América, equipo sin el que nada sería igual en el futbol mexicano, celebra 107 años

El futbol mexicano tiene pocas cosas entretenidas, pero sería totalmente gris y aburrido sin el América, el único equipo que garantiza atención y rivalidades

América en el partido del 30 de septiembre ante Pumas, en Liga MX. (Mauricio Salas/Jam Media/Getty Images)
América en el partido del 30 de septiembre ante Pumas, en Liga MX. (Mauricio Salas/Jam Media/Getty Images)

América cumple 107 años de existencia y es momento de admitirlo: nada en el futbol mexicano sería lo mismo sin ellos. Son el equipo a vencer. Cuando el calendario de la liga se conoce, hay una fecha que todos voltean a ver: el partido contra el América. Por eso son el único equipo que tiene tres clásicos, dos de ellos en la misma ciudad. El debate puede variar: dicen que el mejor es contra Pumas. Otros que es contra Cruz Azul. Pocos, pero ruidosos, dicen que es contra Chivas. Todos tienen algo en común: el América.

Incluso los equipos regios, Tigres y Rayados, que tanto hinchan el pecho por su clásico, han tratado de buscar una rivalidad con América, porque, en el fondo, saben que su rivalidad propia es de alcances limitados, y para acceder al protagonismo total en el plano nacional deben tener un antagonista de grandes dimensiones. Y ese no puede ser otro.

No puede ser Chivas y su grandeza estática, que vive en las vitrinas pero raramente en su presente. No puede ser Cruz Azul y su aura de equipo maldito, capaz de perder una final en dos minutos. No puede ser Pumas y su limitada cantidad de glorias y nula vigencia. América, como se ha probado, es el único equipo de México que aspira a la grandeza. Podrá conseguirla o no, pero son los dueños de la palabra fracaso, cada seis meses, cuando el título no se consigue. Su afición, insoportable y agrandada, mantiene viva esa exigencia y esencia: no les vale ganar por ganar. Tienen que hacerlo con buen futbol.

Así lo enmarca su historia, porque desde que empezaron a ganar títulos, son el equipo más constante en cuanto a campeonatos se refiere. El primer título lo ganaron en la 1965-1966. Luego ganaron dos en los setenta y cinco en los ochenta, su época dorada. La racha más larga sin títulos fue de trece años, entre 1989 y 2002, y ni siquiera en esa época de sequía dejaron de ser noticia: el América de Beenhakker, con Kalusha, Pagal y Biyik. Y también en esa etapa hizo su presentación en sociedad Cuauhtémoc Blanco, el ídolo que el americanismo siempre soñó.

Las polémicas sobran cuando se habla de este equipo. Los episodios extraños, qué duda cabe, abundan: la noche negra de Querétaro contra Pumas, la tanda de penales (legal, aunque sorpresiva) contra Atlético Morelia, remontadas que parecen salidas de un guion telenovelesco, pero hay un hecho que no se puede negar: también al América lo han perjudicado arbitralmente y si fuera cierta esa idea de que juegan con doce, serían campeones todos los años. Y no es así. De hecho tienen cinco años sin levantar una liga, mucho tiempo. Incluso aquella final entre hermanos, en 2002, contra Necaxa no cuenta con argumentos para ser considerada arreglo: Adolfo Ríos hizo una atajada salvadora a Carlos Gutiérrez en tiempos extra, que habría sido gol de oro —ni el mejor director de cámaras habría podido producir algo así—.

Pero esa es la diferencia entre el América y el resto: tienen una exigencia moral con su afición. Y también con sus detractores, porque el americanismo es tan grande gracias al antiamericanismo. Se necesitan y se fecundan. Sin uno no existe el otro. Así se explica que aquellas pocas liguillas en las que el América no ha estado presente sean tan aburridas. O las finales sin el color amarillo. Con todo respeto, pero no es lo mismo una final Atlas vs. Pachuca que América vs. Atlas o América vs. quien sea. El éxito en la fórmula para llamar la atención siempre lo tienen ellos.

Y no cambiará. Su filosofía está tan definida como el odio que el resto de aficionados le tienen. Se enorgullecen de eso, de ser repudiados, porque eso eleva la mística del América: los pone en un nivel que nadie puede alcanzar. No son el niño mimado (y berrinchudo) del futbol mexicano que es Chivas. Son ellos. Odiosos como nadie y adictos a los reflectores. Nadie los puede cambiar. Y está bien que sea así, porque si no, el futbol mexicano carecería de total sentido.

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