La curiosa misión secreta para rescatar a Napoleón en un submarino
Cuando llevaba cinco años de destierro en la isla de Santa Elena, un grupo de franceses afines a Bonaparte urdió un plan para ir a buscarlo y llevarlo hasta los Estados Unidos
Tras la derrota en Waterloo el final de Napoleón Bonaparte como el más grande de los emperadores franceses lo precipitó a una deshonrosa y muy dolorosa abdicación y el posterior destierro impuesto por los británicos que lo enviaron a Santa Elena, una isla perdida en pleno océano Atlántico (entre los continentes de África y América) y en la que pasó los últimos seis años de su vida.
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Cuando lo enviaron allí se aseguraron que fuese a un lugar lejano e inaccesible, teniendo una distancia cercana a 2.000 kilómetros hasta la tierra más próxima; además de poner una continua vigilancia que controlaba todos los accesos a la isla día y noche y en la que participaba un escuadrón compuesto por once buques de guerra de la Royal Navy.
Pero a pesar de esa férrea vigilancia, algunos fueron los partidarios de Bonaparte que, a lo largo de los años en los que allí estuvo custodiado, tramaron algún tipo de plan para ir a liberarlo.
De todos ellos uno de los que más llaman la atención fue la curiosa misión secreta que se intentó llevar a cabo con el fin de ir a rescatarlo con la ayuda de un submarino.
El hombre elegido para tal plan era Thomas Johnstone, un aventurero, contrabandista y buscavidas de origen inglés, famoso por atreverse a hacer cualquier cosa a cambio de dinero. De hecho, años atrás había estado luchando como corsario contra los franceses durante las Guerras napoleónicas. Esta vez, y a cambio de una buena suma, lideraría la operación que liberaría al hombre contra el que luchó, para ello Johnstone solicitó un adelanto de 40.000 libras esterlinas; una cantidad desorbitante para la época, si tenemos en cuenta que estamos hablando del año 1820.
No le preocupaba el riesgo que comportaba la misión y mucho menos el hacerlo en un artilugio que por aquel entonces era prácticamente desconocido para la mayoría de personas, pero no para él: un submarino
De hecho, recién iniciado el siglo XIX, Johnstone fue uno de los pioneros que probó el funcionamiento del Nautilus, un rudimentario submarino diseñado por el inventor Robert Fulton y que no alcanzó la gloria que se le esperaba, siendo rechazado en su día tanto por los gobiernos británico y francés tras acudir en búsqueda de financiación.
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Pero dos décadas después el sumergible que utilizaría el intrépido Thomas Johnstone para ir a liberar a Napoleón era mucho más avanzado (para su tiempo, evidentemente).
El plan consistiría en salir de Gran Bretaña, navegar hasta Santa Helena bajo el mar y una vez allí Johnstone introducirse en la isla para llegar a ‘Longwood House’, la residencia de Bonaparte en el destierro.
A continuación ambos se disfrazarían de lacayos (ya que el ex emperador contaba con un nutrido cuerpo de servicio) y huirían hacía el submarino. En pleno océano estaría esperando un barco de vela que recogería a Napoleón y lo llevaría hasta los Estados Unidos, donde lo esperaban el grupo de franceses que habían diseñado y financiado tal plan.
Pero la operación no pudo ser llevada a cabo por dos importantes e inesperados motivos: el primero fue el hecho de ser interceptado el submarino con el que estaba navegando Thomas Johnstone por el río Támesis cuando realizaba unas pruebas, algo que retrasó la operación y el segundo motivo, y razón fundamental, es porque unos meses después, cuando todo estaba dispuesto para salir hacia Santa Elena, Napoleón Bonaparte falleció (el 5 de mayo de 1821).
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Esta historia pasó prácticamente desapercibida en su época y muchos son los historiadores y expertos actuales que con todos los datos en la mano apuntan a que la misión, de haberse llevado a cabo, hubiese sido inviable por múltiples motivos y más teniendo en cuenta que era durante el primer cuarto del siglo XIX. Aún y así, suponiendo la hipótesis de que se hubiese realizado y el submarino de Johnstone hubiese llegado hasta la isla, con casi total seguridad están convencidos que Napoleón Bonaparte, debido a su forma de ser y su repelente carácter orgulloso, se hubiera negado a escapar de allí disfrazado y mucho menos vestido con ropas de un lacayo, algo que hubiese considerado indigno para el que había sido el más grande de los emperadores de Francia.
Fuentes: smithsonianmag / cairn / dailymail
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