Hace 100 años... De Ellis Island a la frontera con México

La Estatua de la Libertad daba la bienvenida a los inmigrantes.
La Estatua de la Libertad daba la bienvenida a los inmigrantes.

Cuando los barcos penetraban en la bahía de Upper, en Nueva York, los ojos de miles de inmigrantes descubrían la silueta de la Estatua de la Libertad. Y justo detrás de la isla, un pedazo de tierra abría o cerraba las puertas a los recién llegados. De cierta manera en Ellis Island renació el sueño americano, una promesa inmutable en su esencia, pero cargada con episodios dramáticos en los últimos 150 años.

El rostro de la inmigración se ha transformado en Estados Unidos desde las primeras oleadas de expatriados europeos hasta la actual avalancha de niños y adolescentes centroamericanos. Pero en todas las épocas se han enfrentado los defensores de un país abierto al mundo contra quienes ven en los extranjeros una amenaza a la identidad y la economía estadounidenses.

La Isla de las lágrimas

A finales del siglo XIX Estados Unidos estableció su Política de Puertas Abiertas con el objetivo de atraer en especial a inmigrantes europeos. A inicios de esa centuria el país había experimentado la primera oleada migratoria, cuando cerca de cinco millones de personas del norte y el occidente de Europa se establecieron en la antigua colonia británica. Transcurría el período de la expansión hacia el oeste y la famosa Homestead Act de 1862, una ley que prometió la propiedad de la tierra a quienes se lanzaran a la conquista de aquellas vastas extensiones.

La avidez por la mano de obra europea se renovó después de 1890. Durante las siguientes seis décadas Estados Unidos acogió a más de 18 millones de inmigrantes, que confluyeron en el llamado el crisol de razas (melting pot).  La mayoría de esos nuevos americanos pasaron por las instalaciones migratorias de Ellis Island. Hoy se estima que alrededor del 40 por ciento de los estadounidenses desciende de uno de aquellos ilusionados viajeros.

La mayoría de los inmigrantes de la segunda oleada entró a Estados Unidos por Ellis Island (Biblioteca del Congreso - Wikimedia Commons)
La mayoría de los inmigrantes de la segunda oleada entró a Estados Unidos por Ellis Island (Biblioteca del Congreso - Wikimedia Commons)

Pero no todos iniciaban su vida en América de la misma manera. Los pasajeros de primera y segunda clase pasaban una inspección de rutina antes de desembarcar, pues el gobierno federal consideraba que no se convertirían en una carga para el estado. Solo en caso de enfermedad o por razones legales permanecían en Ellis Island por más tiempo.

En cambio, la masa apretujada en tercera clase era trasladada a la pequeña isla para realizar exámenes médicos y controles de su documentación. Una de las pruebas médicas consistía en la detección de una enfermedad oftalmológica conocida como tracoma, un incómodo procedimiento que habría dado a la ínsula su sobrenombre de Island of Tears.

Si los galenos no diagnosticaban ningún padecimiento, los trámites podían durar entre tres y cinco horas. Excepcionalmente las personas eran retenidas durante semanas. Solo el dos por ciento de los casos tuvo que retornar entonces a su país de origen, por sufrir una enfermedad peligrosa para la salud pública, o por la sospecha de que la persona devendría una carga para el fisco o trabajaría en la economía informal.

Con el avance del siglo XX los alemanes, irlandeses y británicos cedieron su lugar a inmigrantes del sur y el este de Europa: italianos, rusos, polacos, griegos, húngaros… Esa variación en el origen de los futuros americanos despertó el sentimiento antiinmigrante. A muchos estadounidenses les inquietaba la pobreza de los recién llegados, su poca instrucción y la pertenencia de comunidades religiosas extrañas a las raíces protestantes de Estados Unidos. Judíos, cristianos ortodoxos y católicos provocaban tanto recelo como los comunistas.

Después de 1965, con el inicio de la tercera ola, la brújula de la emigración se movió hacia América Latina y Asia. Aunque México se mantiene como el país con mayor proporción de inmigrantes –29 por ciento del total, esto es 11,7 millones—los asiáticos han desplazado a los hispanos desde 2009 en el número de expatriados que entran cada año a Estados Unidos. El estancamiento económico norteamericano, el refuerzo de los controles fronterizos y la caída de la natalidad en México han confluido en este reciente declive, según expertos del Centro de Investigaciones Pew.

La irlandesa Annie Moore, símbolo de los niños que llegaron solos a Estados Unidos (Shannon LaBelle - Wikimedia Commons)
La irlandesa Annie Moore, símbolo de los niños que llegaron solos a Estados Unidos (Shannon LaBelle - Wikimedia Commons)

Los hijos solitarios de América

La figura en bronce inmortal de Annie Moore en Ellis Island nos recuerda que el drama de los niños y adolescentes inmigrantes es historia vieja. Esta joven irlandesa entró la primera a la nueva estación migratoria de la isla el 1 de enero de 1892, día de su decimoquinto cumpleaños. La acompañaban sus dos hermanos menores, Anthony y Phillip. Habían viajado en tercera clase durante 12 días en el S.S. Nevada. Habían pasado la Navidad a bordo. En el siglo transcurrido entre 1820 y 1920 más de cuatro millones de irlandeses hicieron la misma travesía hasta Nueva York.

Aunque la Ley de Inmigración de 1907 prohibió la entrada a Estados Unidos de niños solos menores de 16 años, muchos permanecieron en suelo estadounidense acogidos por comunidades religiosas, organizaciones de ayuda a los inmigrantes y familias adoptivas. Miles escaparon de la hambruna y la guerra en Europa. Huérfanos, encontraron refugio en hogares norteamericanos gracias al programa de los Orphan Trains.

La segunda década del siglo XXI ha sorprendido a Estados Unidos con un alud mayor. Según datos del Centro Pew, en el presente año fiscal el número de menores de 12 años no acompañados que han tratado de cruzar la frontera con México se ha incrementado en 117 por  ciento. Huyen de la pobreza y la violencia en El Salvador, Honduras y Guatemala.

Y como hace 100 años algunos atizan el rechazo a quienes buscan el sueño americano. Curiosamente, muchos de estos críticos descienden de aquellos hombres, mujeres y niños que desembarcaron un día en América, a la sombra acogedora de la Estatua de la Libertad.