Facundo Conte, con LA NACION: “Guardé todos los premios individuales porque siento que no es el espejo en el que quiero mirarme”
Invita a sentarse en una de las escalinatas de su casa. Explica que le encanta estar al aire libre, que quiere disfrutar del día. “Está lindo para charlar por acá”. Su andar es etéreo y su sonrisa completa la escena. Se entiende perfectamente que se trata de un hombre que a los 35 años satisfizo sus deseos deportivos con creces y que eso liberó su mochila, porque él cargó una de las pesadas, esas que se llevan cuando la herencia es grande. Se advierte que su último baile como jugador de vóleibol en el club Ciudad, su casa, fue tan esperado como planificado. Que no tiene cuentas pendientes, que supo domar egos, reconocer debilidades y que en ese camino se pudo encontrar. Por eso, Facundo Conte cuando habla se siente liviano y puede darse cuenta, aunque no lo diga, de que grabó a fuego su nombre en el deporte argentino y que construyó su propio legado.
Él no se detiene en sus logros, no pretende hacerlo, su profundidad desanda otras rutas. Pero resulta inevitable no pensar en que disputó cuatro Juegos Olímpicos: Londres 2012, Río 2016, Tokio 2020 y París 2024. Y que formó parte de ese grupo que pisó con contundencia en la capital japonesa al conquistar el bronce y conseguir la segunda medalla olímpica del vóleibol nacional, 33 años después de la primera, allá en Seúl 1988, cuando Hugo, su papá, era la figura de aquel equipo.
Facundo construyó una marca de identidad con la selección argentina de vóleibol con la que también fue campeón panamericano en Toronto 2015 y obtuvo la medalla plateada en Santiago 2023. Pero también en el mundo su nombre y apellido comenzó a multiplicarse rápidamente. Hizo las valijas en 2007, cuando se fue a jugar a Europa, y durante 15 años recorrió el mundo. Italia, Rusia, Polonia, Brasil, China, Qatar y un regreso, en 2022, a la Argentina, resultaron una aventura increíble que terminó con su retiro hace algunas semanas. Y no se trató de un cierre, sino de una reinvención, porque el desenlace implicó particularidades y una búsqueda personal que recorrió con LA NACION y que permitió entender de qué se trató el vértigo de haberse convertido en una estrella de su deporte.
–¿Cuánto tiempo te llevó tomar la decisión? ¿Cómo fue todo ese proceso?
–Me llevó años y años de conocerme, en realidad. No se trató solamente el hecho de dejar de jugar, porque creo que es muy absolutista la mirada que tenemos sobre esa situación. De que uno tiene que ser jugador de vóleibol hasta que le dé el cuerpo y en realidad todo pasa por conocernos, por descubrir nuevas facetas de nosotros mismos. Bueno, eso a mí me fue pasando. La primera gran cuestión que me llevó a empezar a tener este tipo de pensamiento fue la lesión que tuve en el hombro, a los 22 años. Estuve un año sin jugar. En ese momento se me vino todo abajo. Me pegué contra la realidad. Entonces, inevitablemente, esa idea de que [algún día] se iba a terminar empezó a madurar. No el hecho de dejar de jugar, sino de tomar elecciones que me hagan bien, que me representen más a nivel humano, no solamente en lo deportivo.
Se apasiona, no se detiene, explica cada detalle de su carrera: “En ese momento voy de China para Brasil. Juego tres años en Brasil. Fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi carrera y cambió justamente mi perspectiva de la vida, el disfrute por fuera de la cancha. Y, bueno, después volver a Argentina fue parte de ese proceso. Yo estuve acá dos temporadas y después de Tokio, de haber ganado la medalla… Como que algo también ahí sucedió muy fuerte porque había alcanzado mi sueño. Mi sueño estaba cumplido. Entonces, recrear una situación nueva de eso no fue fácil. En ese momento me fui a jugar a Polonia y cuando terminó la temporada, que nos fue muy bien, salimos terceros, un hito para el club en ese momento, dije, bueno, algo está pasando en mí y necesito sí o sí sacarme las ganas de jugar en Argentina. Porque yo a los 18 años me fui, no jugué nunca en la liga y quería hacerlo ante mis amigos ante mi familia. Haber tomado la decisión de venir fue como empezar a cumplir todos esos sueños o cosas pendientes que tenía”.
