Murió John Williamson, el padre del “Consenso de Washington” que marcó los 90

El economista británico John Williamson
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WASHINGTON.- John Williamson, el economista británico que trabajó para el Banco Mundial y otras instituciones, más conocido por haber acuñado el término “Consenso de Washington” para describir un conjunto de reformas tendientes a fortalecer las economías débiles de América Latina y otros países, murió este jueves en su hogar de Chevy Chase, Maryland. Tenía 83 años.

Su hija, Theresa Williamson, informó que su padre tenía un desorden neurodegenerativo conocido como atrofia multisistémica.

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Williamson empezó su carrera como profesor universitario y trabajó por periodos para el gobierno británico, el FMI y el Banco Mundial, desde donde desarrolló políticas de fomento a las economías de países alrededor del mundo.

Tras un tiempo ejerciendo la docencia en Brasil, en 1981 se unió al Instituto para la Economía Internacional, con sede en Washington, —actualmente rebautizado Instituto Peterson—, donde desarrolló ideas para fortalecer las economías y los mercados globales.

En 1989, tras consultas con economistas del FMI, el Banco Mundial, y el Departamento del Tesoro y la Reserva Federal norteamericanas, Williamson propuso una lista de 10 ideas para fomentar y proteger a las economías emergentes. Esa receta se conoció como Consenso de Washington, que desde un principio fue objeto de desconfianzas y malinterpretaciones.

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001,
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001,


Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001, criticó severamente el legado del Consenso de Washington

En su forma original, el Consenso de Washington proponía varias ideas macroeconómicas básicas para recuperar la estabilidad de los países con finanzas endebles. El primer requisito, tal vez el más importante, era la disciplina fiscal. Otros eran concentrar el gasto público en educación, sistema de salud e infraestructura, bajar las tasas de interés, privatizar las empresas públicas para mejorar su eficiencia y reducir la corrupción, y garantizar el derecho a la propiedad.

“Los tres grandes ejes son la disciplina macroeconómica, la economía de mercado y la apertura al mundo”, dijo Williamson en aquel momento.

Esas metas de políticas públicas se pensaron para América Latina, pero rápidamente se convirtieron en un decálogo para reformar la economía global en vísperas del colapso del comunismo en Europa Oriental.

Críticas al nombre

“Al principio en América Latina hubo muchas críticas al nombre Consenso de Washington”, dijo Williamson en una entrevista para la historia oral del Banco Mundial realizada en 2006. “Porque ese nombre da a entender que había un grupo de personas que desde sus oficinas de Washington decidían lo que América Latina tenía que hacer. Quienes se oponían pensaron que esas reformas estaban siendo impuestas, pero eso no es mi percepción de cómo se dieron las cosas, y ciertamente tampoco de cómo debían darse.”

Sus ideas, a pesar de ser bien intencionadas, inmediatamente se chocaron con la realidad. Los populistas de izquierda, como Hugo Chávez en Venezuela, centralizaron muchos aspectos de la economía nacional, y otras reformas encallaron debido a la oposición de los gremios, la corrupción u otros problemas institucionales muy arraigados.

“El Consenso de Washington se escapó de mi control y pasó a significar lo que se le ocurra a cualquiera”, dijo Williamson en una entrevista de 2018 para el Centro de Estabilidad Financiera.

El presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, cada vez más aislado
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El expresidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, un economista ortodoxo, escribió un libro junto a Williamson en 2003 (Archivo/)

En su libro de 2002, El malestar de la globalización, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz escribió que el conservadurismo fiscal, las privatizaciones y los altos intereses simplemente no funcionaban en países económicamente subdesarrollados. El Consenso de Washington, concluyó Stiglitz, había dejado a algunos países mucho peor que antes, con estancamiento económico y redes de contención sociales debilitadas.

Pero estudios posteriores de economistas como Kevin Grier y Robin Grier mostraron que los países que habían mantenido en el tiempo su política de reforma económica tenían mayor crecimiento, mejores ingresos y nuevas condiciones económicas.

“No hay duda de que a América Latina le fue mucho mejor que a Europa Oriental”, dijo Williamson en 2009, durante otra recesión económica mundial. “Esta vez hubo más limitaciones en la mayoría de los países, y Latinoamérica está sacando ventaja de eso.”

John Williamson había nacido el 7 de junio de 1937 en Hereford, Inglaterra. Su padre tenía un vivero de plantas, y si madre era ama de casa.

Se recibió de la Escuela de Economía de Londres en 1958, sirvió dos años en la Fuerza Aérea británica, y en 1963 se doctoró en Economía por la Universidad de Princeton. A mediados de la década de 1960, mientras enseñaba en la Universidad de York, Inglaterra, desarrolló la teoría del “crowling peg”, un régimen de flotación cambiaria que mantiene la estabilidad de la moneda limitando la volatilidad de la tasa de cambio.

A fines de la década de 1960, Williamson trabajó para el Departamento del Tesoro británico, enseñó en la Universidad de Warwick, Inglaterra, y a principios de la década de 1970 ocupó un cargo durante dos años en la sede del FMI en Washington. De 1978 a 1981 enseñó en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro.

En la década de 1990, trabajó tres años para el Banco Mundial. Publicó más de una docena de libros y escribió decenas de artículos académicos, y en 2012 se retiró. Su libro más reciente, Growth-Linked Securities, apareció en 2017. Lo sobreviven su esposa durante 47 años, sus tres hijos, dos hermanas y siete nietos.

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Williamson era un ambientalista comprometido y un gran observador de aves: tuvo avistamientos de más de 4000 especies en los 104 países que visitó. En parte por razones ambientales, estaba convencido de que los gobiernos deberían imponer fuertes impuestos a las emisiones de carbono. También consideraba que otro sector debía pagar fuertes impuestos por el bien de la comunidad: la publicidad.

“Es perfectamente factible aplicar un impuesto del 20 o 30 % sobre la publicidad”, dijo en 2012. “Sería una enorme fuente de ingresos y tendría el beneficio adicional de limitar el bombardeo de productos innecesarios que sufrimos en la actualidad.”

The Washington Post

Traducción de Jaime Arrambide