Los cuidados del futuro: ¿pueden los robots atender a personas mayores o enfermas?
MADRID.– Hace nueve años, un blanco y regordete robot de cabeza redonda y pequeñísimos ojos negros, también redondos, llegó a las pantallas y corazones de millones de personas, niños y no tan niños. Era Baymax, el protagonista de la película Big Hero Six, de Disney, un personaje entrañable inspirado en uno de los cómics menos conocidos de Marvel. No tardó en convertirse en un nuevo clásico del estudio y los juguetes de la adorable máquina –que recuerda a una almohada, al muñeco de Michelin o a un malvavisco– lo invadieron todo. Baymax, además de ser achuchable, es un robot cuidador. “Hola, soy Baymax, tu compañero personal de salud”, se presenta en el film. Detecta cuando alguien se hace daño, posee un escáner para analizar las constantes vitales y puede tratar cualquier dolencia, física o emocional.
No es el primer robot de cine que enamora al público, tampoco la primera máquina inteligente de la gran pantalla, pero sí es de las pocas que fue creada con el objetivo principal de cuidar a los seres humanos.
Las historias de robots de distintas formas y tamaños que atienden a enfermos o personas mayores llevan años copando titulares. En Japón, la promoción de la robótica asistencial en hospitales o residencias está a la orden del día desde hace décadas y se presenta como una solución a la crisis de los cuidados: sociedades cada vez más envejecidas, en las que las necesidades de cuidados de larga duración solo crecen y donde la inversión pública no alcanza para hacerles frente. La semana pasada, la Generalitat anunció que destinará 5,43 millones de euros de los fondos Next Generation a la compra de 1000 robots asistenciales para atender a mayores solos, y el sindicato de cuidadoras profesionales denunció que es una medida pensada para “sustituirlas” y no para mejorar sus condiciones laborales.
La inteligencia artificial (IA), cada vez más infiltrada en tareas del día a día, también se ha investigado e investiga como potencial ayuda en el sector de los cuidados. Con su imparable avance, un futuro de supermáquinas cuidadoras ya no parece algo de película. Pero, ¿pueden realmente los robots atender a las personas mayores o enfermas? ¿De qué manera? ¿Qué implicaciones éticas tiene esto? ¿Cuál es el límite?
La revista Science Robotics publicó en julio un informe, realizado por las universidades de Auckland, Duke y Cornell (Estados Unidos), sobre cómo los robots de acompañamiento con IA pueden convertirse en una herramienta para ayudar a mejorar las conexiones sociales de personas solas. Elisabeth Broadbent, una de las investigadoras y profesora de Medicina Psicológica en la Universidad de Auckland, explica por correo que “ya se demostró en estudios científicos que los robots reducen la soledad” y que las máquinas diseñadas específicamente para acompañar ya existen, como Paro, un pequeño robot con forma de cría de foca de pelo blanco y ojos negros, que parece un peluche y se utilizó con sobrevivientes al terremoto y tsunami que devastaron la costa de Japón en 2011.
“Los robots pueden conectar a las personas a través de videollamadas y recordarles sus compromisos sociales. Con los nuevos modelos de lenguaje de IA, las conversaciones de los robots pueden ser más personales y adaptadas al usuario”, indica Broadbent. Esta personalización, continúa, es lo que hace que quien los use pueda sentirse escuchado y atendido. Las máquinas “también pueden aprender sobre las personas a través de conversaciones repetidas y recordar hacer un seguimiento de temas importantes”, añade la investigadora. Pero para que esto sea posible, matiza, es necesario un control humano que regule el uso y garantice un acceso equitativo a esta tecnología; que los datos personales se mantengan privados y la información proporcionada por la máquina sea totalmente fiable; y que haya responsabilidad si los robots cometen un error.
Irene Lebrusán, doctora en Sociología e investigadora en Centro Internacional sobre el Envejecimiento (Cenie), considera clave diferenciar entre soledad no deseada y aburrimiento. “Si a una señora que está todo el día sola le das un muñeco, la señora va a estar un rato entretenida. ¿Significa eso que hemos abordado su problema de soledad no deseada? En absoluto. La soledad no deseada es tener relaciones sociales de calidad inferior a las que se necesitan. Esto nunca jamás va a poder solucionarlo una máquina”, afirma.
Caja negra para robots
Sobre la responsabilidad de la que hablaba Broadbent investiga en Reino Unido Alan Winfield, ingeniero y profesor de Ética de Robots en la universidad UWE Bristol. “Una de las cosas que me preocupa, especialmente con mayores, niños o personas con discapacidad intelectual, es que puedan llegar a creer que un robot se preocupa por ellas”, señala por videollamada. También cree necesario definir con precisión el tipo y la función de los robots que se utilizan para el cuidado: diferenciar los de mera compañía y apoyo emocional, como la foca automatizada, de aquellos que asisten físicamente y médicamente. En los segundos, dice, los riesgos son mayores: “Al final, asumen funciones que pueden parecer simples, pero son críticas, como recordar a una persona que tome su medicamento o hacer un seguimiento del número de veces que bebió agua”.