Se despidió Facundo Conte.
A los 35 años, el medallista olímpico 🥉 se retiró de la actividad con la camiseta de Ciudad de Buenos Aires.pic.twitter.com/WOT6CoCMdf— Voley Plus (@VoleyPlus) November 18, 2024
–Una despedida premeditada…
–Le di de comer al Facu de 18. Cuando me fui de acá, me fui con el corazón roto, porque, bueno, iba a estar mucho tiempo afuera. Y creo que en parte vine a sanar a Argentina. No solamente a jugar y a ganar, sino que vine a sanar.
–Cumplir el sueño de la medalla, ¿te dejó un vacío muy grande?
–Bueno, es muy loco porque, si bien tuve 10 o 15 días libres tras los Juegos Olímpicos, después de eso tuve que levantarme todos los días a empujar mis límites igual que antes. Pensé que en el momento en el que obtuviera ese sueño, mi vida iba a estar resuelta, que todos mis problemas se iban a acabar, que iba a andar en pelotas por la calle, ¿entendés? Todas cosas que no sucedieron y tuve que levantarme todos los días en busca de mejorarme. Entonces, ahí empezó a moverse otra cosa que generó la búsqueda de otros sueños. Si bien mi sueño de chico era tener una medalla olímpica, después mi sueño fue jugar en mi casa y salir campeón. Y ahora mi sueño es expandirme justamente a otras áreas de mi vida. Me siento muy agradecido y afortunado de haber podido, como persona, cumplir un sueño y realización tan importante a una edad tan temprana.
–¿Cómo vas a domar tu animal competitivo?
–¿Pero por qué lo vemos como que esto termina?
–No digo que tenga que terminar. Digo, ¿dónde lo ponés?
–En gran parte estoy dejando de jugar porque para hacerlo como me gusta tengo que estar en un modo bestia y siento que no me es completamente beneficioso en mi vida. No sé si necesito hoy eso. Estoy buscando emociones un poco más estables en mi vida. Y lo que me ha pasado también es que al volver a Argentina y buscar esas emociones estables, empezó a hacerme una especie de ruido entrar a la cancha y tener que matar al rival. Entonces, no es un final, en realidad es una transformación. De hecho, con el tiempo y conociéndome más. logré soltarme más, ser más yo adentro de la cancha, y eso me pone muy feliz. Justamente al descubrir eso, advertí que puedo ser yo también afuera de la cancha. Soy pasional, soy competitivo y me gusta la adrenalina. Y ahora buscaré cosas que me brinden esas emociones en los deportes extremos y acuáticos. Hay una cuestión ahí de adrenalina, de no competencia, de no tener que ganarle a nadie, pero sin embargo está el querer hacerlo bien, está el desafío. Esas cosas me nutren.
–¿Ya encontraste cosas que te mantengan activo?
–Hace seis meses hice mi primer campus, que fue un desafío tremendo. Yo estoy acostumbrado siempre a hacer todo con el cuerpo y haber vivido los Juegos Olímpicos y haber vuelto a Argentina y tocar la locura que hicimos, no solamente nosotros mismos, a mí me creó un propósito y un sueño nuevo. Yo no quería ser ejemplo de nadie cuando era más chico y mi viejo era quien era y él me transmitía eso de que hay mucha gente mirándote. Y yo no quería ser ejemplo de nada, quería romper las estructuras. Pero ahora me empezó a surgir algo de que quiero transmitir lo aprendido. ¿Por qué? Porque hoy la gente ve la medalla olímpica, pero yo estuve un año sin jugar porque me rompí el hombro y no sabía quién iba a ser en mi vida, quién iba a ser yo. Estuve un año que no podía pegarle a la pelota, o sea, no sabía si iba a volver a jugar al vóleibol. Después fuimos a los Juegos Olímpicos de Londres y nos limpiaron y fuimos a Río y perdimos completamente de otra manera, muy a la altura de las circunstancias, pero perdimos, eso fue un golpe tremendo. Todas esas cosas fueron las que terminaron horneando el camino. Entonces se generó justamente el nuevo sueño de poder transmitir algo más allá de la acción.
