El jugoso negocio del trabajo forzado

Las largas cadenas de producción y distribución ocultan las huellas del trabajo forzoso en la ropa.
Las largas cadenas de producción y distribución ocultan las huellas del trabajo forzoso en la ropa.

Inmigrantes chinos fabrican ropa y zapatos de grandes marcas en talleres ilegales en Italia y España; niñas y adolescentes de la India laboran 18 horas diarias por un salario miserable, para coser las faldas que luego llevarán chicas de su edad en Europa y Norteamérica; trabajadores temporales de México y Centroamérica cosechan las hortalizas que colorean de rojos y verdes los supermercados de Estados Unidos y Canadá. El trabajo forzoso suele expandir sus raíces en países en desarrollo, pero los frutos con frecuencia se disfrutan en las naciones avanzadas.

Esclavitud moderna en cifras

Un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calculó en 150.000 millones de dólares las ganancias derivadas de la explotación forzosa de mano de obra. Las diversas formas de esclavitud moderna atenazan a cerca de 21 millones de personas en el mundo, la mayoría en Asia y África.

De acuerdo con el reporte, dos terceras partes de las ganancias son generadas por la explotación sexual comercial. Sin embargo, las personas obligadas a vender su cuerpo representan apenas la quinta parte de los sometidos a algún tipo de labor forzada. El mercado del sexo constituye entonces una inversión muy atractiva en la que participan redes de tráfico humano, organizaciones criminales y autoridades locales.

La caída bajo el umbral de la pobreza empuja a muchos a aceptar empleos en pésimas condiciones.
La caída bajo el umbral de la pobreza empuja a muchos a aceptar empleos en pésimas condiciones.

Las crisis económicas y no la pobreza crónica parece la causa fundamental de la perpetuación del trabajo forzoso, según la OIT. Las familias hundidas en la miseria por la pérdida de ingresos recurren a préstamos bajo condiciones abusivas y aceptan cualquier empleo para pagar sus deudas. En países con débiles redes de protección social, esa tabla de salvación temporal puede transformarse en duradera esclavitud.

La OIT señala, además, que el analfabetismo y el bajo nivel educacional facilitan la tarea a los explotadores. Los trabajadores con poca instrucción corren el riesgo de aceptar contratos sin conocer las condiciones en detalle, o deben conformarse con puestos mal pagados. El 44 por ciento de las víctimas de trabajo forzoso emigraron dentro o fuera de sus países, lo cual hace de la migración otro rasgo importante en este retrato de la esclavitud en el siglo XXI.

Ganancias fabulosas en países desarrollados

Aunque en los países desarrollados el número de personas explotadas en trabajos forzosos es reducido, 1,5 millones, esta mano de obra reporta enormes ganancias a sus empleadores. Los beneficios económicos en las economías avanzadas se acercan a 47.000 millones de dólares, un monto solo superado por Asia.

Como promedio, en la Unión Europea, Norteamérica y las demás naciones de alto desarrollo, un empleo de este tipo aporta ganancias anuales de 34.800 dólares para los dueños de talleres, fábricas, prostíbulos y otros sitios donde se ejecuta el trabajo ilegal. En ninguna otra región las labores forzosas ofrecen tan elevados dividendos.

4,5 millones de personas son explotadas sexualmente en el mundo (AFP/Archivos | Vanderlei Almeida)
4,5 millones de personas son explotadas sexualmente en el mundo (AFP/Archivos | Vanderlei Almeida)

En el caso de la explotación sexual las deferencias en el margen de beneficios resultan más reveladoras. Mientras los propietarios de burdeles y los proxenetas de Asia consiguen 12.000 dólares anuales por trabajadora, en los países desarrollados las ganancias llegan a 80.000 dólares.

Contrario a lo que muchos piensan, el trabajo forzoso no crece exclusivamente en la economía subterránea o en sectores “tradicionales” como las labores domésticas o la prostitución.

Según el informe "Detecting and Tackling Force Labour in Europe", elaborado por la Fundación Joseph Rowntree, los inmigrantes recolectores de bayas en Suecia; los talleres textiles en España; los agricultores temporales en los campos de tomates y otras verduras en el sur de Francia; y el uso de mano de obra bajo condiciones de esclavitud en las construcciones en Alemania, Irlanda e Italia, demuestran cómo esta escandalosa explotación alimenta también importantes sectores económicos.

Pero como ha reconocido la OIT, falta voluntad política de los gobiernos para aplicar leyes contra este fenómeno. Paradójicamente, con la excepción de China, todos los países han firmado alguno de los convenios internacionales que condenan el trabajo forzado. Letra muerta para la mayoría.