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La felicidad no produce hijos

Según el sentido común y la tradicional idea de la familia feliz, los hijos renuevan la felicidad en el hogar. Cada nuevo vástago alimenta las baterías de la dicha. ¿Cuántas veces ha repetido el cine la escena de la prole numerosa en torno a la mesa, encabezada por los abuelos venerables? Si tal imagen fuese exacta como una sencilla suma, la población de los países más prósperos debería crecer ad infinítum. Pero no ocurre así.

Un picante anuncio de la agencia de viajes Spies Rejser, de Dinamarca, alertó sobre el descenso de la fertilidad en esa nación europea, celebrada como “el estado más feliz del planeta”. ¿Por qué los venturosos daneses no quieren procrear? ¿Hay alguna relación entre la felicidad nacional y la demografía? ¿Por qué las naciones menos dichosas exhiben elevadas cifras de nacimientos?

Felicidad y fertilidad, una tormentosa pareja

Todos los padres lo saben, aunque no todos se atrevan a reconocerlo públicamente. Bajo el brazo, los hijos no solo traen un pan de bonanza, sino también una cesta de sinsabores.

Según un estudio de los investigadores Rachel Margolis y Mikko Myrskylä, la maternidad y la paternidad incrementan el trabajo doméstico, suelen disminuir la calidad de la relación entre los progenitores y pueden afectar el bienestar psicológico. Estos impactos negativos se acentúan entre las madres, sujetas a un mayor estrés, menos tiempo de entretenimiento y un incremento de la dificultad para conciliar el trabajo con la familia.

El texto, publicado en el archivo de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH/NLM), concluye que la felicidad se reduce con el número de hijos. No obstante, advierten Margolis y Myrskylä, esa influencia depende en gran medida de factores individuales y del contexto.

Por ejemplo, en los países donde el Estado ayuda a las familias a asumir el costo de la descendencia, el arribo de un nuevo integrante puede hacer más felices a los padres. La situación opuesta sobreviene a los hogares de menos recursos. La alegría también cae entre los jóvenes menores de 30 años, mientras las personas cercanas a los 50 experimentan una notable satisfacción cuando están rodeados de hijos y nietos.

Pocos, pero felices

¿Por qué entonces las parejas de Dinamarca y otros países desarrollados, protegidas aún por el Estado de bienestar, deciden tener solo un hijo, o ninguno? La respuesta podrían ofrecerla las mujeres.

En las últimas décadas las mujeres en Occidente, especialmente en Europa y Norteamérica, han salido a conquistar su espacio en el mercado de trabajo. En las urbes modernas, donde se concentra la mayoría de la población, ellas mantienen con frecuencia sus viejas responsabilidades en el hogar, mientras tratan de realizarse como profesionales. La doble (o triple) jornada, llaman las feministas a ese extraordinario esfuerzo.

Por otra parte, las redes familiares y comunitarias de apoyo se diluyen en la ciudad, lo cual obliga a las madres a depender de instituciones que no siempre resultan costeables.

Ellas aportan hoy una parte considerable de los ingresos de las familias de clase media, el segmento más golpeado por las recientes crisis financieras y el estancamiento económico todavía evidente en muchos países. Con esa carga sobre sus hombros, ¿cómo exigirles que renuncien a trabajar temporalmente para entregarse a la maternidad?

La tasa de fertilidad de los 10 países más felices del planeta –según la lista elaborada por Naciones Unidas en 2013—ilustra bien esta contradicción entre la dicha y la procreación: Dinamarca, Noruega, Suiza, Países Bajos, Suecia, Canadá, Finlandia y Austria no pasan de 11 nacimientos por cada 1000 habitantes. Islandia con 13.23 y Australia, con 12.28, se quedan muy por debajo del promedio mundial: 19.14. El debate sobre la baja natalidad en estas naciones avanzadas ha trascendido los muros del hogar y hoy se discute en círculos políticos y económicos.

En el fondo del ranking de la ONU, la decena de países más desafortunados mantiene tasas entre 23 y 40 nacimientos por cada 1000 habitantes. Las causas de esta elevada natalidad van desde el acceso restringido a los métodos anticonceptivos hasta cuestiones culturales, a veces incomprensibles para los ciudadanos de Occidente.

Pero entonces, qué responder a la interrogante del inicio: ¿los hijos nos hacen más felices, o no?