–¿Qué implica “logré ser yo dentro de la cancha”? ¿De qué te diste cuenta?
–Creo que la forma en la que vemos el juego y cómo está planteado la individualización del juego. Siempre estamos buscando al máximo anotador, al mejor jugador, al mejor receptor, al que más. Cuando en realidad se trata de un equipo; eso fue un aprendizaje tremendo, no por creer que estaba por encima del equipo, sino porque yo quería ser el mejor jugador. Yo quería ser el mejor jugador y de repente, pasando por muchas cosas, empecé a entender más sobre lo que significa realmente el trabajo en equipo. Eso fue un aprendizaje, porque el sistema en sí no te lleva a que pienses de esa manera, sino a que pienses que tenés que ser el mejor y si hacés más puntos que el otro, vos vas a tener un premio y en realidad estamos ganando todos.
–Y pierden todos.
–Ni hablar. Había momentos en los que yo me sentía muy bien, pero perdíamos. No en la selección, en los clubes, lo que sea, y perdíamos.
–¿Y creías que era tu responsabilidad?
–Exacto, en el ganar y en el perder. Entonces, esa construcción fue un aprendizaje enorme. De hecho, salimos medallistas olímpicos y yo salí mejor receptor del torneo. Que yo en esa misma cancha habré recibido 400 millones de pelotas, porque no sabía recibir de la manera que aprendí a recibir después. Entonces creo que tiene ese otro mensaje.
–Hacer sólo lo que nos sale bien, tal vez, te hace perder de vista que hay otras posibilidades.
–Exacto, que es justamente lo que me lleva hoy a tomar la decisión de no jugar más profesionalmente, con miedo obviamente. Porque es lo que sé hacer bien, lo conozco a la perfección, todos me respetan por lo que yo hago y hay un efecto en la cancha cuando estoy. Pero ahora necesito un desafío nuevo porque quiero crecer, no quedarme solamente con eso. Así que me pone muy contento y es lo que intento transmitir también.
–Por algunas cosas que decís, da la sensación de que necesitabas correrte porque algunas cuestiones no te hacían bien.
–Exacto. Como te decía, justamente busco emociones más estables, más estabilidad en mi vida, emocional, porque quieras o no estás todos los fines de semana rindiendo un examen. Entonces, a su vez, la vida también se trata de ir construyendo cosas que llevan tiempo y acá es todo muy inmediato y siempre tenés que estar al máximo y si te lesionaste y te dicen que tenés 15 días para recuperarte, vas a hacer todo para estar en 10. Entonces, es llevar al cuerpo, al organismo, a empujar el límite. Entonces, sí quiero empujar mis límites, pero tal vez quiero hacerlo en otras cosas. Es que yo nací para ser Facundo Conte, o sea, desde chico tengo fotos con las pelotas en la mano, siempre quise jugar al vóleibol.
–¿Vos querías eso?
–En todo momento quise eso, yo crecí yendo al estadio con la gente gritando el nombre de mi viejo. Vinimos acá en el 2000, mi viejo jugó los Juegos Olímpicos en Sidney, el Mundial 2002, yo tenía 13 años y tenía un poco más de conciencia también de todo. Ver y sentir la admiración de la gente, la locura de la cancha…Yo quería hacer eso y empecé a ser jugador de vóleibol mucho antes que todos, mucho antes que mi viejo. Entonces, justamente, él jugó hasta los 43, pero bueno, yo tal vez empecé 8 años antes a jugar. Entonces, a su vez, me siento tan joven, tan pleno y tan feliz, que quiero usar toda esta energía y toda esta fuerza no solamente para ganar partidos, sino para construir una familia, para construir mi futuro, para construir mi hogar, para construir mi entorno… Siento que el deporte es parte de mi vida y va a estar siempre en mi vida. Y me encantaría que una etapa sea enseñando y compartiendo, otra practicando, tal vez otras cosas, otras actividades.
