En ‘Babygirl’, Nicole Kidman lo quiere a él, pero ¿qué quiere Harris Dickinson?
Con el actor adecuado, la ambivalencia puede ser seductora. Si no puedes saber si alguien quiere algo o no, se despierta tu interés. Hay suspenso.
La ambivalencia forma parte del encanto de Harris Dickinson, el actor británico que se dio a conocer por primera vez con la película independiente de 2017 “Beach Rats”, en la que interpretaba a un adolescente de Brooklyn confundido con respecto a su sexualidad. Nunca estabas muy seguro de qué quería el personaje y quizá él tampoco lo sabía. Pero por eso, y porque Dickinson es el tipo de actor que nunca exagera, incluso verle hacer algo pequeño te tenía en ascuas.
Ahora, a sus 28 años, Dickinson ha encontrado el vehículo ideal para su especialidad. En la nueva película “Babygirl”, interpreta a Samuel, un becario atrapado en un arriesgado romance con su jefa casada, Romy (Nicole Kidman). Su química sexual se basa en una dinámica dominante/sumisa, aunque no está claro quién tiene más poder: Romy tiene dominio sobre él en el trabajo, pero en el dormitorio, Samuel lleva la voz cantante.
O al menos se supone que es así. Parte de la gracia de “Babygirl” es que Samuel no es un manipulador sexual frío salido de “Cincuenta sombras de Grey”: este joven caprichoso se lo va inventando sobre la marcha. Después de ordenarle a Romy que se ponga de rodillas, puede que se arrepienta y le pida disculpas. Incluso las órdenes más decisivas de Samuel pueden ser un poco locas: en un bar abarrotado, pide un vaso alto de leche y le ordena a Romy que se lo beba. ¿Leche? Bueno, supongo que no hay malas ideas cuando estás improvisando.
Precisamente porque Samuel es difícil de someter y descifrar (y porque, cuando está excitado, quizá intente someter y descifrarte a ti), la interpretación es seductora y sexi, el tipo de actuación estelar que podría convertirse en la piedra angular de una carrera. Dickinson ha aparecido en películas que destacaron, como “El triángulo de la tristeza” y “Garra de hierro”, pero eso no es lo mismo que destacar por tu cuenta. Es probable que “Babygirl” cambie eso: después de que su estreno en agosto en el Festival de Cine de Venecia convirtiera a Dickinson en el hombre más deseado del Lido, Vulture publicó un artículo que sugería que la película le había dado a Dickinson “algo invaluable para un joven actor”, la imagen de una estrella.
Hace unos meses, pensando que Dickinson estaría ansioso por sacar provecho de su nueva fama, les pregunté a sus representantes cuándo vendría el actor londinense a Estados Unidos para dar entrevistas a la prensa. La respuesta que recibí fue sorprendente: no vendría, ya que estaba tan inmerso en la posproducción de su debut como director que todas las apariciones relacionadas con “Babygirl” tendrían que esperar hasta finales de año.
¿De verdad estaba dispuesto a dejar pasar su gran momento revelación sin meses de entrevistas y sesiones fotográficas? No entendía si realmente deseaba esto o no, pero al menos despertó mi interés.
Luego ganó la lógica. A mediados de octubre, sacaron a Dickinson de la sala de edición y lo llevaron a Los Ángeles para un fin de semana relámpago que incluyó proyecciones de “Babygirl”, una gala estelar en el Museo de la Academia de Artes y un almuerzo con The New York Times. Sí, la ambivalencia puede ser seductora. Pero en Hollywood, no puedes hacerte el difícil por mucho tiempo.
El día que me reuní con Dickinson en el restaurante de un hotel de Beverly Hills, iba vestido con una camiseta de las Spice Girls y pantalones cortos de correr, maravillado con las temperaturas veraniegas de Los Ángeles incluso en otoño. Aunque había pasado la mayor parte de su día en interiores, trabajando en la película que había dirigido durante el verano, cuyo título provisional es “Limousine Dreams”.
“Fue difícil alejarme de algo así porque lo abarca todo”, dijo sobre la película, que trata de un joven vagabundo que intenta reintegrarse a la sociedad londinense. Es el tipo de papel protagonista que cabría esperar que Dickinson hubiera escrito para sí mismo, pero estaba seguro de que no quería protagonizarla y en su lugar eligió a Frank Dillane.
“Lo que me pasa con la actuación es que implica muchas otras cosas, como la vanidad y la confianza en uno mismo y las inseguridades”, explicó. “Con la dirección también es así, pero al menos tienes un equipo de personas en las que apoyarte, que respaldan tu visión. Mientras que, con la actuación, estás solo”.
Otros actores tienden a acicalarse para los periodistas, pero durante nuestro almuerzo, percibí que Dickinson por naturaleza era incapaz de ello, pues prefería mantenerse dentro de su propia energía en lugar de esforzarse por impresionar. Era discreto como una persona normal, lo que quizá explique por qué es capaz de generar interpretaciones mucho más naturalistas que muchos actores británicos de su edad.
