El “subidón” del que ayuda: por qué ser amable es bueno para la salud

Las personas más amables tienden a experimentar mayores niveles de bienestar y satisfacción vital
Las personas más amables tienden a experimentar mayores niveles de bienestar y satisfacción vital

MADRID.- Ser agradable es bueno para la salud. Es la conclusión de un estudio que asegura que la amabilidad conductual tiene efectos psicológicos beneficiosos no solo para quien la recibe sino para quien la pone en práctica. Un cumplido, una sonrisa o una charla casual podrían funcionar como lubricante social y, al mismo tiempo, mantener en revoluciones el motor de la felicidad.

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“Son actos que se pueden realizar sin que impliquen grandes esfuerzos ni sacrificios”, destaca en un intercambio de mails la profesora Olga Bialobrzeska, autora principal del estudio, realizado por la Universidad de Ciencias Sociales de Varsovia (Polonia). “Es una amabilidad casual, sin costes. Simples gestos cotidianos como tener una charla amistosa con el vecino, ser amable con un empleado en una tienda o preguntarle a un compañero de trabajo cómo le va”, explica.

La literatura científica ha analizado en los últimos años los efectos de los llamados actos de bondad al azar, pero englobando comportamientos muy diferentes entre sí, desde saludar a alguien a donar una generosa suma a una ONG. Aquí se ha querido analizar la amabilidad superficial, relacionada más con la calidez que con la moralidad. No tanto ser una buena persona como parecerlo: la broma del típico asesino que “siempre saludaba”, según sus vecinos, podría caber en esta definición.

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“En cada una de nuestras interacciones, ya sea con conocidos, desconocidos o familiares, podemos elegir entre ser amables, neutrales o no amables”, explica Bialobrzeska. “Nuestra investigación demuestra que cuando hacés lo primero, tendés a sentirte mejor, a estar de mejor humor”. Para comprobarlo, durante el estudio, obligaron a los participantes a hacer pequeños actos de amabilidad casual. Pasados unos días, a muchos les salían de forma involuntaria, demostrando que una vez superadas las reticencias iniciales, se convierten en actos cotidianos. En esto de ser amable, la máxima de fingirlo hasta conseguirlo funciona. Al menos la mayoría de las veces.

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Contra el esfuerzo emocional

Ser agradable puede ser bueno, pero pasarse de falsa amabilidad es terrible. “La amabilidad fingida que ejercemos contra una persona hacia la que sentimos aversión, puede perjudicar nuestra propia salud”, coincide Bialobrzeska. “No la hemos analizado en este estudio, pero hay literatura científica previa. Un estudio analizó el estado de ánimo de teleoperadores que tienen que ser amables todo el día, incluso con clientes que no lo son con ellos”, explica. “La mayoría afirmaba acabar la jornada agotada por el esfuerzo emocional”.

Este es el tercer estudio sobre la amabilidad que realiza el equipo de Bialobrzeska. Llevaron a cabo otro teórico y uno más durante el inicio de la pandemia. En esa época, parte de nuestra actividad social pasó del mundo físico al virtual, pero la experta cree que, en cuestiones de amabilidad, no hay grandes diferencias entre ambos. Por eso, explica, es especialmente importante ser amable en internet. “Ahora, cuando la polarización social es un problema creciente en muchos países, alimentada por las redes, es fundamental educar a las personas sobre cómo expresar sus opiniones, puntos de vista, críticas o desacuerdos de una forma agradable y respetuosa. De lo contrario, nos vamos a enfrentar a un mayor crecimiento de la polarización y el discurso de odio”.

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La amabilidad no solo se ha estudiado desde el punto de vista psicológico, sino desde el hormonal, reduciendo nuestros buenos actos a una cuestión de química. La mayor parte de la investigación se ha centrado en la oxitocina, una hormona que interviene en la formación de vínculos sociales y en la confianza en otras personas. Esta hormona explicaría por qué ser amables nos hace sentir mejor, aunque en algunos casos también intervendría la liberación de dopamina, un mensajero químico que puede desencadenar una sensación de euforia. Esta se conoce con el explícito nombre de subidón del que ayuda. Los estudios demuestran que al ser voluntario o donar dinero (incluso solo con pensar en hacerlo) se activa la parte del cerebro que normalmente se estimula por placeres como la comida y el sexo. Ser buena persona, a veces, es una cuestión de egoísmo.