–¿El deporte de alto rendimiento es saludable?
–El deporte de alto rendimiento no es salud. El deporte sí es salud. El deporte es salir a correr, jugar, entrenarse dos o tres veces por semana, es moverse, es salud, es necesario, activa nuestro organismo, son incontables los beneficios. Ahora, el alto rendimiento es justamente empujar la vara de lo que vos podés dar, siempre es un poco más. Entonces, estás todo el tiempo queriendo empujar esa pared que a veces es muy pesada. Yo empujé mis límites cuando no podía levantar el brazo, en ese momento empujar el límite era poder tomar agua, lavarme los dientes. Tengo que poder hacer eso y de repente tenés que pensar en pegarle a la pelota y la violencia que eso le hace al cuerpo. Si bien hoy me siento más joven que hace 10 años es justamente porque aprendí a cuidar mi cuerpo y a darle a mi cuerpo lo que necesita para estar mejor.
–¿Tenés registro de un momento en particular en el que pudiste advertir que tenías que dejar de jugar?
–Cuando llegó el momento de los Juegos Olímpicos de París. Si bien mi familia sabía que yo estaba planeando hacerlo, la decisión la tomé en el momento en que terminó el partido. Ese partido fue el más difícil que jugué en mi vida, sin duda contra Alemania. Dicho entre paréntesis, ese fue el último partido en el que fui Facundo Conte a matar o morir. Ese animal llegó hasta ahí. Por eso ahora tengo muchas ganas de empezar a tomar mis propias decisiones para trabajar.
#Voleibol Facundo Conte, muy emocionado tras la victoria frente a Brasil: “Esto es el reflejo de un grupo que luchó cada pelota durante todo el torneo y eso me pone muy orgulloso y contento. Logramos hacer historia”. 🥉🤩🏐🇦🇷@gerardowerthein @FacuConte7 @Voley_FeVA #EquipoARG pic.twitter.com/oywOqQ0v6U
— Comité Olímpico ARG (@PrensaCOA) August 7, 2021
–Llevas más de 20 años obedeciendo, es decir, bajo las órdenes de alguien,
–Claro. Y eso tiene un peso. Entonces, quiero ser yo quien tome la decisión de si me quiero levantar. Quiero ser yo el dueño de ese tiempo. Quiero ser yo el dueño de mi vida, porque al fin y al cabo le pertenezco a un sistema, a un equipo. Hoy estoy para tomar las riendas de mi vida en todo.
–¿Ese proceso lo encontraste solo?
–Tengo dos padres muy sensibles que me han ayudado muchísimo en el comienzo del camino. A la vez tuve que aprender de mis propias experiencias. Adquirí herramientas para resolver situaciones y encontré herramientas en la espiritualidad, que la verdad que me ayudaron muchísimo a sobrellevar diferentes momentos y aprender más. Después de la lesión del hombro encontré estas técnicas. Y casualmente, terminé de jugar y empecé terapia, gestáltica, porque quiero aprender más de mí. Siento que me he escuchado muchísimo y siento que tuve mucha ayuda, no solamente de profesionales graduados, sino de personas muy sabias y amorosas. Pero en algún punto las respuestas ya están adentro nuestro. Tenía personas que por ahí no eran profesionales, pero sí que me empujaron a cuestionarme mucho y tener un entorno sano. De eso se trata, de que te puedan acompañar cuando meas afuera del tarro, que te bajen el copete, pero no porque te estás yendo, sino que porque te mantiene los pies en la tierra.
-¿Te confundiste en algún momento?
