Derechohabiente espera dos años para una cirugía de vesícula en servicios públicos de salud

Cuartoscuro
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Luego de enterarse casi por casualidad, tras una caída, de que vivía con una vesícula “de porcelana”, Consuelo tuvo que esperar dos años para que le fuera practicada una colecistectomía, es decir, una cirugía que tiene como finalidad extirpar la vesícula biliar. 

En septiembre de 2019, a sus 62 años, se cayó. A los dos o tres días, ante la persistencia del dolor y para evitar más espera, acudió con un ortopedista particular. Ese mismo día, le tomaron una radiografía y lo primero que le dijo es que necesitaba ver a un médico internista.

Ante su extrañeza, el médico aclaró que en realidad la caída no había tenido ninguna consecuencia, pero era urgente acudir con el otro especialista. “Por favor, es importante, hágame caso, necesita ir a ver a un médico internista”, recalcó el ortopedista mientras ella salía del consultorio. 

Le explicaron que un pequeño “globito” –se veía como una especie de gotita de agua pero un poco más grande, describe ella–  que se veía en la radiografía no tenía por qué aparecer en ese estudio, pues lo único que debe reflejarse son los huesos. Se trataba de su vesícula, que normalmente no aparece en unos rayos x. La razón por la que se veía en una radiografía era porque se le conocía como “vesícula de porcelana”.

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La vesícula biliar “de porcelana” es aquella en la que se presentan en sus paredes grandes calcificaciones –acumulaciones de calcio–. Es un diagnóstico raro, que suele aparecer solo entre en un 0.06 y 0.8% de las colecistectomías. De acuerdo con la American Cancer Society, las personas con esta afección tienen un mayor riesgo de padecer cáncer de vesícula biliar.

Consuelo recurrió entonces a varios médicos, particulares y conocidos, para tener otras opiniones. Todos coincidieron en que era un riesgo y que la cirugía para extirpar la vesícula era necesaria. Como no existían síntomas de gravedad y ella aún estaba trabajando, una de las médicas le sugirió que quizá podía esperar unos meses mientras la monitoreaban mediante estudios de sangre para estar al tanto de que no se desarrollara el cáncer. 

“Otro me comentó que sí era una situación de riesgo, me preguntó qué síntomas tenía, le dije que nada, no me dolía, y me dijo que lo que podía hacer era esperar, y a menos de que se presentara algún síntoma, acudir a que me operaran; pero si quería operarme también estaba bien porque era algo que a largo plazo podía generar otra cosa”, relata Consuelo.

Fue en ese momento que decidió acudir al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), también por el costo que podía generar la cirugía en un hospital privado. Llegó ya con las radiografías. El médico cuestionó si tenía síntomas; ante la respuesta negativa de la paciente, le expidió un pase de urgencias para el hospital general de zona. Ahí la recibió una doctora, que argumentó que no era un asunto a atender en urgencias si no existían síntomas, y la envió con el jefe de cirugía.  

Él ordenó más estudios –en los primeros, no se había podido distinguir el interior de la vesícula porque la capa de calcio era muy gruesa–. En ese momento, ya era 2020. Cuando Consuelo regresó, ya con los estudios, un nuevo brote de la pandemia por COVID-19 estaba por manifestarse. Como no se sentía mal, de nuevo le dieron un pase abierto en caso de presentar algún síntoma, pero le advirtieron que, por el momento, se detendría todo el proceso debido a la pandemia. 

“Yo nunca me había sentido mal de la vesícula; comía bien, aunque algunos irritantes sí me hacían sentir mal, como agruras e irritación del estómago, pero de ahí no pasaba nada… Pasaron los meses, todo fue un caos; no recuerdo exactamente cuánto tiempo pasó cuando volví a verlo. Seguramente él me dio la indicación de que cuando todo estuviera más calmado, regresara”, relata. 

