El Brasil que hereda Lula da Silva: más que el bolsonarismo, lo que sigue fuerte es el antipetismo

El presidente Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasilia. (EVARISTO SA / AFP)
El presidente Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasilia. (EVARISTO SA / AFP) - Créditos: @EVARISTO SA

RÍO DE JANEIRO.- Nunca en los años recientes un candidato asumió la presidencia de Brasil con el país tan dividido como ahora, y con una expectativa a futuro tan restringida, como Luiz Inacio Lula da Silva en este tercer mandato. Apenas más de la mitad de los brasileros espera que el gobierno sea “muy bueno” o “bueno”, un índice más bajo que todos los presidentes electos en muchas décadas. Ni Dilma Rousseff, que también obtuvo la reelección por una mínima diferencia frente a Aécio Neves, tuvo en frente una oposición tan bien organizada como la que está esperando a Lula, por más que Jair Bolsonaro haya perdido gran parte de su capital político con su patética fuga.

El genial Nélson Rodrigues, en estos días muy recordado por lo que escribió sobre Pelé, también tiene frases sobre política que encajan perfectamente con la actualidad: “El presidente que deja el poder pasa a ser automáticamente un incordio. Los expresidentes adquieren de inmediato un aura de museo de cera”.

El presidente Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasilia. (EVARISTO SA / AFP)
El presidente Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasilia. (EVARISTO SA / AFP) - Créditos: @EVARISTO SA

Bolsonaro se cuidó de embalsamar su figura de líder de la oposición, pero más que el bolsonarismo, lo que sigue siendo fuerte entre los brasileños es el antipetismo, y por primera vez en mucho tiempo la derecha tiene nuevos cuadros que pueden reemplazar provechosamente al líder tosco y desmoralizado en regiones claves del país: en San Pablo está Tarcísio de Freitas, en Minas Gerais está Romeu Zema y Eduardo Leite en Rio Grande do Sul.

El gobernador de San Pablo, Tarcisio Gomes de Freitas, con Jair Bolsonaro
El gobernador de San Pablo, Tarcisio Gomes de Freitas, con Jair Bolsonaro

Dilma enfrentó una oposición democrática por la acción del PSDB, y si perdió fue por su incapacidad para gobernar. Siempre que el país estuvo dividido –como en 1989 con la elección de Collor, y en 2010 con la reelección de Dilma–, el final de la película fue trágico. Lula no está acostumbrado a gobernar con una oposición rabiosa como la que tiene delante, pero tuvo la suerte de enfrentar a un líder populista que nunca jugó el juego democrático y que cuando fracasó en su objetivo dictatorial, perdió literalmente el camino a casa y fue a lamerse sus heridas en un autoexilio de fantasía.

Así como durante la campaña electoral entendió que necesitaba armar un “frente amplio” que le diera a su candidatura un volumen que la izquierda por sí sola no le daba, ahora Lula tendrá que ser más incisivo en su acción de gobierno, incluso más que cuando se abocó a conformar su gabinete. Comparadas con las fotos de asunciones presidenciales anteriores, las imágenes de ahora muestran un gabinete más policromado, incluso en la vestimenta, que refleja bien la diversidad cultural del país. Son solo símbolos, pero importantes para un arranque de gestión.

El PT sigue siendo hegemónico, pero no a través de sus facciones más radicales. Tal vez por eso Lula subió el tono en ciertos puntos de sus discursos, usando palabras verdaderas en su contenido pero pesadas en la forma, como cuando se comprometió a reducir la desigualdad, que de hecho es mayor flagelo de Brasil.

Lula entró en la historia del país cuando puso el tema del hambre y la miseria en el centro de atención de su gobierno. Si bien varios gobiernos anteriores habían sido sensibles al tema, fue Lula quien, con Bolsa Familia, luego del fracaso del Hambre Cero, convirtió la ayuda a los más necesitados en piedra angular de los esfuerzos del Estado. Y ahora nuevamente, en su tercer mandato, vuelve a poner la reducción de la desigualdad como el objetivo y la base de otras políticas públicas.

La transversalidad del tema es la mayor evidencia de su importancia. Con millones de personas muriendo de hambre, ningún país puede ser una gran nación, ni puede crecer económicamente con una desigualdad como la existente. Y ese crecimiento, si es que llega, termina profundizando la desigualdad, debido a la disfuncionalidad de nuestra sociedad. La desigualdad también queda en evidencia en la fragilidad de nuestro sistema escolar, en las políticas de salud pública, en la precariedad de nuestro transporte.

El clima de 2010 ya presagiaba lo que sucedió en 2013 y nos trajo a Bolsonaro. El clima actual puede presagiar un avance democrático o el regreso del extremismo. Todo depende de que Lula entienda que tiene que gobernar con un “frente amplio”.

Merval Pereira