En caso de que algo vaya mal, lo fundamental para Winfield es precisar qué es lo que salió mal, por qué y cómo evitarlo. Para ello, él y su equipo defienden la creación de “cajas negras éticas”. “El equivalente en un robot al registrador de datos de vuelo de una aeronave. A un avión no se le permitiría volar sin eso, pues todos los robots, especialmente los sociales, que incluyen robots de asistencia, robots en hospitales, en residencias de ancianos o en hogares privados, deberían estar equipados con uno”, explica.
Aun así, el profesor considera que, por ahora, los robots cuidadores pueden realizar tareas simples, como traer un vaso de agua de la cocina o permitir que una persona mayor llame en busca de ayuda, pero que “todavía queda tiempo” para que este tipo de máquinas se extiendan a los hogares o se desarrollen robots que realmente puedan ayudar físicamente a las personas, como a vestirse o desvestirse o a entrar o salir de la cama. “Eso aún no podemos hacerlo de manera segura y confiable. Necesitamos ensayos, garantías de seguridad y regulación. También entender que los robots de asistencia nunca deben usarse como sustitutos de los cuidadores humanos. Deben ayudarlos, no reemplazarlos”, añade.
En España, una de las empresas líderes en robótica de servicio es la catalana PAL Robotics, que comercializa sus máquinas en todo el mundo. La compañía participó en varios proyectos piloto de la Unión Europea con dos de sus robots humanoides, bautizados como ARI y TIAGo, donde ayudaban a personas mayores en sus tareas diarias. Narcis Miguel Baños, investigador en la empresa y responsable de la unidad de interacción móvil y robótica social, sí ve un futuro “donde los robots de asistencia desempeñen un papel clave”, pero que para construirlo es fundamental “hacer muchos más ensayos piloto en entornos reales” y que ingenieros y profesionales de los cuidados –médicos, enfermeros, auxiliares a domicilio– trabajen juntos. “Igual diseñamos un robot móvil que puede hacer cosas con el brazo y mover objetos de arriba para abajo, pero lo que nosotros pensamos como ingenieros puede no ser lo que el mercado y las personas necesitan”, comenta.
Hoy, puntualiza Baños, “todo este tipo de aplicaciones robóticas están todavía en fase de investigación” y el siguiente paso es “fijar el contexto”. Esto es, “concretar qué tipo de tareas queremos que haga el robot. Debemos ser muy específicos”. Una de las principales dificultades que advierte el experto es equilibrar necesidades individuales con necesidades colectivas y la aceptación social de estas máquinas. “Una ayuda médica es más fácil de comprender que si intentas extender que la idea de que esto también puede ser un acompañamiento emocional para una persona”, detalla.
Silvia González, responsable del área Inteligencia Artificial en el Instituto Tecnológico de Castilla y León (ITCL), coincide en que el apoyo emocional “está dando sus primeros pasos”. En enero empezaron las pruebas con un robot Pepper, el famoso autómata diseñado en Japón, en un centro de cuidados para personas mayores. “La clave es ir adaptándolo para que [los usuarios] no se sientan disminuidos, sino que vean que sí son capaces de hacer las cosas [con la máquina]. Pero todavía falta bastante para que se genere una conversación al uso, donde se identifiquen los gestos y el robot pueda saber si estás contento o triste”. ¿Y cómo podría hacerlo? Por ejemplo, explica González, si la persona tarda más de lo habitual en responder o deja de hacer los ejercicios propuestos, que hasta ahora seguía sin problema, “el sistema puede determinar que hay una falta de apego con el robot y que algo le ocurre al paciente”.
Desmitificar Japón
James Wright, profesor en la universidad Queen Mary de Londres, empezó a interesarse por los robots, especialmente los avances que se estaban dando en Japón, en 2007, mientras estudiaba para su tesis. “Al principio, realmente pensé que los robots se volverían muy populares y comunes. Y entonces fui a Japón”, relata. Pasó varios meses en el país, recorriendo centros de día y hablando con trabajadores y pacientes. De esas visitas, nació el libro Los robots no salvarán a Japón, publicado en febrero. “Había una desconexión entre las personas que desarrollan los robots y los usuarios finales. Surgieron nuevos tipos de tareas, como tener que moverlos [de un lado a otro], explicar constantemente a los residentes sobre ellos, mantenerlos actualizados, limpiarlos...”, cuenta.
El profesor advirtió entonces, y reafirma ahora, que extender el uso de los robots cuidadores va a ser mucho más complicado de lo que se ha promocionado. “Hablé con varios administradores de residencias de ancianos que compraron un robot, y luego terminó guardado en un armario porque no tenían personal para supervisar el uso del robot durante todo el día. Japón predijo que el mercado futuro iba a estar en este tipo de robots, con medio billón de dólares al año para 2025. No sucedió. La realidad es que estos dispositivos son realmente costosos y no ahorran mano de obra”, añade. Para Wright, antes de decidir qué maquinas harán qué y cómo y cuándo, la sociedad debe responder a la siguiente pregunta: qué significa cuidar.
Por Beatriz Olaizola