Pastillas contra la tristeza
En los últimos meses he escuchado varias historias de ruptura y duelo que tienen algo en común: todos los afectados están tomando antidepresivos. Una parte de mí entiende que en los casos graves de depresión, es absolutamente necesario sostener el ánimo con alguna sustancia. Pero otra parte me dice que si es un fenómeno generalizado, algo no está funcionando bien. ¿Acaso estamos perdiendo la capacidad de levantarnos y aprender?
El caso de Carmen me ayudó a encontrar algunas respuestas. Ella tuvo un matrimonio breve y muy doloroso. Buscó ayuda y le recetaron antidepresivos. Los tomó durante dos meses, pero al tercer mes decidió dejarlos. Entonces tocó fondo. Pidió una licencia en el trabajo y se dio el tiempo de sentir: "Tenía dos opciones: seguir tomando pastillas para llegar al final del día sin romperme, o dejarlas, crecer y aprender", recuerda Carmen, que ha logrado salir de su depresión con entereza.
Parece que recetar antidepresivos es una "solución" cada vez más común. Tan sólo en Estados Unidos, 10% de la población adulta se encuentra bajo tratamiento, y más de la mitad de los casos son mujeres. Según un estudio publicado en el American Journal of Psychiatry, el 57% de las personas que buscan ayuda psicológica son tratadas únicamente con medicamento, mientras que sólo el 11% recurre a psicoterapia sin drogas de por medio. El Dr. Mark Olfson, responsable del estudio, señala que esto se debe a que existe la creencia de que una pastilla puede solucionar todo más fácil. A eso se añade que las compañías de seguros sólo reembolsan la terapia cuando hay fármacos de por medio. Por último, la actitud de muchos psiquiatras tampoco ayuda: no es lo mismo dar consultas de 15 minutos (el tiempo de saludar y escribir una receta), que dedicar 45 minutos de terapia a un paciente que necesita hablar de sus problemas.
A las observaciones del Dr. Olfson yo añadiría las presiones del sistema en el que vivimos. Por un lado, nos bombardean con la idea de la "felicidad" como un deber, una felicidad que consiste en comodidad, sonrisas y poder adquisitivo. En ese panorama, los tristes son aguafiestas y "perdedores". A mi parecer, el trasfondo de este discurso también es económico: las personas tristes no son productivas, y el sistema requiere entes productivos y "felices" que trabajen y consuman los 365 días del año. Todo esto se vive a nivel inconsciente, de ahí que las personas, apenas vislumbran una crisis emocional, aceptan de buena gana tomar antidepresivos.
La tendencia a empastillar a la gente ha encontrado contrapeso en una teoría que cuestiona la idea de la depresión como un desorden o una enfermedad. Esta teoría afirma que el dolor y la tristeza tienen un papel fundamental en nuestro proceso vital: fortalecernos y curarnos. La depresión sería una forma natural de decirnos "detente a mirar lo que te está pasando, aprende, déjalo en el pasado y sigue adelante".
El Dr. J. Anderson Thompson, director del Centro de estudios de la mente y la Interacción Humana en la Universidad de Virginia, sostiene que la depresión es necesaria para recuperarse de eventos traumáticos. "Se dice que la depresión no permite pensar con claridad, pero esta apreciación puede ser vista de manera distinta. Lo que ocurre es que sólo se puede pensar en una cosa: el problema que nos aqueja. Hay estudios que muestran cómo la tristeza favorece el razonamiento analítico, es un pensamiento intenso y profundo que permite descomponer un problema en pequeñas partes, de manera que puedan ser mejor comprendidas y procesadas. Como somos seres sociales y en nuestro día a día interactuamos con otros, pocas veces tenemos energía para concentrarnos en un pensamiento analítico. Por eso la depresión nos lleva a apartarnos, porque la soledad nos ayuda a construir el tiempo necesario e ininterrumpido para pensar", afirma Thompson.
Al igual que el dolor físico, la tristeza es una señal de que algo no está bien y necesitamos ponerle atención. Aunque una pastilla sirva a corto plazo, nos quita la posibilidad de convertir el dolor en sabiduría. En ese proceso aprendemos a valorarnos de nuevo, cambiamos puntos de vista, nos reinventamos y generamos herramientas emocionales que nos permiten hacer frente a situaciones futuras.
Esto no quiere decir que los antidepresivos deban ser suprimidos en todos los tratamientos. Hay casos de vida o muerte, personas que ya no pueden hacerse cargo de sus hijos o de su día a día, que realmente los necesitan. La llamada de atención es hacia los médicos que abusan de este recurso. Colocar una venda de fármacos encima de una herida emocional puede estar interfiriendo con la verdadera recuperación, es decir, con descubrir la fuente del sufrimiento y aprender a salir de él. "Los antidepresivos son como las aspirinas", señala Thompson, "sólo funcionan mientras uno se las tome. Hablar sobre nuestros problemas, en cambio, nos hace conscientes del mecanismo que los detona, saber reconocerlo es una manera de estar prevenidos por el resto de nuestra vida".
Hay quien considera que pagar una terapia es un gasto, pero quizás habría que verlo como una inversión. Aunque no se tenga dinero o acceso a una terapia, hay otros medios, como la escritura, que permite expresar las emociones y enfocarse en el problema. Escribir es tan eficaz como un medicamento, es una vía terapéutica que nos permite examinar los pensamientos y resignificarlos en el proceso.
¿Has tomado alguna vez pastillas para la depresión? ¿Cuál ha sido tu experiencia?
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