Talleres jugó mal, cayó ante Newell’s y volvió a quedarse a las puertas de una gloria que persigue desde hace 50 años
Promediaban los años 70, el fútbol del Interior no afiliado directamente a la AFA amenizaba los antiguos torneos Nacionales con alguna que otra victoria sorprendente, pero parecía lejos de asomarse a los momentos decisivos de aquellos torneos que completaban las temporadas anuales. Hasta que uno de ellos decidió subir un par de peldaños más y plantearle pelea de verdad a los poderosos de Buenos Aires y alrededores. Era Talleres, el primero en ganarse un lugar en las marquesinas cuando llegaba la hora de la verdad.
La faltó el grito de la consagración. Lo acarició en la imborrable definición del Nacional 77 frente a Independiente en el estadio del Barrio Jardín, la noche del gol de Ricardo Bochini para el 2-2 sobre la hora cuando el Rojo llevaba más de 15 minutos jugando con tres hombres menos. Desde entonces pasó un mundo. El conjunto albiazul fue y vino muchas veces, conoció el purgatorio del Federal A, revivió, pero como en aquella ocasión inicial se quedaría siempre en la puerta, en sendas finales de Copa Argentina ante Boca y Patronato.
Lo mejor de Talleres vs. Newell’s
Por méritos ajenos, pero también por deméritos propios, en el cierre de este año la historia no hizo más que engrosarse con un nuevo capítulo, el que se escribió con su derrota 3-1 frente a Newell’s, en la última fecha de la Liga Profesional, y por supuesto, con el triunfo de Vélez en el Amafitani.
Llenó el Kempes la gente de la “T”, con la ilusión de las cinco victorias al hilo y la aparente depresión que arrastraban los de Liniers. Pero nada fue como se suponía.
Todos los altibajos que Talleres había mostrado durante el transcurso de un torneo en donde desperdició varias oportunidades de prenderse de la punta para así alcanzar la última jornada con ventaja a su favor deambularon por el césped. Desde el atolondramiento cuando quiso buscar el arco rival por vías directas hasta la ausencia de cambio de ritmo cuando Newell’s le cedió terreno y pelota invitándolo a elaborar más el juego de ataque, pasando por una debilidad defensiva que se fue acentuando a medida que iban dando vueltas las agujas del reloj.
La tarde cordobesa demoró apenas 2 minutos en agitar los primeros fantasmas de las viejas tristezas. Fue el tiempo que necesitó el conjunto rosarino para darse cuenta que tenía frente a sí a un equipo más nervioso que convencido, más ansioso que preciso. Provocó un córner por izquierda la Lepra, Mateo Silvetti capturó el rechazo, volvió a meter la pelota en el área y el pique al vacío de Augusto Schott lo dejó mano a mano con Guido Herrera, que le tapó dos veces el remate.
La ausencia entre los titulares de Rubén Botta, apenas recuperado de un desgarro -su ingreso a los 10 del segundo tiempo aportó las únicas ráfagas de luz en un ataque cegado desde el arranque hasta el final-, le quitó frescura e inventiva al elenco de la Docta, y le dio a un adversario plagado de bajas la comodidad de manejar estratégicamente el choque sin demasiados esfuerzos.
Newell’s solo debió esperar que las urgencias del local se fueran transformando en desesperación en el segundo tiempo para ir transformando el encuentro en una simple anécdota sin trascendencia en la definición del campeonato. La velocidad y justeza de Francisco González (gran zurdazo para el 1-0 y dos centros exactos para los otros dos goles rojinegros) puso el resto para redondear una actuación que, si bien no lava la pésima campaña de la Lepra en la temporada, al menos le permite irse de vacaciones con una sonrisa y una buena dosis de esperanza para el futuro.
Volvió a quedarse en la puerta Talleres, pero nadie puede negarle hoy su carácter de pieza importante dentro del fútbol argentino. Su presencia ya se ha hecho habitual en torneos continentales. Sobre todo, en la Copa Libertadores, lo que indica que repite ubicaciones entre los primeros de la tabla general año tras año -en 2024 fue segundo en el torneo y en la clasificación anual-. Amaga con dar el zarpazo, y una y otra vez falla en el momento crucial. ¿Qué le falta? Quizás un par de estrellas que marquen diferencias en esos días en los que es necesario un plus de jerarquía y personalidad para alcanzar la gloria.
No aparenta ser, en todo caso, el objetivo que persigue el club que preside Andrés Fassi. Su política va menos orientada a cosechar títulos que a buscar perlas jóvenes a buen precio en los mercados de todo el continente -Talleres es el más latinoamericano de los equipos argentinos, con un técnico uruguayo y jugadores de Paraguay, Chile, Colombia y Venezuela- para revenderlas en varios millones de dólares una vez maduradas. Es su método para mantener la regularidad, aunque eso obligue a rearmar permanentemente el plantel y provoque reproches y frustraciones entre sus seguidores.
El club que allá por los 70 dio los primeros golpes sobre la mesa para avisar que el Interior postergado también tenía algo para decir en el fútbol grande del país continúa medio siglo después debiéndose el premio de una vuelta olímpica. Tendrá que seguir insistiendo para que alguna tarde o alguna noche logre por fin inaugurar su colección de estrellas sobre el escudo. Ningún hincha que conozca de historia podrá decir entonces que no se la merece.