‘Cruzando hacia el norte. Tribulaciones de un médico cubano” narra la huída hacia la libertad

Hay una frase que por la cantidad de veces que ha sido utilizada en reseñas de libros y artículos culturales se ha convertido en un lugar común. Es esa en la que se afirma que “la realidad supera la ficción”. Yo la he empleado en numerosas ocasiones al reseñar, no solo las llamadas novelas históricas, sino también las testimoniales, en las que, como sabemos, los autores recurren a las técnicas de la ficción para convertir tanto el rígido lenguaje de los textos académicos, como el coloquial de los testimonios, en pura literatura.

Que es justamente lo que la escritora Betty Viamontes ha hecho en su novela más reciente, Cruzando hacia el norte: tribulaciones de un médico cubano, al utilizar las incontables horas de entrevistas que le hizo a Yasek Camacho Alonso (el verdadero protagonista de la historia) y escribir una obra de doble linaje genérico: testimonio y ficción.

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El resultado de esa mezcla es una novela que atrapa al lector en la primera página y no lo suelta hasta la última. Su trama, de una tremenda actualidad, está escrita con una prosa directa pero repleta de detalles. Narrada en primera persona (para conferirle inmediatez) y estructurada en capítulos en los que no solo se narra la terrible odisea del protagonista y su esposa en su desesperada huida hacia la libertad, sino también (a través de oportunos flashbacks) las causas por las que cientos de miles de cubanos están escapando de la isla.

El primer capítulo, titulado Tierra de nadie, comienza en el momento que llegan al desierto de la Guajira, una de las entradas fronterizas de Venezuela a Colombia: “José, nuestro taxista, se detuvo frente al puesto de control según lo ordenado por un policía de unos veinte años, debidamente uniformado y armado: ¡Salgan del auto! ¡Ustedes dos! -nos gritó. Rápidamente, agarramos nuestras mochilas, las colgamos sobre los hombros y salimos del taxi. Era el martes, 25 de enero de 2022”.

Los demás no siguen un orden cronológico, sino que se alternan (sin perder su continuidad narrativa) para, por una parte, humanizar al personaje: “Nací en Placetas, uno de los municipios de la provincia de Villa Clara, en Cuba, en 1983. Mi infancia fue difícil. Mi madre cocinaba con leña en el patio de la casa. Para comprarme un juguete, cuando venía a las tiendas una vez al año, hacía largas colas que duraban más de un día”. Y por la otra, para situarlo en el contexto histórico en que se desarrolla la trama: “Cuba todavía estaba sintiendo los efectos del Período Especial al graduarme de médico. Cuando me fui a Venezuela, en 2010, no había posibilidad de salir por Nicaragua o Guyana. Por mucho que me entristeciera dejar a mis padres, no quería mirar hacia atrás treinta años después y encontrarme en su misma situación: sin esperanza y orando por un cambio”.

Pero son los titulados, La misión médica, Deserción, La última opción y De Medellín a las Selvas de Panamá, por su dramatismo, los que realmente disparan la novela: “Finalmente llegamos a Chocuna, donde nos esperaba un grupo indígena. Durante varios kilómetros nos llevó a través de la selva. En el camino, vimos varios cadáveres de hombres, mujeres e incluso de niños”.

El capítulo final, por su conmovedora carga, es el cierre justo a la desgarradora historia de una familia que decidió arriesgarlo todo para alcanzar la libertad: “Después de cruzar el río, comenzamos a correr. A lo lejos, frente a la apertura, había dos oficiales. Jadeando, corrimos hacia ellos. No quería que las autoridades mexicanas nos capturaran. Pueden dejar de correr- gritó uno de los oficiales en español. Ya no le pueden hacer nada. Están a salvo. Me tiré de rodillas y besé el suelo. Había llegado a los Estados Unidos. Ya era libre. Leila se inclinó sobre mí, me abrazó y lloró. Lo logramos, mi amor; lo logramos”.

Betty Viamontes nació en La Habana, Cuba. A los quince años llegó a Estados Unidos a través del Éxodo del Mariel. Ha escrito varias novelas, entre ellas las galardonadas Esperando en la calle Zapote y Hermanos: los niños de Pedro Pan. Actualmente reside con su familia en la ciudad de Tampa.