Cuando se puso de moda la lucrativa profesión de ‘ladrón de cadáveres’

Antiguamente las facultades de medicina tan solo podían usar, para estudiar y diseccionar, cuerpos de presos fallecidos tras una ejecución, pero era mayor la demanda que ese tipo de muertes, por lo que se creó un muy rentable negocio de robo de cadáveres

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En 1543 Andrés Vesalio publicó ‘De humani corporis fabrica’ una de las obras médicas en siete volúmenes que está considerada como uno de los libros sobre anatomía más importantes e influyentes dentro de la ciencia. Teniendo en cuenta la época en que fue escrito hay que destacar muchas cosas del mismo, pero sobre todo el modo en que Vesalio tuvo que ingeniárselas para poder conseguir suficientes cadáveres a los que hacer las diferentes disecciones que luego ilustraría y explicaría.

Él mismo reconoció que durante sus años de estudiante en París innumerables fueron las ocasiones en las que acudió con algunos compañeros de facultad al cementerio para robar cuerpos de recién fallecidos con los que realizar las prácticas.

Por aquella época y hasta bien entrado el siglo XIX, los estudiantes e investigadores médicos tan sólo podía surtirse (de una forma legal) de cuerpos que provenían de las ejecuciones o de aquellos que nadie reclamaba y que un juez autorizaba a utilizar.

Ilustración de 1751 sobre una clase de anatomía (Wikimedia commons)
Ilustración de 1751 sobre una clase de anatomía (Wikimedia commons)

Pero muchas eran las poblaciones en las que esas ejecuciones o cadáveres sin reclamar eran insuficientes y más si tenemos en cuenta que anualmente en capitales importantes eran escasamente una cincuentena y los cuerpos que cualquier facultad necesitaba rondaba el medio millar al año.

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Así que se generó un lucrativo y sórdido negocio alrededor del robo de cadáveres recién enterrados para después ser vendidos furtivamente para ser diseccionados o utilizados en las clases de anatomía.

Estos ‘ladrones de cadáveres’, también conocidos como ‘resucitadores’ o resurreccionistas, crearon toda una red de mercadeo, estando al tanto de cuándo y dónde se producía un fallecimiento con el fin de tenerlo todo preparado para acudir pocas horas después del entierro y sustraer el cuerpo.

Durante mucho tiempo era algo que se realizaba con cierta facilidad, pero cuando comenzó a ser de conocimiento público esta práctica muchas fueron las personas que intentaban evitar el robo de un familiar fallecido, por lo que se realizaban guardias en el cementerio durante los siguientes días junto a la tumba (día y noche) hasta que el cuerpo pudiese estar ya en descomposición, por lo que ya no sería del interés de los resucitadores, pues las facultades querían cadáveres recientes.

Los ladrones tuvieron que utilizar todo su ingenio para salirse con su propósito. Se conocen casos de túneles realizados desde varios metros de donde iba a ser enterrado un cuerpo y acceder hasta él como si del método del butrón se tratase (semejantes a los que realizan actualmente algunos ladrones de bancos o joyerías) una vez enterrado el cuerpo lo extraían por esa salida adicional sin ser vistos.

Todo esto provocó que acabase poniéndose de moda una modalidad de sepulturas (nada estéticas) que consistían en proteger la tumba con unos barrotes como si de una jaula se tratase o incluso rodearla con gruesas placas de hierro macizo. Esta práctica, en el mundo anglosajón, era conocida con el término de ‘Mortsafe’.

Un par de ejemplos de cementerios con seguridad en sus tumbas ‘mortsafe’ (Wikimedia commons)
Un par de ejemplos de cementerios con seguridad en sus tumbas ‘mortsafe’ (Wikimedia commons)

Y como es normal en el mundo de las transacciones comerciales, la ley de la oferta y la demanda era la que imperaba. Cuanto más difícil era conseguir un cadáver más alto era después el precio por el que se vendía, llegando a convertirse en un artículo que podríamos decir que era de lujo.

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Tan sólo eran unos pocos los afortunados y privilegiados investigadores que recibían de forma oficial y legal los cuerpos (de las mencionadas ejecuciones o con autorización judicial), algo que provocó que se creasen grupos de ladrones que robaban estos cadáveres de una facultad para vendérselos a otra.

El de ladrón de cadáveres fue un lucrativo negocio con gran demanda (Wikimedia commons)
El de ladrón de cadáveres fue un lucrativo negocio con gran demanda (Wikimedia commons)

Todo este mercadeo provocó que a partir del primer cuarto del siglo XIX muchos fuesen los países que decidieran legislar respecto a este tema. Uno de los primeros fue el Reino Unido quien a través de su parlamento, en 1832, promulgó la Ley de Anatomía por la cual se autorizaba a donar cuerpos (sin ánimo de lucro) a facultades e instituciones con el fin de que éstas pudiesen utilizarlos para diseccionar y analizar.

Evidentemente, en aquella época no fueron demasiadas las personas que cedían cuerpos de sus fallecidos (sobre todo ante la creencia religiosa de la reencarnación), pero poco a poco cada vez fueron más los que accedieron, acabando así con el lucrativo negocio de los ladrones de cadáveres.

Como nota curiosa, cabe destacar que tan solo se robaba el cuerpo y si éste llevaba algún tipo de joya encima se dejaba dentro de la tumba. El motivo de que esto fuese así era porque sorprendentemente la ley marcaba que si se pillaba a alguien robando un cuerpo el castigo era de una insignificante multa económica, mientras que si sustraía las joyas pasaba a ser un delito mayor, el cual estaba penado con la cárcel.