De hecho, más allá del atractivo físico que le valió el papel de un modelo en “El triángulo de la tristeza” y del embajador de Prada en la vida real, no había casi nada en los modales de Dickinson que sugiriera que estabas hablando con una estrella de cine. En general, digo esto como un cumplido: no tiene nada de performativo, excepto lo que hace para ganarse la vida.
“No muestra su hambre”, señaló la directora de “Babygirl”, Halina Reijn, quien describió la relación a veces complicada de Dickinson con su carrera: “Quiere actuar, pero es casi como si tuviera una relación de amor/odio con ello”.
Cuando Reijn buscó a Dickinson por primera vez para que actuara en “Babygirl”, él lo dudó un poco. “Hay muchas películas de este tipo que se han hecho antes y que, para ser franco, se han hecho mal”, reconoció. “Y no temía que Halina hiciera eso, más bien temía de mi propia capacidad”.
Lo que lo convenció es que Reijn quería retratar el andamiaje que hay detrás de la dinámica dominante/sumisa. Cada vez que él se sentía bloqueado en una escena, Reijn le decía que para superarlo debía conectar con la vergüenza de su personaje: “Ella me decía: ‘Todo esto es una actuación, y tienes que romper la fachada. Tienes que reírte’”.
Dickinson también se sintió atraído por la confusión de Samuel, que consideró era emblemática de su generación. “Volvemos a la idea de lo que significa ser un hombre hoy en día en una sociedad en constante cambio”, puntualizó Dickinson. En un momento de tranquilidad juntos, Samuel llega a preguntarle a Romy si cree que él es una mala persona.
“Tiene miedo de su propia oscuridad”, afirmó Dickinson. “Está ocurriendo algo muy peligroso con los jóvenes solitarios y enfadados que son ignorados o dejados de lado y, como resultado, se convierten en versiones realmente tóxicas de sí mismos”.
Reijn está de acuerdo. “Es obvio que los hombres están confundidos y yo quería plasmar eso en la película”, declaró. “Este personaje es alguien a quien podrías ver luchando con preguntas como: ‘¿Qué esperas de mí? ¿Quién tengo permitido ser?’”.
Muchos de los actores del grupo contemporáneo de Dickinson apenas pueden disimular su ambición. Eso no es necesariamente malo: el hambre puede ser una parte carismática de la personalidad de una estrella. Pero la ambición de Dickinson es más esquiva, o al menos se mantiene más a raya.
“Soy discretamente competitivo”, admitió. “En muchos sentidos, a los británicos en particular nos encanta ser humildes, así que parto de eso, por supuesto, por cortesía. Pero en el fondo, claro que tengo grandes ambiciones”.
Cuando era joven y crecía en un suburbio del este de Londres, Dickinson tenía afinidad con el cine: solía reunir a sus amigos para rodar un programa semanal de escenas cómicas con su cámara de video de bolsillo y, cuando tenía 15 años, solicitó al ayuntamiento de su localidad una subvención económica para hacer un cortometraje. Sin embargo, como hijo de un trabajador social y una esteticista, no veía un camino viable hacia Hollywood.
“Pensé que quizá era tonto por elegir las artes o la industria del entretenimiento, algo tan frívolo e inalcanzable”, reflexionó. “¿Qué demonios hacía yo intentando siquiera entrar en eso?”.
Tras años de audiciones sin éxito y temporadas frustrantes de pilotos que no llegaron a nada, por fin consiguió un papel en “Beach Rats”, y luego se abrió paso hacia producciones más grandes, como la secuela de “Maléfica” y “La chica salvaje”. Dickinson relató: “Terminé dentro de este mundo de locos y pienso: ‘Sí, es obvio que esta es mi tribu’”.
Por eso, aunque actuar puede ser algo neurótico, Dickinson no está dispuesto a darle la espalda justo cuando su carrera empieza a despegar. Su actuación más destacada bien podría ser la próxima: corre el rumor de que protagonizará un cuarteto de películas sobre los Beatles que dirigirá Sam Mendes. Dickinson interpretaría a John Lennon junto a Paul Mescal como Paul McCartney.
Tal vez eso sea apropiado, puesto que “Babygirl” ya desató sentimientos parecidos a la Beatlemanía. Reijn recordó que, tras una proyección reciente, fue asaltada en el baño por nuevas seguidoras apasionadas del actor: “Las mujeres casi me atacaban y me preguntaban: ‘¿Cómo es < em>él< em> en realidad?’”. (Cuando le pregunté a Kidman sobre Dickinson, hasta ella inhaló y suspiró: “¿No es un encanto?”).
Sabiendo que las primeras audiencias se han mostrado así de apasionadas, ¿acaso Dickinson está preparado para que “Babygirl” cambie la forma en que la gente lo ve?
“No lo sé”, me respondió encogiéndose de hombros. “Yo solo hago mi trabajo. Solo quiero que la gente lo disfrute. Lo que sea que pase después, está fuera de mi control”.
¿No le importa en absoluto cómo lo perciben los demás? Dickinson se rio.
“No, por favor, cielo”, me contestó. “¿Por qué habría de importarme? Todos vamos a morir”.
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