La represión, los ataques y el fantasma de una guerra regional mantienen a los iraníes en vilo
NUEVA YORK.- A primera hora del viernes pasado, Mehrdad, un ingeniero de la ciudad de Isfahán, Irán, se despertó por el estruendo de las explosiones que sacudieron las ventanas y el piso de su casa. Y en Teherán, la capital iraní, a los pasajeros que estaban a punto de abordar sus vuelos de pronto les informaron que el espacio aéreo estaba cerrado.
Poco después se enteraron de que Israel había atacado.
Al escuchar el sonido de los proyectiles y las explosiones a la distancia, Mehrdad, de 43 años, entendió que el blanco del ataque israelí era la base militar que se encuentra en las afueras de su ciudad. Entrevistado por teléfono, el ingeniero y su mujer embarazada dicen estar aterrados de que estalle una guerra.
“Me parece que con los ataques de la otra noche Israel quiso tantear y evaluar la situación”, dice Mehrdad, que al igual que el resto de los entrevistados para este informe, pidió mantener su apellido en reserva por temor a las represalias.
“Siento que lo peor todavía no llegó, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que todo quede acá”, agregó.
Y al parecer lo mismo quiere el gobierno de Irán, que después de una semana de prometer una respuesta contundente a cualquier ataque israelí en territorio iraní, parece haber retrocedido del borde del abismo de una guerra con Israel.
Con graves problemas en su economía y una población cada vez más inquieta, el gobierno de Teherán parece haber adoptado una política “de dos carriles”, dicen los analistas: declarar la victoria sobre Israel y reprimir a su propio pueblo.
“Para el establishment iraní, los problemas externos e internos son dos caras de la misma moneda”, apunta telefónicamente desde Teherán el destacado analista y escritor Abbas Abdi.
“Están adoptando un enfoque agresivo tanto con Israel como con la disidencia interna, porque consideran que ambos temas han llegado a un punto de ebullición que, si no hacen nada, se agravarán cada vez más”, opinó Abdi.
Guerra solapada
El ida y vuelta de ataques entre Irán e Israel de las últimas tres semanas fue un sorprendente y preocupante desvío de la guerra solapada que venían librando desde hace décadas y despertó el temor a una conflicto regional. Irán respondió al ataque israelí contra su complejo diplomático en Damasco con una andanada de más de 300 drones y misiles crucero, por primera vez, directamente sobre territorio de Israel. La mayoría de ellos fueron interceptados por las defensas antiaéreas.
Los líderes mundiales le rogaron a Israel que respondiera con moderación, lo que hizo el viernes pasado, con un ataque con drones a una base de la Fuerza Aérea de la república islámica. El ataque dañó el radar de un sistema S-300, que brinda defensa antiaérea a la instalación nuclear de Natanz, en el centro de Irán.
Israel también disparó misiles aire-tierra hacia territorio iraní, pero infligió pocos daños deliberadamente. Más tarde, los medios de comunicación estatales de Irán y los funcionarios de Teherán minimizaron la importancia al ataque israelí.
Nasser Imani, un analista de Teherán con estrechos vínculos con el gobierno, dijo que Irán había enfrentado eficazmente a Israel y que ahora podía darse el lujo de aflojar las tensiones.
“El gobierno no quiere una guerra con Israel”, dijo Imani en entrevista telefónica desde Teherán. “Irán va a dejar las cosas acá y ya no actuará directamente, porque siente que por el momento ya ha dejado establecido suficientemente su poder de disuasión”.
Las crecientes tensiones con Israel llegan justo cuando Irán va tambaleando de crisis en crisis. Desde que comenzó el nuevo enfrentamiento, a principios de este mes, el rial –la moneda iraní– se desplomó: en estos días, el valor del dólar en el mercado paralelo, la medida más precisa de la situación económica interna, alcanzó los 660.000 riales.
La inflación, aunque inferior a las tasas del 40% de años anteriores, todavía se mantiene en una tasa anual del 32%, y los iraníes están hartos desde hace tiempo de la corrupción y la mala gestión económica del gobierno de los ayatollahs y de la Guardia Revolucionaria, que tiene importantes intereses en juego en la economía del país.
En términos más generales, la legitimidad del gobierno se ve constantemente erosionada por una población furiosa e indignada que en los últimos años ha salido a manifestarse en las calles.
De hecho, hace tiempo que el gobierno tiene problemas para mantener vivos los ideales revolucionarios e islámicos de la Revolución de 1979 que lo llevó al poder, a medida que las nuevas generaciones de iraníes exigen crecimiento económico y libertad y política y social.
El mayor levantamiento reciente, una revuelta de 2022 liderada por mujeres, comenzó como una protesta contra una ley que obligaba a las mujeres y a las niñas a cubrirse el cabello y el cuerpo con ropa holgada.
Caída del régimen
Pero la protesta pronto evolucionó en manifestaciones que exigían el fin del gobierno clerical. Y en marzo, el boicot electoral empañó las elecciones parlamentarias, que tuvieron una participación históricamente baja y una cantidad inédita de votos en blanco.
Decidido a evitar que eso se repita, el gobierno lanzó una ofensiva interna y ordenó a sus fuerzas de seguridad a tomar enérgicas medidas contra las mujeres que no respetan la ley del hijab, el uso del velo islámico.
Horas después de lanzar su ataque contra Israel en represalia por el ataque a Damasco, el gobierno iraní desplegó batallones de fuerzas de seguridad que inundaron las calles de Teherán y muchas otras ciudades.
También tomó violentas medidas contra las mujeres que desafiaban la ley del hijab, clausuró docenas de negocios que atendían a mujeres que no llevaban el tradicional velo islámico y amenazó con castigar a cualquiera que se atreviera a criticar o cuestionar sus ataques contra Israel.
Mientras cumplían con sus rutinas diarias, la semana pasada, los iraníes notaron una atmósfera de vigilancia policíaca.
Fahimeh tiene 32 años y dice que el lunes pasado, cuando se dirigía al gimnasio en un barrio de Teherán, se topó con un puesto de control fuertemente vigilado que detenía automóviles al azar para inspeccionar a las conductoras y pasajeras. Según Fahimeh, otro grupo policial iba deteniendo a las mujeres que pasaban a pie, muchas de las cuales tenían el cabello descubierto. Asustada, sacó una pañoleta de su bolso y se cubrió la cabeza.
De hecho, hasta los partidarios del gobierno critican duramente la decisión de resucitar la aplicación de la norma del hijab, anunciada el 13 de abril por el líder supremo, el ayatollah Ali Khamenei. Esas voces críticas señalan que ese tipo de campañas ya han fracasado en el pasado, y que no harán más que sembrar odio y división justo en un momento de “alta tensión” con un enemigo externo.
“En este momento tan delicado, el país necesita unidad y calma para enfrentar al régimen sionista”, señaló en las redes sociales Mohammad Yousefinejad, abogado conservador y partidario del gobierno, y agregó que haber activado nuevamente a la “policía de moralidad” es fruto “de la estupidez y la falta de comprensión de las prioridades” del Ministerio del Interior del gobierno islámico.
Por Farnaz Fassihi
Traducción de Jaime Arrambide