Es sólo una cuestión de actitud
Decía Fito Páez en uno de sus grandes éxitos que “es sólo una cuestión de actitud”. Eso es justo lo que parece ocurrirle al Real Madrid y su partido ante el Villarreal es un fiel reflejo de ello.
El Real Madrid implicado, enchufado, con empuje constante, es arrollador. La primera hora de fútbol en el Estadio de la Cerámica fue primorosa por parte de los blancos. Zinedine Zidane dispuso de un ensayo general y, con ello, pareció revelar el que se supone su secreto mejor guardado: Gareth Bale será el hombre que acompañe a Ronaldo en el once inicial de la final.
El galés, que anotó un gran gol para abrir el marcador, lleva un último mes muy completo de cara al gol, incluyendo cuatro goles en sus últimos tres partidos, y dadas sus condiciones parece que Zizou se ha decantado por contar con el Expresso de Cardiff para intentar contrarrestar la velocidad de Mohamed Salah en la banda. Está por ver si esto cambiará el destino del galés de cara a la próxima temporada, pero Zidane no piensa en mañana y parece haber decidido que el equipo tiene más opciones de cara al gol con Gareth Bale, segundo máximo goleador del equipo con 19 tantos, que con Benzema (11 goles, pero 4 en la Champions League) o incluso que con Marco Asensio, quien a los puntos se merecería el puesto mucho más, aparte de ser la opción ya probada con éxito ante equipos de perfil similar.
La prueba funcionó. El Real Madrid se plantó ante el Villarreal con las líneas muy adelantadas, presionando cerca del área rival, con Modric y Kroos (6 recuperaciones cada uno en la primera mitad) pisando los talones de los centrales, y con los dos laterales balanceando la recuperación en línea con Casemiro. La idea parecía sencilla: si el Villarreal no tenía el balón no podía hacerle daño al Real Madrid. Varane y Ramos estaban muy atentos a los balones largos y cubrían la espalda (sobre todo) de Marcelo. Arriba Isco ponía la pausa y la magia entre líneas, mientras que Bale y Ronaldo intercambiaban posiciones para desmontar poco a poco a la defensa del submarino amarillo.
El plan estaba claro y funcionó a la perfección. Tras lo visto en el Clásico, parece obvio que Zidane ha pedido a sus hombres una mayor decisión a la hora de encarar la portería contraria. Y estos han respondido. Al 6-0 contra el Celta de Vigo de la semana pasada, le siguió una batería de remates en la que sólo la destreza de Andrés Fernández, siempre muy motivado ante los blancos, evitó al debacle del Villarreal en el marcador. Al final de los primeros 45 minutos, el resultado era 2-0, gracias a los goles de Gareth Bale (tras pase perfecto de Modric y remate de killer) y de Ronaldo (tras la enésima genialidad de Marcelo con un pase de exterior y un gran cabezazo dirigido del portugués), y las sensaciones inmejorables.
Las vueltas de Ronaldo y Carvajal eran las mejores noticias. Luca Zidane debutó en como profesional y no tuvo mucho trabajo en la primera parte. Todos los titulares blancos demostraron estar en perfectas condiciones para afrontar el partido de la semana que viene en Kiev.
Con la actitud y la motivación con la que se desplegó el Real Madrid en la primera parte es muy difícil imaginar que algún equipo le pueda hacer daño. Se trata de un equipo pletórico de fuerzas, con un sentido táctico riguroso, esforzado en la ayuda al compañero y con una calidad infinita para interpretar las diferentes fases del juego. Pero claro, todo esto sirve cuando hay intensidad y cuando se corre.
El problema de este Real Madrid diseñado por Dr. Jeckyll y Mr. Hyde es que tan pronto se enchufa como se desenchufa. En esta ocasión tiene un pase, pues el Villarreal llegó a la recta final del encuentro con ganas de gresca e intentando salvar su orgullo, mientras que el Real Madrid estaba ya en el vuelo hacia Kiev. La intensidad se disipó una vez salió del campo Luka Modric, los jugadores blancos dejaron de meter la pierna e intentaron asegurar el físico para no perderse la final de la Champions League.
El Villarreal empató el partido con goles de de Roger y Castillejo, este último tras el último despiste defensivo de un Marcelo que cada día se esmera en demostrar que es tan buen atacante como displicente defensa, y al Real Madrid se le vieron las costuras. Mientras se puede entender que tras una hora de juego el bajón fuera general, también era de esperar que los merengues demostraran su poderío a la hora de manejar el partido a su antojo, de mover el balón con rapidez y de controlar el tempo hasta matar el reloj. Pero nada de esto ocurrió.
La defensa se vio superada, el mediocampo desconectado sin sus dos cerebros, y el equipo entero fue zarandeado por la falta de fisicalidad en su juego. Fue la peor cara de un equipo que, cuando baja los brazos, no es capaz de imponerse en los partidos sólo por su impronta y calidad.
A siete días de una final esto es más que comprensible, pero también debería servir de aviso a navegantes de cara al partido ante el Liverpool. En esos 90 minutos los de Zidane no podrán darse ningún lujo a la hora de afrontar el partido, y recordemos que el Mundial está a la vuelta de la esquina, así que no sería descabellado que algún jugador se lo pensara dos veces antes de ir al choque durante la final de Kiev.
De cualquier manera, y aunque sólo sirva de consuelo, el Real Madrid también demostró otro de sus registros en los minutos finales del encuentro, algo que ya hizo en Sevilla –por ejemplo– en su última derrota. Con el 2-2 en el marcador y sólo cuatro minutos más la prolongación por jugarse, los blancos se fueron a la carga y acorralaron al Villarreal en su área. Benzema con un gran disparo en la frontal y Lucas Vázquez con un remate a puerta vacía tras un córner a punto estuvieron de poner el 2-3 en el marcador y amarrar la victoria. Porque a este Real Madrid se le puede tachar de cualquier cosa, pero nunca de perder la esperanza. Para los de Zizou, mientras hay tiempo hay esperanza, y ese es un valor incalculable de cara a la que será su tercera final consecutiva en la Champions League.
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