-Sí, sí, ni hablar. Bueno, la lesión del hombro fue un “tate quieto” lindo, un baño de humildad. De realidad también, porque ahí sentí mi mortalidad. Por ahí cuando somos chicos no tomamos realmente conciencia de eso, que también está bien, pero bueno, esas cosas ayudan. Caer en esa cuenta te lleva a que seas mejor. Yo de chico iba a ser mejor que mi papá ¿Cómo no voy a hacerlo? Y, ¿qué carajo importa si voy a ser mejor que mi papá? Quería que se preocupen por mi adolescencia y no me diga que tenía que ser mejor que mi papá. Por eso es muy difícil llevar esa mochila. Por eso en algún punto también busqué romper estructuras, desde chico ya como que, nada, tenía esa rebeldía, por así decirlo.
–¿Cómo se controla?
–Es complicado, porque en un momento pensás ¿cómo yo no voy a poder hacer esto? Si yo salto y pego más que lo demás. Y hago un punto y toda la gente me grita. Después ves que es una gilada, o crees que es una gilada y no, mirá que la vida no está dentro de la cancha. Es hermoso, es sumamente divertido jugar. Porque a mí, la sensación de estar adentro de la cancha y que me lata literalmente la cabeza de la presión, que no pueda escuchar por los gritos, estar todo mojado de transpiración, con taquicardia, teniendo que contener mi emoción de tener que, no sé, gritarle a alguien, me encanta. Ahora, eso no es la vida. No va por ahí. Entonces, en ese momento, cuando era más chico, tal vez sí pensaba que era por ahí. Yo un día me levanté y tenía el brazo atado al cuerpo. Yo tenía un látigo en el brazo ¿Y ahora qué? ¡Claro! ¿Quién sos? Si no podés jugar más a los 22 años. Yo era, no sé, la promesa, vamos a decir, por alguna boludez de esas. El problema es que yo asumía eso en ese momento. Es una boludez para mí ahora mirarlo, pero yo asumí eso. De repente, de sentirme el mejor jugador, con 22 años, que ya les ganaba a los grandes y peleaba con los grandes, a pasar a estar tirado en una cama con el brazo atado y no jugar por 11 meses. Eso fue una bajada de humo importante. Como que me hizo abrir los ojos. Entonces, ahí empezó un trabajito interno a hacerme una semilla de humildad.
–¿Fue mucho vértigo el que viviste antes de la lesión?
–En ese momento entendí que si yo quería algo lo iba a tener que construir. Porque hasta ese momento fue como que yo iba con el tobogán enjabonado, yendo a una pileta llena de pelotitas. Todo me fluía con naturalidad, yo aprendía las cosas rápido. Siempre de chico jugué con las categorías más grandes. Estaba en quinto grado y jugaba con los flacos de tercer año en el colegio, ¿entendés? O sea, seis, siete años más que yo. Y era todo fácil.
–Al comienzo dijiste que cumpliste el sueño de ganar la medalla olímpica. ¿Dónde está esa medalla?
–Guardada. Cada tanto la saco. Está guardada por una cuestión de seguridad. Lo cual me molesta un poco también, ¿no? Pero... bueno. Yo espero algún día poder verla ahí todo el tiempo. Es algo muy interesante lo que pasó. En mi casa tenía estantes en el living; y empecé a llenarlos con premios individuales: Olimpias, un Clarín... bueno, diferentes premios que fueron llegando a mi vida. Que son hermosos y son mimos. En el momento en el que gané la medalla, me senté a mirar la pared y me dije: “¿Yo soy todo esto?”. Los saqué de ahí y los puse en otro lugar. Guardé todos los premios individuales porque sentía que no era el espejo en el que quiero mirarme constantemente.
–Era sólo alimentar el ego…
–Exactamente. Entonces, la medalla representó otra cosa. Representó algo mucho más profundo y personal. Siento que mi ego, mi perfil deportista y personal, que están unidos, están saciados. Como que están superadas las expectativas. ¿Por qué? Porque el haberlo logrado fue hermoso, pero tres años después nos limpiaron en los Juegos. Entonces, la vida es un poco así. Fuimos a jugar un Juego Olímpico que no tuvo nada que ver con lo de Tokio. Y la expectativa que nosotros teníamos de nosotros mismos… No se pudo recrear la misma situación.
