicotomía de “buenos” y “malos” es errónea, pues éste es un fenómeno interclase y transgeneracional.

Un conglomerado de tesis y creencias que lo cuestiona todo, que enfrenta a vecinos y familias entre sí amenazando las bases de la convivencia. Más allá del desigual reparto de la riqueza, del abandono político, de la falta de recursos o de la injusticia social, enraíza en cosmovisiones bien armadas desde las que se expande.

Consecuencia: las protestas públicas se autodefinen como “no políticas” cuando es precisamente lo que son, en tanto que acciones sociales devenidas de conflictos en curso que buscan influir en la actividad política o, cuando menos, llamar su atención.

El narcotráfico contemporáneo, más allá de la excusa del “buen forajido”, se alimenta de los mismos mecanismos que movilizan a la sociedad honrada. Así, las respuestas estrictamente policiales, por muchos medios que se pongan al alcance de los agentes, alejadas del escenario de interacciones sistémicas en que el problema se desenvuelve, estarán condenadas al fracaso, pues sólo afectarán a uno de los flancos de la cuestión.

Bien estaría que lo comprendieran las diferentes administraciones públicas, perdidas habitualmente en confrontaciones políticas innecesarias e intereses partidistas espurios, así como los actores del sector privado, cuyo concurso es ya irrenunciable para el desarrollo y mejora de los contextos en los que operan.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

Lee mas:

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.