Opinión: Los estándares tóxicos de belleza pueden heredarse

(Lulu Lin/The New York Times)
(Lulu Lin/The New York Times)

MUCHAS MADRES E HIJAS BUSCAN LO INALCANZABLE, LA ETERNA JUVENTUD.

Hace trece años, cuando mi mejor amiga y yo vivíamos juntas, nuestro baño compartido tenía unos cuantos productos: jabón, bronceador, desodorante, pasta de dientes, aromatizante y quizá, de vez en cuando, una crema facial que una de nosotras encontraba de oferta en Walgreens. Ni sérums, ni tónicos, ni productos antienvejecimiento. Nunca pensamos que no seríamos jóvenes para siempre. Nuestras cuentas bancarias estaban vacías, nuestros poros estaban obstruidos y el aplicador de nuestro rímel estaba seco... pero teníamos 22 años y podíamos ser desordenadas. Se nos permitía ser jóvenes.

Nuestra generación alcanzó la mayoría de edad durante la cultura de las dietas tóxicas de la década de 1990. A los miléniales no nos enseñaron el miedo a envejecer, sino el miedo a la grasa. La mantequilla era nuestra enemiga.. Cuando veíamos a las modelos de Victoria’s Secret en las pasarelas, nos despreciábamos. Los trastornos alimenticios quizá hayan sido un problema psiquiátrico, pero también eran un síntoma de un problema social. Y si tuviste una madre que interiorizó la cultura de la dieta y la proyectó sobre sus hijos, el daño también podría producirse desde dentro de la familia. Los investigadores han descubierto que las madres que fomentan la pérdida de peso o la restricción de alimentos o incluso expresan insatisfacción con su peso corporal quizá provoquen que sus hijas se vuelvan más susceptibles a los problemas relacionados con la alimentación.

A medida que mi generación crecía y era más consciente del impacto de la cultura de las dietas, empezamos a celebrar y fomentar abiertamente la positividad corporal. Muchos de nosotros nos dimos cuenta de nuestra propia dismorfia corporal. Empezamos a ver con claridad cómo nos manipulaban para reducir y odiar cada parte de nuestro cuerpo.

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Y, sin embargo, aunque parte de la sociedad llegó a aceptar los cuerpos naturales, no puede decirse lo mismo del proceso natural de envejecimiento de la mujer. Las arrugas son el nuevo enemigo, y parece que a la generación Z —y a sus hermanas pequeñas— les aterrorizan. Un video reciente en TikTok que han visto más de ocho millones de personas muestra a una mujer de 28 años con el rostro “natural”, es decir, sin bótox ni rellenos. Mientras algunas mujeres y chicas aplaudían su valentía, otras se horrorizaban. “Rezo para no verme nunca así”, decía un comentario.

La generación Z está familiarizada con la idea de someterse a tratamientos antes de tiempo como manera de “prevención”. Están creciendo en una cultura de redes sociales que promueve la búsqueda incansable de la juventud y, en casa, algunos de ellos están viendo cómo sus madres rechazan el envejecimiento con cada inyección y suero que pueden encontrar. Jessica DeFino, autora en materia de belleza, hace poco acuñó el término“madres antienvejecimiento” para describir a las madres “obsesionadas con alcanzar un estándar específico de belleza que fomentan la misma obsesión en sus hijas”.

Para mí, las lecciones sobre el cuidado preventivo de la piel vinieron de las redes sociales, no de mi madre. Me faltaban unos cuantos años para cumplir los 30 y devoraba el contenido de Instagram y series como Top Shelf del blog Into The Gloss de Emily Weiss. Mi régimen de cuidado de la piel se convirtió de repente en una rutina de 10 pasos, cada uno de los cuales prometía belleza y juventud prolongada.

Desde entonces, el auge de TikTok parece haber incrementado el modo en que se consumen e interiorizan los cánones de belleza antienvejecimiento. Muchas chicas y mujeres tienen ahora acceso ilimitado a publicaciones en las redes sociales, donde pueden ver rutinas para el cuidado de la piel, y el “antes y después” de cirugías plásticas.

Hay un apodo para los preadolescentes y adolescentes que se dedican al cuidado de la piel después de ser influenciados por las redes sociales: “Sephora Kids”. Johanna Almstead, una amiga de la industria de la moda, me cuenta que, en el chat de su grupo de madres local, casi todas las madres tenían “¡Cuidado de la piel, cuidado de la piel, cuidado de la piel!” en las listas de regalos navideños que les pedían sus hijas... de quinto grado. La hija de Johanna, de 10 años, no tiene acceso a las redes sociales, pero está expuesta a esta obsesión por el cuidado de la piel a través de sus amigas, quienes copian a las influentes de belleza de TikTok y cuyos padres les compran los productos —ácidos, exfoliantes y tónicos— aunque muchos de esos productos están formulados para las pieles que en verdad están envejeciendo o son susceptibles al acné.

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Los representantes de la costosa marca Drunk Elephant (favorita entre las adolescentes) publicaron en Instagram en diciembre una lista de productos seguros para niños y adolescentes. Comprar a una niña de 10 años un brillo de labios de colores o una crema hidratante para adultos quizá parezca trivial, pero me parece que puede crear una vía para que una adolescente de 15 años hable de las arrugas de la frente en TikTok. Debemos tener cuidado con la manera en que la industria cosmética manipula tanto a las madres como a los niños, y cómo, al respaldarla, nosotras como madres creamos una nueva serie de preocupaciones para nuestros hijos.

La moda del antienvejecimiento conlleva la misma toxicidad que la cultura de la dieta. Las “madres suero” no crearon la discriminación por edad, como tampoco nuestras madres crearon la cultura de la dieta. Pero teniendo en cuenta la velocidad a la que las redes sociales imponen a los niños cánones de belleza cada vez más inalcanzables, es hora de que consideremos nuestra obligación moral de minimizar los daños sufridos por la próxima generación.

Las madres son a la vez víctimas y culpables de una cultura que vende a las mujeres la mentira de que no somos suficientes así como somos. Y, sin embargo, si la inseguridad de una madre puede alimentar el autodesprecio de su hija, el amor propio radical de una madre podría proteger e incluso curar a su hija de una cultura tóxica. Cuando pregunto a las pocas amigas que no se han puesto bótox por qué no lo han hecho, me dicen que es porque les encanta cómo envejecen sus madres y cómo lo aceptan. No temen envejecer porque sus madres no lo hacen (o no lo hicieron). Puede que la cultura marque la pauta de unos cánones de belleza inalcanzables, pero las madres y las mujeres que nos rodean tenemos poder para cambiar la trayectoria de las inseguridades y el monólogo interior de nuestras hijas.

Sigo pensando en mi peso todos los días, pero temo que el impacto de las madres antienvejecimiento y la cultura en la que están inmersas sea peor que las lecciones que aprendí mientras crecía. Ojalá hubiera crecido con mujeres que se alimentaban de verdad: madres que comían cuando tenían hambre; madres que comían pan tostado, pasta y pastel de cumpleaños; madres que simplemente comían. Miro el hermoso rostro de mi hija, con las mejillas llenas de mantequilla e inocencia, y quiero que sepa que es suficiente, así como es.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2024 The New York Times Company