–Tal vez esa derrota puso en contexto el logro y el valor de la conquista.
–Pero claro, por eso dejé de jugar con una felicidad absurda. Y dejé en ese momento contra Alemania. Cuando nos mataron y me sentí humillado, porque me sentí humillado. Porque teníamos que ganar 3-0. Nos cagaron a palos. Y fue raro dejar de jugar en un partido tan... en el que te recagan a palos. Después de haber ganado tanto... Perder así y terminar así. Pero bueno, fue justamente eso. No iba a esperar un momento en que mi ego esté satisfecho, que sea un globo aerostático. Quería que fuera el momento en el que realmente lo sintiera y dijese: “Es hasta acá. Ya está”.
–Ya estaba saciado ese hambre.
–Ya estaba saciado. Aunque por el animal competitivo siempre te reinventás. Pero como ya estabas saciado. Ya el viaje se pagó. Con muchas cosas. Con esfuerzo, sudor, alegrías, lágrimas, tristezas, operaciones, miedos. A veces me hablan y preguntan “¿cómo va el duelo?”. Yo no estoy haciendo ningún duelo, porque yo estoy muy feliz y agradecido. No tengo nada que reprocharme. Si hubiese podido elegir un momento más épico que este para poder dejar de jugar, con una medalla en mi club, ganando dos veces, con el respeto y el cariño de todos... Después de los Juegos Olímpicos me pasaron cosas absurdas, como que venga una persona a decirme gracias por salvar a su hija de la depresión. Y yo sentí que se me hizo un hueco en el pecho. Es un montón, una locura.
–¿Ahora pudiste dimensionar todo?
–Con el transcurso del tiempo, entiendo que se podrá ver el mapa completo. Porque estuve en la selección desde que tengo uso de razón. A los 15 años entré en la selección. Y siempre fue normal todo eso para mí. Mi padre estaba en la selección.
–Naturalizaste algo que no le pasa a todo el mundo.
–No lo naturalizo solo yo. Creo que es algo generalizado. Pero bueno, ahí está lo real de todo esto. Para mí fue un despertar nuevo. Que despertó justamente nuevas ideas, nuevos sueños, nuevas emociones. Tal vez en esta charla estaríamos hablando más de vóleibol y de los logros y no del fondo de los logros. Por eso, conociéndome y pudiendo hablar más abiertamente de quién soy yo, de qué me representa, dejé de querer ser alguien que yo no era y quiero ser yo.
–Me decías que cuando tenías 12 o 13 años todos te decían que debías ser como tu viejo. ¿Cuándo te amigaste con eso?
–Estuve mucho más peleado… Peleado, no... Sin dudas me dio unas herramientas increíbles y yo siempre fui consciente de eso. Por eso hablaba de que mis viejos son unos capos, porque me han acompañado increíblemente, me han enseñado amorosamente y eso me dio herramientas para poder encarar todo el resto. Cuando tenía 12 o 13 años, lo que más entendí es que la presión no te la pueden poner los demás. Sos vos mismo el que te presionás por la mirada del otro. Entonces, en ese momento se craqueó algo en mi cerebro. No tengo por qué ser igual o mejor que mi viejo. Entonces, cuando lo solté todo fluyó. Y si lo hubieras tenido que escribir no salía así. Y yo la verdad que siento que vivo un cuento. Y lo más hermoso es que lo escribí yo.
–¿Hablaste de estos temas con tu papá?
–Muchas veces él ha querido transmitir la voz correcta. Él me ha respetado siempre. Que eso es una gran virtud también de él. Fue siempre un ida y vuelta muy nutritivo. Hubo momentos de menos comunicación, en los que yo por ahí estaba más centrado en querer mi igualdad. Cuando estaba fuera, cuando era chico solía ponerme Facundo en las camisetas para que la gente sepa mi nombre y no sólo que era el hijo de Hugo Conte, que no sea “el hijo de”. Fui construyendo mi individualidad desde mí mismo. Yo estaba tan concentrado en el exterior que me acepté por quién yo era. Que tengo que ser yo, que no soy él, soy yo. Por momento sentía que tenía la necesidad física de lograr ser como él. Lo quería, lo deseaba, pero comprendí que si no pasa, no pasa nada.
