Mientras la atención mundial se decanta hacia Gaza, la psique de Israel sigue definida por el atentado del 7 de octubre

Bashir Ziyadna, estudiante araboisraelí de Derecho, cuelga un retrato de Hamza Alziadna, pariente que estuvo entre los secuestrados y llevados como rehenes a Gaza, en una plaza pública en Tel Aviv, Israel, el 24 de diciembre de 2023. (Avishag Shaar-Yashuv/The New York Times).
Bashir Ziyadna, estudiante araboisraelí de Derecho, cuelga un retrato de Hamza Alziadna, pariente que estuvo entre los secuestrados y llevados como rehenes a Gaza, en una plaza pública en Tel Aviv, Israel, el 24 de diciembre de 2023. (Avishag Shaar-Yashuv/The New York Times).

JERUSALÉN — El ataque del 7 de octubre contra Israel ha dado paso a una introspección profunda en la izquierda israelí, pues socavó la fe en un futuro compartido con los palestinos. En la derecha israelí, ha creado una crisis de confianza, pues minó el apoyo al primer ministro Benjamín Netanyahu. Acercó a la cultura dominante a los judíos ultraortodoxos, que a menudo se han mostrado ambivalentes sobre su relación con el Estado de Israel.

Pese a sus diferencias religiosas y políticas, los israelíes están aprendiendo a aceptar y a lidiar con lo que significó el ataque terrorista liderado por Hamás para Israel como Estado, para los israelíes como sociedad y para sus ciudadanos como individuos. Así como los fracasos de Israel en la guerra árabe-israelí de 1973 acabaron por trastocar su vida política y cultural, se espera que el atentado del 7 de octubre y sus repercusiones reconfiguren a Israel en los años venideros.

El ataque, en el que se asesinó a cerca de 1200 personas, destruyó la impresión de seguridad que se tenía en Israel y debilitó la confianza en sus líderes. Acabó con la idea de que el bloqueo israelí en la Franja de Gaza y la ocupación de Cisjordania podían continuar por tiempo indefinido sin consecuencias significativas para el pueblo israelí. Y para la mayoría judía en Israel, rompió la promesa central del país.

Cuando se fundó Israel en 1948, el objetivo que lo definía era brindar un santuario para los judíos, tras pasar 2000 años en condición de apátridas y perseguidos. El 7 de octubre, ese mismo Estado demostró ser incapaz de prevenir la peor jornada de violencia contra los judíos desde el Holocausto.

“En ese momento, nuestra identidad como israelíes quedó devastada. Fue como si 75 años de soberanía, de nacionalidad israelí, hubieran —en un instante— desaparecido”, describió la novelista israelí Dorit Rabinyan.

“Solíamos ser israelíes”, agregó. “Ahora, somos judíos”.

Dorit Rabinyan, novelista israelí, en su casa de Tel Aviv, Israel, el 24 de diciembre de 2023. (Avishag Shaar-Yashuv/The New York Times).
Dorit Rabinyan, novelista israelí, en su casa de Tel Aviv, Israel, el 24 de diciembre de 2023. (Avishag Shaar-Yashuv/The New York Times).

Por ahora, el atentado también ha unificado a la sociedad israelí a un grado que parecía inconcebible el 6 de octubre, cuando había una profunda división en el pueblo de Israel por los intentos de Netanyahu de reducir el poder de los tribunales; por una disputa sobre el papel de la religión en la vida pública; y por el propio futuro de Netanyahu en la política.

A lo largo del año, los dirigentes israelíes advirtieron sobre la posibilidad de que se desatara una guerra civil. Sin embargo, en un instante del 7 de octubre, israelíes de toda índole encontraron una causa común en lo que reconocieron como una lucha existencial por el futuro de Israel. Desde entonces, han sentido un dolor colectivo cada vez que la comunidad internacional critica las represalias que ha tomado Israel en Gaza.

Además, en partes de la comunidad ultraortodoxa, cuya reticencia a servir en el Ejército israelí había sido una fuente de división antes de la guerra, se notaron señales de un aprecio reforzado por —y en algunos casos, de participación en— las fuerzas armadas.

Los datos de encuestas recientes pintan a una sociedad en profunda incertidumbre desde el ataque de Hamás.

Casi el 30 por ciento de la sociedad ultraortodoxa ahora apoya la idea del servicio militar, 20 puntos más que antes de la guerra, según una encuesta realizada en diciembre por el Instituto Haredi de Asuntos Públicos, un grupo de investigación con sede en Jerusalén.

Quizá como sorpresa, el 70 por ciento de los israelíes árabes ahora afirman sentirse parte del Estado de Israel, según una encuesta realizada en noviembre por The Israel Democracy Institute, un grupo de investigación radicado en Jerusalén. Eso son 22 puntos más que en junio y la proporción más alta desde que el grupo empezó a hacer esa pregunta hace veinte años.

Casi una tercera parte de los votantes del partido de derecha de Netanyahu, Likud, ha abandonado el partido desde el 7 de octubre, según todas las encuestas nacionales realizadas desde el atentado.

