La imperfecta felicidad de los países nórdicos

Finlandia, Noruega, Dinamarca, Suecia e Islandia encabezan desde hace años las listas de países más felices del planeta. Si bien la prosperidad económica justifica en cierta medida esta placidez nacional, otros factores relacionados con la gestión gubernamental y la idiosincrasia de esas gélidas regiones inclinan la balanza frente a vecinos con mayores riquezas materiales.

La felicidad nórdica se ha convertido entonces en un tópico. Pero esa imagen de omnipresente bienestar disimula algunos problemas que chocarían a los más entusiastas admiradores del modelo escandinavo. Detrás de la utopía de democracia social encarnada por los descendientes contemporáneos de los vikingos, se esconden adicciones, deudas, xenofobia y otros lastres que matizan una realidad ajena a interpretaciones simplistas.

El modelo nórdico

Los países nórdicos clasificaron en el top 10 del ranking presentado por el Informe Mundial de la Felicidad de 2013, un reporte de un grupo de expertos que contó con el respaldo de las Naciones Unidas. El estudio combinó las respuestas a preguntas sobre las emociones y la satisfacción personal con seis variables: el Producto Interno Bruto per cápita, la esperanza de vida, la seguridad social, las percepciones sobre la corrupción, la prevalencia de la generosidad y la libertad para tomar decisiones vitales.

El Instituto de Investigaciones de la Felicidad, en Dinamarca publicó también el año pasado un informe titulado “La felicidad danesa explicada”, un estudio sobre las características que justifican el éxito de esa sociedad. En primer lugar, señala el texto, los daneses suelen confiar en los extraños, un sentimiento compartido con sus vecinos septentrionales.

La confianza en el otro, incorporada a la idiosincrasia nórdica, se traduce en relaciones comerciales más ágiles y transparentes, al tiempo que reduce la necesidad de supervisión externa en los negocios. Por otra parte, la mayoría de los ciudadanos cree que sus representantes en el gobierno actuarán de manera íntegra y no expresan reticencias al pago de impuestos, muy altos en estos países. Ellos consideran que su dinero será utilizado en favor de la sociedad y no se perderá en manejos corruptos.

Los daneses, continúa la mencionada investigación, disfrutan de una sólida red de seguridad social. Los generosos beneficios a los desempleados y los servicios gratuitos de salud pública refuerzan la percepción de bienestar generalizado. La educación hasta la universidad también es subvencionada por el Estado, que garantiza el acceso a todas las personas que deseen mejorar su formación académica.

En términos políticos, Dinamarca ha establecido un sistema descentralizado que permite a las autoridades locales manejar sus presupuestos con gran autonomía. Gracias a esta gestión horizontal, los ciudadanos se sienten parte de las decisiones que los afectan. La sociedad civil danesa promueve el voluntariado en miles de organizaciones cuyas actividades alimentan el sentido comunitario.

Aunque existen diferencias importantes entre ellos, los países nórdicos en conjunto han demostrado cómo un Estado fuerte no representa un fardo para los contribuyentes, cuando sus instituciones son gestionadas con eficiencia. La visión a largo plazo –evidente en estrategias como el fondo soberano de inversión noruego, un ahorro de los ingresos petroleros estimado en 600.000 millones de dólares—contradice la avidez por ganancias a corto plazo impuesta por el capitalismo financiero.

Sombras sobre la felicidad

Sin embargo, como nos enseña el refrán, las apariencias suelen ocultar verdades menos esplendentes. El periodista británico Michael Booth, autor del libro “The Almost Nearly Perfect People - the Truth About the Nordic Miracle”, listó algunos de estos defectos que matizan el milagro nórdico, en un artículo publicado por The Guardian.

Quienes envidian con tanto fervor la alegría de los daneses, deberían recordar que ese país e Islandia encabezan la lista de consumidores de antidepresivos en la Unión Europea y se clasifican primero y cuarto entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Los demás países nórdicos también superan la media de ese grupo de naciones desarrolladas.

Los finlandeses exhiben uno de los índices de suicidios más elevados en la OCDE, con 17.3 por cada 100.000 personas. Finlandia también tiene la tasa de homicidios más alta de la Unión Europea, con 2,2 por cada 100.000 personas. La mayoría de los asesinatos son perpetrados por hombres adictos al alcohol. El consumo de bebidas alcohólicas entre los fineses –9,7 litros per cápita—sobrepasa  el promedio de los países desarrollados, estimado en 9,49 litros.

Los asesinatos cometidos en 2011 en Noruega por el neonazi Anders Breivik empeoraron la reputación de esa nación nórdica entre sus vecinos. A los noruegos se les tacha de xenófobos, un sentimiento de rechazo a los extranjeros particularmente fuerte contra los musulmanes. En las elecciones de 2013 los votantes llevaron al poder a una coalición de centro derecha, la cual incluye al Partido del Progreso, en el que militó Breivik.

Suecos y finlandeses no han ganado fama mundial por su frialdad solo por las bajas temperaturas del invierno boreal. La introversión forma parte de la idiosincrasia de ambos pueblos, un rasgo de carácter que los diferencia de sus vecinos meridionales, en particular los residentes en torno al Mediterráneo. Ese encerramiento dificulta la integración de los emigrantes, que suelen disfrutar de estándares de vida inferiores a quienes nacieron en Escandinavia.