Franco Colapinto corrió, cumplió y disfrutó: la intimidad de su estimulante primer día como piloto oficial de Williams
MONZA (Italia).- Los mecánicos de Williams empujaron al FW46 marcha atrás, metiéndolo bajo las luces led del box. Aníbal Colapinto, apretada su emoción por los cascos de la radio del equipo, tenía que contenerse para no correr hacia el coche. Los 8 mecánicos de esa saeta azul que había corrido hasta 342 km/h en la FP2 de Monza hacían su rutina: quitar el gato que permitió mover fácilmente el auto y encender ventiladores para enfriar radiadores y frenos, mientras el encargado de atar a Franco una hora antes ahora se inclinaba sobre él para ayudarlo a desatarse. Reinaba un silencio expectante en el box y Benny Howard, el jefe de mecánicos, le mostró no sin cierta timidez y discreción el pulgar hacia arriba a Franco.
Entonces Aníbal Colapinto respiró hondo. Ya se había quedado sin aquellas lágrimas de alegría del martes, tan solo 72 horas antes, cuando le comunicaron que su hijo ya era piloto de Fórmula 1. “Pasan cosas mágicas en la vida”, pensó entonces.
Y allí estaba su hijo. Escribiendo, tras dos horas de sesiones libres, una primera filigrana de oro en su incipiente carrera de gladiador de la Fórmula 1: 1m21s784m, a 1,04 segundos del más rápido del día, Lewis Hamilton. Pero no era eso lo importante. Lo increíble, lo estimulante era que, calzando neumáticos de banda roja -los más blandos-, había quedado a tan solo 192/1000 de su experimentado y rápido compañero de equipo, Alex Albon.
Una vez que le quitaron el volante, Franco se apoyó en las barras del sistema de protección Halo, se paró en la butaca y saltó por el lado derecho. Giró la cabeza y vio a su padre ahí, al fondo, privilegiado, emocionado, entusiasmado testigo de lo que habia hecho. Los ojos se le achinaron por la sonrisa dentro del casco. Se quitó los guantes y el casco, el rumor de los motores de los ventiladores pasó a segundo plano cuando los mecánicos activaron el seco martillear de las pistolas neumáticas para quitar las gomas. No pudo caminar hacia Aníbal. No era necesario, ya se habían abrazado largamente el jueves cuando él y su madre, Andrea, llegaron después de atrapar a última hora un vuelo en Ezeiza.
El “team principal” James Vowles se mostró circunspecto tras los primeros momentos. A Franco se le había encomendado la misión obvia para el primer día de un “rookie”: ir con cuidado, de menos a más, sentir el coche y asegurarse de dar todas las vueltas posibles. Durante todo el fin de semana no se le pide (ni sería lógico hacerlo), un resultado concreto. Hay novatos que, llevados por su entusiasmo, salen a impresionar sin pensar en el proceso. Si no, que se lo cuenten a Kimi Antonelli, niño mimado de Wolff que le confió el Mercedes de George Russell y se lo devolvió en pedacitos este mismo viernes…
Haciendo eso, concentrado en sentir y disfrutar, como le comentó a su padre después de finalizar el día, Franco quedó a menos de dos décimas de Albon bajando en cuatro décimas la diferencia que le había sacado el británico-tailandés en la primera práctica libre. Su jefe, que el jueves hizo una enjundiosa presentación del piloto a todo el equipo reunido en el acristalado “hospitality”, tenía que estar satisfecho.
Quien esto escribe –valga el inciso personal- fue propietario-socio de equipos de competición de Fórmula 3.000 y Fórmula 2, a comienzo de este siglo. Ahora viene a la memoria la imagen de Esteban Guerrieri, buen amigo de Franco, que impresionaba por las mismas características que se ven en Colapinto: muy tranquilo, muy concentrado, dispuesto a escuchar y aprender y siempre dispuesto a dar un paso más allá para progresar.
El Franco que recorre Monza este fin de semana luce apenas distinto al que podía observarse en la F2 en los últimos meses. El joven que se presentó el jueves ante los periodistas de motor de todo el mundo y el mismo que manejó el Williams FW46 parece concentrado pero distendido, que disfruta y que parece muy alejado de toda la presión y las expectativas externas, que son una mochila a veces dañinas.
Franco ha heredado el equipo de mecánicos e ingenieros que tenía el estadounidense Logan Sargeant, que llegó a correr 36 GP con Williams y privado de su butaca el lunes tras su accidente en Zandvoort. Su ingeniero de carrera o principal, Gaetan Jego, será quien lo guie por la radio. Otros cuatro atienden para él el motor Mercedes, la puesta a punto eléctrica, el de control, el de sistemas electrónicos/eléctricos y el de rendimiento o performance que extrae de la telemetría y las maniobras de Franco: vigilan cualquier detalle que se pueda mejorar.
Han pasado 43 años desde que Carlos Reutemann dejara el entonces victorioso equipo Williams después de perder el campeonato en Las Vegas ante Nelson Piquet. Entonces, bastaba con un único ingeniero. Y no habia simuladores. Porque si Franco mostró el potencial que tiene dando en torno a 40 vueltas en una jornada inolvidable, es por su dedicación al simulador de Williams, donde llevaba meses construyendo este momento. Pasó dos noches casi sin dormir ante la enorme oportunidad que se le presentaba (menos durmieron sus padres y María Catarineu, su manager junto al ex piloto James Campbell Walter).
Williams es un equipo que trabaja para avanzar. Comienza a disponer de una mejor financiación tras algunas temporadas de vacas flacas. Hay avances porque 5 veces este año Albon ya entró en las Q3, última fase de las pruebas de clasificación. Este sábado se editará la segunda página del libro que Franco comienza escribir junto a Vowles y Albon. Van a pasar muchas cosas con este “rookie” que estimula. El alma “fierrera” de los argentinos ha vuelto a iluminarse. Hora de disfrutar. Como ya lo está haciendo Franco.
Colaboración: Orlando Ríos