El primer bombardeo de la OTAN por el que nunca ha rendido cuentas

Ruinas del antiguo Ministerio de Defensa de Yugoslavia, en Belgrado, Serbia, tras el bombardeo de la OTAN. Foto: Julia Alegre.
Ruinas del antiguo Ministerio de Defensa de Yugoslavia, en Belgrado, Serbia, tras el bombardeo de la OTAN. Foto: Julia Alegre.

Recibió el nombre en clave de Operación Fuerza Aliada, duró 78 días y pasó a la historia como la primera campaña de bombardeos conjunta llevada a cabo por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, por sus siglas en castellano; NATO por sus siglas en inglés). El cielo de Serbia se llenó de destellos, luego estruendo e, inmediatamente después, devastación silenciosa. No fue una guerra declarada, pero guerra, al fin y al cabo. También se constituye como la primera consumada por este consorcio de países de manera unilateral, sin la autorización previa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (ONU).

Supongamos que los motivos que llevaron a los estados miembros a dar el visto bueno al ataque fueron legítimos. La OTAN siempre defendió su intervención bajo el epígrafe de “humanitario”. Se quería evitar a toda costa una limpieza étnica contra la población albanokosovar que las tropas de Slobodan Milošević, al frente de la por aquel entonces República Socialista de Serbia, ya habían iniciado en las provincias de Kosovo y Metohija. Supongamos que hay guerras justas y, sin embargo, en el devenir de la operación resultaron heridas alrededor de 12.000 personas y, al menos, 1.200 civiles fueron asesinados. Unas estimaciones que bailan dependiendo de a quién se pregunte. Hay fuentes que escalan el número, que no lo es, son muertos, hasta los 2.500; otros a 5.700. Ni la OTAN ni los países que la integran han respondido nunca por esta intervención. En 25 años, ninguno se ha dado a la tarea de iniciar una investigación para esclarecer lo ocurrido y determinar los posibles crímenes de guerra cometidos.

El inicio de los bombardeos data del 24 de marzo de 1999, pero hubo un caldo de cultivo previo hasta llegar a este punto de no retorno. Las tensiones étnicas en la antigua Yugoslavia, integrada por Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia, se recrudecieron a partir de 1980 tras la muerte del presidente Josip Broz Tito. El ascenso al poder serbio de Milošević nueve años más tarde no hizo sino alimentar las disputas internas. La decisión de abolir de la Constitución Yugoslava de 1974, con la consecuente pérdida de autonomía de Kosovo, hizo estallar por los aires cualquier convivencia pacífica, y alimentó las reivindicaciones territoriales nacionalistas a niveles insostenibles. Kosovo era un polvorín, de mayoría albanesa, pero considerada por los serbios como una región histórica y parte indivisible de su territorio.

La autoproclamación de la República independiente de Kosovo en 1991 intensificó la represión contra la provincia por parte del ejército yugoslavo, que desembocó en la creación del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK). El correspondiente recrudecimiento de los enfrentamientos armados se saldó con el estallido de la guerra de Kosovo en 1998. Un conflicto que reavivó los temores de la comunidad internacional a que se repitiera el genocidio que apenas tres años antes se había saldado con el asesinato de 8.000 personas, bajo las órdenes del general Ratko Mladić, en el contexto de la guerra de Bosnia.

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La Alianza atlántica instó a Milošević a sentarse a la mesa y negociar, lo que pasaba inevitablemente por retirar sus tropas de Kosovo y restituir la autonomía de la región. Al bando contrario, liderado por Hashim Thaçi, se le exigió la deposición de las armas y el cese en sus pretensiones secesionistas. Todo quedó recogido en el acuerdo resultante de la Conferencia de Rambouillet, celebrada en Francia el 23 de marzo de 1999. El texto incluía el despliegue de las fuerzas de la OTAN en Kosovo para garantizar su cumplimiento y la celebración de un referéndum de independencia en un plazo de tres años. El rechazo yugoslavo precipitó el fracaso de la diplomacia. La OTAN, con el español Javier Solana al frente de la secretaría general, resolvió que Milošević debía acatar por la fuerza lo que se había negado a aceptar por la vía pacífica.

Edificio gubernamental en ruinas que todavía se mantiene intacto tras el bombardeo de la OTAN (Belgrado, Serbia). Foto: Julia Alegre
Edificio gubernamental en ruinas que todavía se mantiene intacto tras el bombardeo de la OTAN (Belgrado, Serbia). Foto: Julia Alegre

Los bombardeos de la OTAN que nunca han sido investigados

La campaña de bombardeos de la organización transatlántica comenzó un día después y se extendió hasta el 11 de junio, coincidiendo con la firma del Tratado de paz de Kumanovo. Belgrado, capital de Serbia, se llevó la peor parte, pero en todo el territorio, se arrojaron, en total, 9.160 toneladas de bombas, 25.000 viviendas fueron destruidas, junto con numerosos edificios gubernamentales, y para el año 2000 todavía se buscaban restos de víctimas entre los escombros. Uno de los episodios más controvertidos de la operación fue el bombardeo contra la Radiotelevisión Serbia, objetivo civil. Amnistía Internacional todavía exige que se depuren responsabilidades en relación con este ataque aéreo que, por aquel entonces, Estados Unidos tachó de “accidente”. Murieron 16 personas, entre ellas, varios periodistas, redactores, un maquillador y tres guardias de seguridad.

La firma de Kumanovo entre las fuerzas albanokosovares y yugoslavas, junto con la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, resolvió la retirada de las tropas serbias de Kosovo y el establecimiento de una misión de la ONU en la provincia. Finalmente, esta fue remplazada por una fuerza de mantenimiento de paz liderada por la OTAN (KFOR).

Durante los siguientes años y tras la disolución de Yugoslavia, se buscó propiciar un acuerdo entre Serbia y las autoridades albanokosovares para resolver el problema de Kosovo. Un conflicto interno que va más allá de lo puramente fronterizo, sino que se inscribe en cuestiones enraizadas en la historia, la identidad y la religión. Serbia es mayoritariamente ortodoxa-cristiana, mientras que más del 90% de la población de Kosovo, que se siente más albana que serbia, profesa el islam. En 2008, el fracaso de las negociaciones propició la declaración unilateral de independencia por parte de Kosovo. La comunidad internacional continúa dividida en esta cuestión y solo 102 países han aceptado su estatus. Mientras se mantiene una calma tensa en la región, a principios de 2023, Serbia volvió a ratificar ante Naciones Unidas su negativa a reconocer que Kosovo es un estado soberano y no una provincia más de su territorio.

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