La Argentina le ganó a Canadá en el estreno de la Copa América con la autoridad del campeón
ATLANTA (enviado especial).- Hubo 70.564 personas que vinieron a verlo a él. Que cantaron por él, que se vistieron por él. No eran solo argentinos, claro. Gente que aceptó ponerse la camiseta de un país ajeno para honrar a un hombre que los hace feliz. Por eso el Mercedes Benz Arena, la joya arquitectónica que invita a perder la mirada en cada detalle tecnológico, fue caja de resonancia de la canción que se escuchará en cada intervención de la selección argentina; esa que consta de apenas un estribillo: “¡Meeessiiii, Meeeessiiii!”.
El gran capitán de la selección, como pocas veces negado para el gol, por mérito del gigante Maxime Crépeau y por una inusual imprecisión en la puntada final, sacó del lío a su equipo con otro recurso que lo pone en cualquier pedestal: el del pase como una caricia. Fueron dos pases, dos caricias que abrieron la cerradura canadiense y permitieron que Argentina -con el 2 a 0- sostenga en alto el cartel de defensor del título con hidalguía.
Orden, disciplina y agresividad había prometido Jesse Marsch, el DT de Canadá en la previa. Y cumplió el libreto a rajatablas desde el comienzo. Argentina resultó víctima de esa compresión que le propuso el equipo norteamericano, y pudo escapar de las ataduras con los pases como caricias de Messi. El genio resolvió el enigma y rescató del embrollo a la selección defensora del título. Argentina ganó 2 a 0 y empieza el desfile por la Copa América con autoridad de campeón vigente, pero con la necesidad de solucionar las dudas que le generó el durísimo rival de la jornada inaugural.
De entrada, los de Scaloni no supieron conjurar y cayeron en un ritmo adormecido, solo roto por alguna búsqueda larga de Paredes (como esa para Messi, que definió cruzado, cerca del palo), sólido en el eje. Mac Allister tuvo poca participación y Messi no encontró socio en esa telaraña. Apenas algunos intentos de liberación con Acuña, a quien le faltó respaldo por su lado.
Di María tuvo la gran oportunidad de entrada, a los 8 minutos: capturó un error de Koné con todo Canadá en campo argentino, corrió 25 metros sin jamás poder controlar bien la pelota y terminó definiendo al cuerpo del grandote Crépeau. Fideo, que tampoco aprovechó la segunda jugada, con una tijera fallida tras pase de Messi, se diluyó sobre la raya derecha. A partir de esa llegada clara, lo de Argentina fueron solo insinuaciones. No tuvo transiciones rápidas ni las combinaciones hijas de la posesión a las que acostumbra.
Canadá explotó el lugar por el que mejor puede hacer daño, el costado izquierdo, con el tractor Alphonso Davies, difícil de parar cuando arranca verticalmente. Con Millar y David juegan casi de memoria, y le hicieron la vida imposible a Nahuel Molina, que no encontró en De Paul el apoyo necesario para frenar las asociaciones. Sobre la media hora, los canadienses lastimaron con esas armas. Dos llegadas a fondo de Alphonso terminaron en sendos puñales al corazón del área. Uno, desvío en Paredes mediante, finalizó con una pifia de Buchanan; el otro, no fue conectado por Larin de milagro. Quedaron desnudas algunas inseguridades argentinas. ¿El indicador? En un momento se lo vio a Messi casi como tercer central para buscar una salida clara.
Aún así, Argentina se arrimó por el lado de Bombito, el más flojo de los centrales rivales. Mac Allister llegó al área por sorpresa y quedó corto con el cabezazo, y sobre el final Julián se cayó cuando había eludido al arquero y podía probar desde un ángulo algo cerrado. Sin embargo, el impacto del epílogo del primer tiempo fue todo de Canadá. Tras un desdoble por el lado de Acuña, salió Larin como extremo y su centro encontró a Eustaquio con un peligrosísimo cabezazo con pique que probó los reflejos de Dibu Martínez.
Antes del comienzo de la película, hubo una señal inequívoca. Messi salió al campo de juego con una sonrisa gigante. Feliz, sin la presión de otros tiempos. Reía, hasta incluso saludó hacia los hinchas que miraban a través de un acrílico la salida por el túnel. Pero en el entretiempo, el semblante fue otro. Serio y con algunas palabras para sus compañeros. A Messi, competitivo hasta la médula, no le cerraba lo que había vivido en ese primer tiempo de apremios y desconexión.
Y tenía que ser el capitán el que motivara a la tropa. Iban 3 minutos y Messi vio algo que solo él ve. Y a ese objetivo llevó la pelota con una caricia hacia el área chica. Hasta allí llegó Mac Allister –otra vez por sorpresa-, primereó a Bombito y, antes de caer derribado –y dolorido- por el arquero, la punteó para Julián, que definió con el arco vacío. El inquieto y molesto Julián que necesitaba eso y que casi duplica en la acción siguiente, con una media vuelta que Crépeau sacó al córner. Era la tranquilidad que necesitaba Argentina para salir de la incomodidad en la que lo había sumido Canadá.
El gol cambió el ánimo y la confianza. Di María apareció como el viejo Ángel y empezó a complicar a Alphonso, primero con un enganche y remate alto, luego con un pase a Messi, que fue cercado cuando se relamía para definir. Messi tuvo la asistencia menos pensada, un pelotazo de Dibu con todo Canadá volcado en ataque. El envío fue perfecto para el capitán que entró al área y pateó de zurda; otra vez Crépeau dijo que no, pero dejó el rebote para Messi, que engañó, dejó al guardameta en el piso y la pinchó, pero Cornelius se la sacó con la cabeza.
Los problemas de Argentina siguieron por los costados, ahora por el lado de Acuña. Fue a partir del ingreso de Shaffelburg, movedizo y peligroso por un Buchanan que no estuvo a la altura. Scaloni vio nubarrones en el horizonte y movió el tablero: Otamendi para armar una línea de tres centrales, más Mac Allister al lugar de Paredes, que salió reemplazado. Messi, liberado junto a Lautaro (entró por un exhausto Julián) tuvo otra escapada a pura velocidad y volvió a fallar en la definición. Esta vez, la pinchadita se fue ancha.
La confusión y la incertidumbre no se fueron hasta que Messi apareció en escena con otra caricia. Uno puede ver ese pase una y mil veces y apresurarse a decir que es algo sencillo. Pero solo un pie izquierdo de altísima sensibilidad es capaz. El capitán soltó la pelota a Lautaro, que minutos antes se había atragantado el grito contra el gigante Crépeau. Esta vez, el de Inter logró el desahogo que todo goleador necesita.
“¡Meeessi, Meeessi!”, le dieron la bienvenida las 70.564 personas que vinieron a verlo a él. El de los pases como caricias. El que en momentos de confusión y nubarrones aparece para confirmar que los mejores no tienen fecha de vencimiento.