Opinión: Los fenómenos de El Niño son predecibles y deberíamos prepararnos para sus posibles consecuencias desastrosas

A medida que nos acercamos al invierno, la buena noticia para los que se estremecen al pensar en el frío es que las temperaturas quizá serán más cálidas para los habitantes de la zona norte del país.

Pueden agradecérselo al patrón meteorológico cíclico conocido como El Niño.

Pero para otras partes del planeta, el pronóstico no es tan agradable. Para algunas regiones podría ser desastroso. Es probable que aumenten las precipitaciones en Sudamérica y que se produzcan graves sequías en Australia, Indonesia y partes del sur de Asia. Ya se han producido inundaciones mortales en Perú e India, y en Australia, donde es primavera, las autoridades advierten de una temporada de incendios especialmente peligrosa este verano.

Y justo la semana pasada, el huracán Otis, tras intensificarse de manera explosiva, azotó la costa meridional del Pacífico mexicano como huracán de categoría cinco. El Niño puede haber desempeñado un papel en esa transformación en apenas 24 horas; las temperaturas más cálidas de la superficie del mar asociadas con el patrón meteorológico proporcionan condiciones favorables para el desarrollo de huracanes en el Pacífico oriental.

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Es inmenso el costo humano de las repercusiones de El Niño. Y dicho fenómeno también se comprende cada vez mejor. A medida que nos adentramos en otro año de El Niño, uno que podría ser “históricamente fuerte”, se plantea el reto de que las naciones ricas coordinen y profundicen su ayuda a los países en desarrollo antes de que se enfrenten a esas previsibles consecuencias.

El calentamiento de El Niño se suma a las temperaturas medias ya más cálidas que trae consigo el cambio climático. Esto hace que los impactos secundarios de El Niño —aumento de los precios de alimentos, más enfermedades infecciosas e incluso guerras civiles— sean cada vez más probables y peligrosos. También constituye una señal de advertencia de lo que está por venir a medida que se agrave el cambio climático. Nuestras investigaciones sugieren que El Niño de este año podría dar lugar a fenómenos como la pérdida de cosechas, que llevaría a 6,8 millones de niños a padecer hambre extrema.

El Niño es un fenómeno predecible. En general, sabemos cómo funciona, y cómo y dónde tiende a afectar a las personas y a los medios de subsistencia. Esas previsiones pueden utilizarse para ayudar a prevenir daños en los sistemas alimentarios, el suministro de energía y, lo que es más importante, la salud humana. Si no aprendemos a utilizar estas previsiones para dirigir la ayuda y prepararnos para los fenómenos meteorológicos y climáticos previsibles, ¿cómo podremos hacer frente a las consecuencias más imprevisibles del cambio climático?

El Niño se produce cada pocos años y comienza con un calentamiento del Océano Pacífico tropical que afecta los patrones meteorológicos en una vasta franja del planeta. En general, todas esas zonas experimentan temperaturas superiores a la media y la mayoría ve reducidas sus precipitaciones, mientras que una proporción menor se enfrenta a un aumento de lluvias.

Estos patrones se invierten cuando se impone el patrón meteorológico frío conocido como La Niña. Los tres últimos años de La Niña han provocado una sequía devastadora en el Cuerno de África, agravando el conflicto en Etiopía, Somalia y Kenia. Entretanto, el actual fenómeno de El Niño ha traído este año a Perú el mismo tipo de lluvias torrenciales que se cree que condujeron hace más de 500 años al peor caso conocido de sacrificio de niños, cometido, según los arqueólogos, para apaciguar a los dioses.

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En un estudio reciente, calculamos el impacto de El Niño en la nutrición infantil en los trópicos del mundo, reuniendo datos de más de un millón de niños a lo largo de cuatro décadas y en todas las regiones de los países en desarrollo, una muestra que representa aproximadamente la mitad de los más de 600 millones de niños menores de 5 años de todo el mundo. Descubrimos que las condiciones más cálidas y secas de El Niño aumentan la desnutrición infantil en la mayor parte de los trópicos, donde la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya considera que el veinte por ciento de los niños tiene un peso inferior al normal. Esta condición deja a los niños con bajo peso para su altura y edad, y baja estatura para su edad. Ese porcentaje aumenta un 2,9 por ciento por cada grado de calentamiento del Pacífico tropical durante los años de El Niño, lo que afecta a millones de niños.

Se prevé que el actual fenómeno de El Niño sea grave: la media de las previsiones apunta a que alcanzará su punto álgido a finales de 2023, cuando las temperaturas de la superficie del mar superen, en poco más de dos grados centígrados, la media de un año normal. Nuestra investigación sugiere que esto puede provocar que entre 3,5 y 6,8 millones de niños sufran desnutrición; el número mucho menor que puede beneficiarse del aumento de las precipitaciones es de unos 850.000.

Esto significa que El Niño de 2023 podría borrar un año entero de progreso en el trabajo de las Naciones Unidas para cumplir su objetivo de eliminar la desnutrición para 2030. Y esto ya lo hemos visto antes: en el caso del fenómeno reciente e históricamente fuerte de El Niño de 2015, el número de niños con un peso inferior al normal o por debajo del umbral de la OMS de insuficiencia ponderal grave aumentó en casi un seis por ciento, es decir, casi seis millones de niños más se vieron abocados al hambre, lo que tuvo un impacto duradero en su salud incluso si recuperaban su peso. Según nuestro estudio, para contrarrestar los efectos de El Niño de 2015 habría sido necesario proporcionar suplementos de micronutrientes a 134 millones de niños o alimentos a 72 millones de niños en situación de inseguridad alimentaria.

Deberíamos aplicar las lecciones de El Niño de 2015 a la actualidad. Las naciones ricas y organizaciones como las Naciones Unidas pueden coordinar la ayuda humanitaria sobre el terreno antes de que se produzca la crisis, y pueden dirigir esta ayuda con una precisión cada vez mayor. Sabemos con seis meses de antelación dónde El Niño suele provocar más lluvias y más sequías. Ahora tenemos que utilizar esta información para evitar que millones de niños padezcan un hambre extrema que les dejará secuelas físicas y cognitivas para el resto de sus vidas.

Algunos países, como Brasil, Indonesia y Australia, utilizan las previsiones de El Niño para prepararse ante inundaciones, incendios forestales y daños agrícolas. Y el Programa Mundial de Alimentos vigila las condiciones de El Niño, y ha pedido que se tomen medidas en respuesta a tales previsiones.

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Pero el hecho de que tantos niños se vean perjudicados por un fenómeno climático predecible sugiere que las amenazas de El Niño no se están abordando de manera adecuada. Para ello será necesario un gran cambio en la mentalidad de la comunidad internacional sobre los posibles estragos que pueden causar estos fenómenos meteorológicos y sobre cómo prepararse para ellos. Se necesitarán más recursos y una mejor coordinación entre las organizaciones internacionales de ayuda y los gobiernos para hacer frente no solo a este fenómeno de El Niño y a los futuros, sino también al empeoramiento de la crisis climática.

Ahora que la comunidad internacional se reúne en noviembre en Dubái para decidir qué hacer con el cambio climático, El Niño es a la vez una señal de alarma y una oportunidad para aprender a responder con velocidad a los fenómenos climáticos extremos. Millones de niños dependen de que lo hagamos bien ahora; millones más dependen de que aprendamos a hacerlo bien en el futuro.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company