Los demócratas lo odiarán, pero Biden tendrá que ceder en inmigración por el bien común | Opinión

A pesar de la acalorada retórica partidista sobre la frontera sur, las llegadas en barco a la Florida y los vuelos de inmigrantes que cruzan el país, la reforma de la inmigración sigue siendo, desde hace años, un tema de segunda fila en el Congreso, prescindible para la política republicana y demócrata.

Nadie parece interesado en resolver los problemas a largo plazo.

Las propuestas para reinventar y dotar de recursos un proceso de asilo justo y humanitario, aumentar la seguridad fronteriza —y resolver, de una vez por todas, el estatus legal de los indocumentados traídos a este país cuando eran niños y, ahora, adultos contribuyentes— no ocupan un lugar suficientemente alto en las listas de prioridades bipartidistas.

Los proyectos de ley sobre inmigración se quedan en el tintero y mueren por negligencia, incluso cuando contienen una mayor financiación para la seguridad fronteriza que el presidente Biden pidió y los republicanos afirman que quieren pero no aprueban.

La acción se deja en manos del poder ejecutivo: el presidente Trump cierra la frontera, perjudicando no solo a los solicitantes de asilo, sino también al flujo comercial con México, y Biden levanta las restricciones, por lo que miles de personas en busca de refugio cruzan la frontera.

Pero, con unas reñidas elecciones presidenciales en ciernes —y dos guerras que Biden necesita seguir financiando, la de Ucrania y la de Israel— el statu quo se pone en entredicho.

Prepárense para una nueva lucha migratoria con repercusiones nacionales e internacionales.

Los republicanos insisten en vincular la ayuda a Ucrania a la voluntad de Biden de comprometerse a incorporar permanentemente la ley iniciativas de inmigración similares a las de Trump en materia de asilo y seguridad fronteriza.

La ayuda continuada a la guerra de Israel contra Hamás también necesita financiación, pero los republicanos no están dispuestos a suicidarse políticamente rechazándola, así que se centraron en retener la ayuda a Ucrania, lo cual no es de extrañarse.

Trump, su candidato presidencial favorito, es amigo del invasor Vladmir Putin.

Sin mayoría en la Cámara

Por desgracia, Biden no tiene la mayoría que necesita en la Cámara para jugar duro.

Con el estrafalario George Santos finalmente expulsado, los republicanos superan en número a los demócratas por un escaso margen de ocho, todavía suficiente para crearle problemas a Biden, aunque un enfrentamiento sobre Ucrania, e Israel por defecto, ponga en peligro nuestra seguridad nacional.

Las propuestas republicanas en materia de inmigración vuelan de las manos de la Cámara de Representantes a las del Senado, todas ellas “leyes envenenadas” que chantajean a Biden en materia de migración y asilo. Cuando aún era el líder de la mayoría del Senado en noviembre de 2022, y este plan ya se estaba gestando, Mitch McConnell calificó el chantaje como una “oportunidad”.

Ahora, con el plan en marcha, la inmigración se ha convertido en una moneda de cambio de la cual los republicanos pueden presumir en campaña.

En la Ley para Asegurar la Frontera, por ejemplo, E-verify se convertiría en obligatorio en todo el país, como se instaló en la Florida del gobernador Ron DeSantis, en donde las empresas estadounidenses se están viendo afectadas por el éxodo de mano de obra inmigrante. Es un gran tema de conversación para atraer a votantes prejuiciados, pero es terrible para los negocios.

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Si los republicanos se salen con la suya, el asilo sería tan restringido que no estaría disponible para la mayoría de la gente. Las nuevas leyes le impedirían al gobierno federal usar los programas de libertad condicional de los que se han beneficiado cubanos, venezolanos, ucranianos y afganos.

Venezolanoestadounidenses celebrando la aprobación del estatus de protección temporal para más de 300,000 ciudadanos venezolanos que viven en Estados Unidos en Doral, la Florida, el martes 9 de marzo de 2021. El gobierno de Biden cumplió una promesa de campaña, concediendo TPS, el estatus de protección temporal con derecho a trabajo, a todos los exiliados venezolanos que huyeron del régimen de Nicolás Maduro.

Y, créanlo o no, exigen que Biden financie el horrible e ineficaz muro fronterizo de Trump y confisque la propiedad privada cuando sea necesario. Una farsa antes y ahora.

Biden, consciente del peligro que supondría para Occidente una victoria de Putin, dijo que estaba abierto a conversaciones sobre la política de inmigración, lo que ha enfurecido instantáneamente a los demócratas.

“El presidente Biden está muy equivocado al pensar que los demócratas en el Congreso aceptarán las políticas anti-inmigración de la era Trump que destrozarán nuestras leyes de asilo y libertad condicional humanitaria, que son la base de nuestro país”, dijo el lunes en un comunicado el senador Bob Menéndez, de Nueva Jersey. “Hay un acuerdo bipartidista de que es en interés de la seguridad nacional de Estados Unidos apoyar a nuestros aliados en Israel y Ucrania y no debe haber condiciones previas en esta ayuda”.

Para la Florida, una vuelta a la línea dura en materia de inmigración podría significar el fin de los programas de reunificación familiar y patrocinio recientemente abiertos con el objetivo de acabar con los cruces ilegales. Pocos barcos cargados de cubanos han llegado desde que Biden los anunció en enero.

Volveríamos a ver los flujos constantes. Sesenta y tantos años de éxodos demuestran que, cuando se ven obligados, cubanos y haitianos eligen arriesgar sus vidas en el mar.

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Intentar el compromiso

Corresponde a republicanos y demócratas reflexionar sobre esta ronda de batallas migratorias y actuar en consecuencia. Hay espacio para cierto compromiso en el centro y Biden lo sabe.

No es que los demócratas no hayan estado leyendo las hojas de té políticas.

Lo que les preocupa es la pérdida del terreno moral y humanitario. La reputación de Estados Unidos se basa en ser un faro de refugio para las personas que huyen de la persecución y la guerra. Es difícil renunciar a eso por la xenofobia republicana.

Pero arrebatarle un segundo mandato a Trump —y salvar la democracia en casa y en el mundo— debería ser la prioridad número uno.