Gillian Sandstrom era una joven universitaria en la Inglaterra de los años 1990. Una mañana, tuvo un pinchazo en su bicicleta, y como no tenía dinero para un taxi, se vio obligada a arrastrarla unos cuantos kilómetros, hasta el taller más cercano. Por el camino, una compañera de la universidad, una chica algo mayor a la que apenas conocía, la vio, paró su coche y se ofreció a acercarla al taller. “Sucedió hace 30 años”, rememora ahora Sandstrom, convertida en una de las mayores expertas en la ciencia de la amabilidad. “Pero no lo he olvidado. El hecho de que se tomara el tiempo para hacer eso por mí me marcó mucho”, asegura.

¿Son las mujeres más amables?

Sandstrom es profesora de psicología en la Universidad de Sussex. Y fue la artífice de la prueba de la bondad (The Kindness Test), el mayor estudio sobre amabilidad jamás realizado. Más de 60.000 personas participaron en un proyecto que sirvió de base para una serie de reportajes de la BBC. Sus resultados, en línea con los de Bialobrzeska, sugieren que las personas más amables tienden a experimentar mayores niveles de bienestar y satisfacción vital. Hay otros datos destacables: dos tercios de los encuestados piensan que la pandemia ha hecho a la gente más amable; casi el 60% de los participantes afirmaron haber recibido un acto de amabilidad en las 24 horas anteriores, y las mujeres son más propensas a percibir y ejecutar actos de amabilidad.

“Es un tema delicado que no tiene una respuesta sencilla”, reflexiona Bialobrzeska cuando se le pregunta por una brecha de género de la amabilidad. Puede que las mujeres tiendan a percibirla y demostrarla con mayor facilidad “por haber sido considerada, tradicionalmente, una actividad femenina”, añade. Pero esta norma social tiene su lado oscuro: “Una mujer educada para ser siempre amable y sonriente puede estar ocultando su enfado y frustración. Y esto puede hacer que no atienda a sus necesidades cuando entran en conflicto con las de los demás”.

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Intelectuales como Barbara Ehrenreich han abundado en esta idea. En su ensayo Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, denunciaba que la amabilidad sirve como herramienta coercitiva. Más recientemente, Sarah Ahmed, autora de La promesa de la felicidad, patentó la figura de la feminista aguafiestas, al asegurar que las luchas feministas, antirracistas y LGTBI, al hacerse públicas, se transforman en disruptores del bienestar colectivo y que la sonrisa y la amabilidad sirven como una excusa para deslegitimar la bronca y la critica. En este sentido, Bialobrzeska cree que ser amable no está reñido con ser firme. “No tenés por qué renunciar a tus opiniones o a tu asertividad, podés practicar la habilidad de hacerlo amablemente”, señala.

Sandstrom se muestra de acuerdo, y añade que, en cualquier caso, “el factor que mejor predice lo amable que sos con los demás (y lo amables que son con vos) no es tu sexo, sino tu personalidad”. Las personas más extrovertidas, abiertas y simpáticas declararon dar y recibir más amabilidad. Esta conclusión tendría sentido, pues el mayor obstáculo que señalan los entrevistados a la hora de ser amables es la vergüenza o el temor a que sus actos sean malinterpretados. Ser una persona extrovertida puede ayudarte a ser más amable y eso, a la larga, a ser más feliz.

De todas formas, puntualiza la experta, esto es algo que se puede educar. Ella se considera una persona “extraordinariamente introvertida” y casi todos los días habla con algún desconocido en el metro, actividad de la que da buena cuenta en su perfil de Twitter. Basándose en su experiencia, anima a la gente a sonreír y a ser amable. Y si hacemos caso a los datos, eso es, exactamente, lo que está haciendo prácticamente todo el mundo. Según un estudio de 2019 de la Goldsmiths University of London, el 98% de los ciudadanos se considera a sí mismo más amable que la media nacional. Somos agradables por encima de nuestras posibilidades. Y de lo matemáticamente posible.

Por Enrique Alpañés

©EL PAÍS, SL