–¿Qué te pasa cuando el vóleibol local no se corresponde con el logro que ustedes alcanzaron?
–El vóleibol argentino tal vez está pasando un momento particular, porque hay muchos jugadores en condiciones de desempeñarse en equipos de afuera. Sí creo, del otro lado, que la fuerza, la popularidad y el suceso que tiene el vóleibol no es aprovechado por nosotros mismos, en realidad. Porque le echamos la culpa a los dirigentes, cuando tal vez justamente habría que ponerse más a disposición y encontrar posibles variables para que el vóleibol crezca, porque hay infinitas maneras de hacerlo. Y hacer el campus, a su vez, siento que me conectó con eso. Como las estructuras no siempre me sirvieron o no creí en las estructuras, por ahí puedo crear mi propia estructura y se puede compartir lo que yo creo y siento, que no es la verdad, es mi verdad. Siento que se puede hacer mucho, mucho más. Y la verdad que es muy triste ver cómo, más allá de que los atletas podríamos involucrarnos, la tentativa de alejar a los atletas siempre estuvo ahí. Y no estoy hablando sólo del vóleibol, estoy hablando de las líneas generales. Porque no hay nadie mejor que el atleta para poder ayudar al atleta y al deporte a crecer.
–¿Por qué creés que eso no sucede?
–Por la inmediatez de querer tapar huecos, por la falta de concepto, creo. Por la falta de compromiso hacia el deporte. No como un trabajo, sino como construir la mejora del deporte. Está visto como una empresa ¿Entonces qué querés? ¿Empezar a ganar plata? ¿Llegar a fin de mes? Creo que el foco tiene que estar en hacer compatibles las dos cosas, por ahí. Es una mirada a corto plazo. Y nuestro logro es un mérito individual. Porque no creo que la estructura de la que vivimos, de la Federación Argentina, no se condice con lo que hicimos nosotros ni con el respeto que los otros tienen de nosotros. Porque el mundo nos respeta por lo que hicimos. Cuando contamos las condiciones en las que nos entrenamos. O las cosas que tuvimos que hacer para llegar a jugar un clasificatorio. Para jugarnos la plaza a los Juegos Olímpicos. Mientras otros equipos van en business para no hacer escalas, nosotros ya estuvimos 35 horas de viaje. Entonces, si bien uno se adapta y entiende la realidad, siento que, en muchas cuestiones, la estructura no se ayuda ni respeta al atleta.
–¿Hay potencial?
–Creo que es fundamental que podamos compartir, de alguna manera, los conocimientos justamente para crear algo mejor, porque hay mucho voley en Argentina. Mucho y eso a mí me vuela la cabeza. Estar en Argentina me hizo tomar real medida de que hay material, hay mucho, hay mucha gente alta. Cada vez los chicos están más altos. El problema es que no tienen una estructura para poder entrenarse, no tienen un plan de captación para poder buscarlos o no tienen, capaz, entrenadores o capacitadores para sacarle el jugo a ese pibe.
–Me dijiste en un momento que este Facundo le pagó al Facundo de 18 años con la medalla. Este Facundo cuando se va a dormir, ¿qué Facundo proyecta?
–Uno muy feliz. Relajado también. Creo que esos son mis sueños hoy, porque si bien el vóleibol me hizo feliz y estoy satisfecho como profesional y deportista, estoy en la búsqueda de desafiarme y encontrar mi felicidad, porque si hay algo que me enseñó la medalla olímpica, es que no importa a dónde llegues, vas a tener que seguir adelante. Entonces, todo pasa y todo llega. Siento que seguro va a haber un Facundo más libre, que puede disponer de su energía.