“Aquí cambió algo fundamental, y aún no sabemos qué es”, señaló Yossi Klein Halevi, autor y periodista en el Instituto Shalom Hartman, un grupo de investigación en Jerusalén. “Lo que sí sabemos es que, de cierto modo, esta es la última oportunidad para este país”.

Aryeh Tsaiger, un conductor de autobús de Jerusalén, encarna algunos de estos cambios.

En el año 2000, Tsaiger se convirtió en uno de los muy pocos israelíes ultraortodoxos que sirvieron como reclutas militares. En aquel entonces, se sintió repudiado por su comunidad.

“Unirse al Ejército era algo impensable”, relató Tsaiger.

Los judíos ultraortodoxos, conocidos como jaredíes, están exentos del servicio militar para poder estudiar la ley y las escrituras judías en seminarios subsidiados por el gobierno. Durante décadas, han luchado por conservar esa exención, para molestia de los israelíes seculares, ya que esta les permite a los jaredíes beneficiarse del erario público mientras hacen poco para proteger a la nación.

Tras el atentado del 7 de octubre, cuando se apresuró a alistarse nuevamente en el Ejército, Tsaiger contó que se sintió acogido por los jaredíes. Algunos amigos lo felicitaron, un rabino jaredí le dio una bendición especial, y varias sinagogas jaredíes le preguntaron si podía asistir a sus oraciones del sabbat con su arma. Por temor a más ataques terroristas, las congregaciones querían su protección.

“Ese es un cambio enorme”, afirmó Tsaiger, de 45 años. “Me quieren ahí”.

Esta dinámica cambiante ha dejado a la minoría árabe de Israel en una posición desconcertante y contradictoria.

Aproximadamente una quinta parte de los más de nueve millones de habitantes de Israel son árabes. Muchos se identifican como palestinos pese a tener la ciudadanía israelí, y muchos se solidarizan con la gente de Gaza que ha muerto en ataques israelíes, un sentimiento que se ha fortalecido a medida que el número reportado de muertos en Gaza llega a unos 20.000.

Varios líderes araboisraelíes fueron detenidos en noviembre tras intentar organizar una manifestación no autorizada en contra de la guerra. Otros fueron investigados por la policía en relación con publicaciones en redes sociales que se consideraron partidarias de Hamás.

Pero algunos araboisraelíes también sienten una emoción contraria: un mayor sentido de pertenencia en Israel.

Decenas de árabes fueron asesinados o secuestrados por Hamás el 7 de octubre, lo cual les dio a sus comunidades una mayor sensación de solidaridad con los israelíes judíos.

“Si a mí me dieran a elegir entre Hamás o Israel, elegiría a Israel sin pensarlo dos veces”, declaró Bashir Ziyadna, estudiante araboisraelí de Derecho.

Este creciente consenso social ha ocurrido pese a Netanyahu.

Los israelíes se han movilizado en torno a una creencia compartida en la campaña militar que lidera Netanyahu. Pero no se han organizado en apoyo al primer ministro.

Parte de la frustración de la derecha con Netanyahu proviene de cómo su gobierno ha fomentado una sensación de complacencia sobre Gaza. A menudo, los funcionarios públicos expresaban, falsamente, que Hamás estaba neutralizado, y que las mayores amenazas inmediatas de Israel eran Irán y el Líbano.

El enojo también proviene del hecho de que Netanyahu estuvo en el poder mientras se creaban brechas cada vez más profundas y un diálogo público tóxico en la sociedad israelí.

En una época de tanta agitación, algunos israelíes de derecha quieren un discurso público más moderado, afirmó Netanel Elyashiv, rabino y editor que vive en un asentamiento de Cisjordania.

Elyashiv citó a un personaje de la caricatura del Coyote y el Correcaminos que “corre hacia un acantilado y sigue corriendo un rato sin darse cuenta de que no es sostenible”, para decir: “El gobierno de Netanyahu está en la misma situación. Creo que este es el fin de su mandato”.

Más allá del destino personal de Netanyahu, su estrategia con respecto a los palestinos —incluida su oposición a un Estado palestino y su apoyo a los asentamientos en Cisjordania— sigue siendo popular.

Más de la mitad de los israelíes judíos se oponen al reinicio de las negociaciones para crear un Estado palestino, según una encuesta realizada a finales de noviembre por The Israel Democracy Institute.

Los pobladores judíos de los asentamientos en Cisjordania también sienten que ya ganaron en definitiva el debate sobre mantener la presencia de Israel en el territorio palestino.

Según Elyashiv, el ataque del 7 de octubre no habría sucedido si los soldados y colonos israelíes se hubieran quedado en Gaza.

“El motivo por el que esto no ha pasado en Judea y Samaria es por los asentamientos”, sostuvo Elyashiv, y usó el término bíblico para referirse a Cisjordania. “Por razones de seguridad, tenemos que estar aquí”.

“Siempre que nos vamos, todo se vuelve una pesadilla”, agregó.

c.2023 The New York Times Company