Pero la segunda vez volvió a decirle que si no tenía molestias, “en realidad” no era tan urgente la operación. Le dijo que el país seguía en una situación de pandemia y si no se sentía mal, creía que podía esperar. “A mí lo que me preocupa es que en algún momento se genere el cáncer, y hasta que ya me empiece a doler y ya sea una situación crítica, se atienda”, contestó ella.

Él argumentó que la vesícula no se había puesto así de un día para otro, que ella tenía años viviendo como si no la tuviera porque no le servía para nada desde que estaba calcificada. La mandó de nuevo a hacerse más estudios. Entre los días que pasaban para sacar la cita y tener los resultados –de tres exámenes diferentes que le hacían por separado–, el tiempo siguió transcurriendo.

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También acudió dos veces a ver al médico internista. En una ocasión, solo le comentaron que la médica estaba enferma, sin mayor detalle. Para la segunda, dos o tres meses después, le dijeron que el médico tenía COVID, que no estaba atendiendo y que no había más internistas que pudieran recibirla. “Así fue la situación, muy crítica, y gracias a dios en todo ese tiempo a mí no se me presentó ningún síntoma más alarmante. Todo esto pasó como en un año y medio, casi dos años”, recuerda Consuelo.

De acuerdo con el Sistema Nacional de Alerta de Violación de Derechos Humanos, el IMSS es la dependencia federal con mayor número de expedientes en el primer trimestre de este año, que sumaron mil 473. Por hechos violatorios de mayor impacto, la negligencia médica también ocupa el primer lugar con 145 expedientes y el sector salud es el que encabeza la lista de indicadores por sector, con 2 mil 7, muy lejos del sector seguridad que ocupa el segundo lugar con 379.

Un nuevo aplazamiento

En diciembre de 2021, a Consuelo le mandaron a hacer, por tercera ocasión, los análisis preoperatorios, porque tienen una caducidad. “Yo decía: ‘qué desperdicio de recursos’, pero en realidad no sé cómo afecta eso. Entonces ya me los iban a hacer, pero yo inicié todo el trámite (de la cirugía) cuando todavía estaba trabajando. En esa etapa, me salgo de trabajar y cuando voy a que me hagan otra vez los análisis, resulta que ya estoy dada de baja”, explica.

Entonces, le pidió a su esposo que la diera de alta como cónyuge, volvió con el jefe de cirugía, que no estaba, la atendió otra doctora y le aseguró que ya no la podían atender en ese hospital porque ahora su clínica era otra. Decidió esperar a que el doctor con el que siempre había tratado regresara de sus vacaciones.

“Lo que yo tenía en mente es que dije ‘no, si me cambian de hospital, vamos a empezar con que ‘a ver los estudios y todo el rollo’, y de alguna manera él ya tenía todo el expediente y el conocimiento de mi caso; esperé, me atendió y le comento lo que pasó”, relata. Él accedió a que la siguieran atendiendo ahí.

Finalmente, en julio de 2022 la fecha de la cirugía llegó. Consuelo recuerda que cuando acudió a realizarse los análisis preoperatorios, la sorprendió que había un pasillo cerrado –de por lo mucho tres metros de ancho–, con dos filas, una frente a la otra en uno y otro extremo.

“De un lado estábamos todas las personas que nos iban a hacer estudios preoperatorios, y en la fila de enfrente todos los trabajadores que estaban presentando síntomas de COVID, porque para ese momento ya había otro brote. Todos estábamos con cubrebocas, pero ahí tosiendo y contando cómo los habían mandado a la prueba al presentarse a trabajar con síntomas”, cuenta. 

Incluso, después de la operación, Consuelo escuchó a dos enfermeras que comentaban que los pacientes que mostraban síntomas, y no tenían prueba, para ese momento no estaban siendo aislados. Como no sentía ningún malestar extraordinario tras la cirugía, se esforzó para bañarse, caminar, comer, recuperarse rápidamente y no permanecer más de una noche en el hospital. Tres meses después de la operación y dos años después de su primera cita en el IMSS, en octubre de 2022 finalmente se dio su alta definitiva.