Un vecino de Sandy Hook cuidó a niños sobrevivientes de la matanza
"No podemos volver a clase. Nuestra profesora, la señora Soto, está muerta. No tenemos profesora". Con estas palabras se enteró Gene Rosen, un psicólogo jubilado de 69 años que vive al lado del colegio Sandy Hook en Newtown (Connecticut), de la matanza que en cuestión de minutos iba a conmocionar a Estados Unidos: un joven llamado Adam Lanza acababa de asesinar a 20 niños y siete adultos.
Rosen había escuchado los tiros desde su casa mientras daba de comer a sus gatos, pero se los había achacado a algún cazador. Cuando se dio cuenta estaba hablando con un grupo de seis traumatizados niños sentados en la calle frente a su casa, custodiados por el conductor del autobús escolar y uno de ellos le estaba diciendo que su profesora había muerto. Eran las nueve y media de la mañana y Gene Rosen acababa de verse involucrado en la matanza de Newtown.
El hombre decidió cuidar a estas cuatro niñas y dos niños. Los hizo pasar el estanque con peces y una pequeña cascada y el jardín que había construido con sus hijos, y los metió en la pequeña casa amarilla donde vive con su mujer.
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Lo primero que hizo fue subir al piso de arriba y reunir varios peluches. Sabía que era importante que tuvieran cosas que los tranquilizaran. Los sentó en la mesa de la cocina, les dio vasos de jugo y escuchó, en boca de uno de los pequeños, cómo había presenciado el asesinato de su profesora.
Victoria Soto, de 27 años, resultó ser la primera víctima de Adam Lanza. Se le considera una suerte de heroína porque se cree que tuvo la lucidez de esconder a varios de sus alumnos en el armario. Cómo estos seis sobrevivieron a los disparos que continuarían no está muy claro.
Se sospecha que dejaron el cuerpo de la docente y huyeron de la escena. Gene Rosen, desde luego, no quiere divulgar los detalles que le habían confiado los niños más allá de que: "Me dijeron que [Lanza] tenía una pistola grande y una pequeña".
El psicólogo se coordinó con el conductor del autobús para conseguir los números de teléfono de los padres y los llamó de inmediato. Cuando estos llegaron a la casa para recogerlos, se encontraron a una de las niñas agarrada con fuerza al dálmata de peluche que le había dado Gene, con la mirada clavada en la ventana.
Otro, sin embargo, proporcionó un necesitado momento de normalidad a la situación: "Me miró como si se hubiera despojado de encima la carnicería que acababa de presenciar y me dijo: 'Que sepas que tu casa es muy pequeña'. Quise responderle: 'Te quiero, te quiero".
Rosen afirma que ser un psicólogo con años de experiencia no fue lo que le preparó para cuidar de seis niños en completo estado de shock, sino el ser abuelo. El haber enseñado a su nieto de ocho años a montar en bici en el aparcamiento de la escuela y el haber usado sus columpios para entretener a su otra nieta, de cuatro años.
Todo esto le ayudó a empatizar de inmediato con los jóvenes alumnos. "Estaba pensando hoy cómo ha cambiado la vida, cómo el terreno ha sido arruinado, cómo esa escuela ha sido profanada", sentencia.
Si hubiera una remota posibilidad de que Rosen se sintiera bien por sus acciones durante un tiempo de duelo nacional, esta posibilidad se evaporó un par de horas después de que se fuera el último chico de la casa, cuando sonó el timbre de su casa. Era una madre, histérica, que había oído que había niños refugiándose allí. "Tenía la cara congelada por el pánico", describe Rosen. "Pensaba que por algún milagro divino el niño estaría en mi casa. Me dijo su nombre. Miré la lista de víctimas. Y ahí estaba él".
Fuente: Yahoo! España
Un vecino de Sandy Hook cuidó a seis niños supervivientes de la matanza