¿Alemania se encamina hacia una humillación en la Eurocopa?
El mes pasado, Toni Kroos publicó una actualización “breve e indolora” en su cuenta de Instagram, en la que confirmó que había decidido atender la cordial convocatoria que le hizo Julian Nagelsmann, el seleccionador relativamente nuevo de Alemania, y revocar su retiro como jugador de la selección nacional.
Kroos escribió que regresaría a la selección nacional —después de tres años de ausencia— y estaría disponible para la Eurocopa de este verano. Debido a cuán tórridos han sido los preparativos de Alemania para el torneo, fue un empujón bienvenido: la caballería estaba llegando, aunque, al ser Kroos, a un ritmo suave y sereno.
Sin embargo, había algo en el pie de foto que no inspiraba confianza. “¿Por qué?” preguntó Kroos, retóricamente, sobre su decisión de regresar. “¡Porque me lo pidió el seleccionador nacional, tengo ganas y estoy seguro de que el equipo puede hacer mucho más en la Eurocopa de lo que la mayoría cree!”.
No fue exactamente un eslogan de mercadotecnia para estremecer el alma. No obstante, como representación de la situación exacta en la que se encuentra Alemania, a tres meses de un torneo del que será sede, es difícil de superar:
Alemania 2024: quizás no será tan malo como crees.
Las razones para esa angustia son claras. Cuando Nagelsmann fue nombrado en septiembre, se convirtió en el tercer seleccionador de Alemania en tres años. Joachim Löw, el hombre que había llevado al país a la victoria en la Copa Mundial de 2014, se había marchado tras la desoladora eliminación de Alemania en la Eurocopa de 2021, en la que su equipo cayó en una triste derrota frente a Inglaterra en octavos de final.
A Löw lo remplazó su antiguo asistente, Hansi Flick, un entrenador cálido y agradable que siempre había escuchado y tomado en cuenta la opinión de los jugadores y a quien —como siempre ocurre en estas situaciones— habían anunciado como el verdadero arquitecto de la época de oro. Flick había ganado el triplete nacional y europeo con el Bayern Múnich. Su nombramiento parecía obvio.
Tampoco funcionó. En el Mundial de Catar, Alemania quedó eliminada en la fase de grupos, víctima de una serie de resultados que sin duda fueron improbables, como la victoria de Japón sobre España y el tránsito de Venus por Acuario. Fue el segundo Mundial consecutivo en el que Alemania había caído a las primeras de cambio.
Flick avanzó a duras penas unos meses y luego se las ingenió para perder tres partidos al hilo. Su acto final fue una derrota de 4-1 en un amistoso contra Japón en septiembre. Pocas horas después, se convirtió en el primer hombre en casi un siglo en ser despedido como seleccionador de Alemania. Dos años después de suceder a Flick en el Bayern Múnich, Nagelsmann se encontró haciendo lo mismo con la selección nacional.
La verdad es que el cambio ha tenido poco impacto. Nagelsmann ganó su primer partido contra Estados Unidos, una primera señal de esperanza en medio de toda la desolación. Empató con México. Y luego perdió, uno detrás del otro, contra Turquía y Austria.
Antes de revelar la alineación de su escuadra para la fase final, sus dos últimos partidos son contra Francia y Holanda, dos de las favoritas para coronarse este verano. Más allá de recuperar a Kroos —un jugador al que Nagelsmann ha descrito como el mejor en “saltar al rival” en Europa—, no está del todo claro cómo pretende detener la caída.
Kai Havertz jugó de lateral izquierdo en otoño. Nagelsmann ya ha decretado que eso no volverá a ocurrir. Esta vez se descartó a más de una decena de jugadores que participaron contra Austria y Turquía, entre ellos el experimentado centrocampista del Bayern Leon Goretzka.
En su lugar entraron cuatro jugadores del Stuttgart, uno de los equipos de la Bundesliga que está en mejor forma, quienes tienen una aparición internacional entre todos. No son señales que sugieran que Alemania tenga una visión determinada. Hay una razón por la que la gente piensa que este verano, a pesar de lo que diga Kroos, las cosas pueden salir bastante mal.
Sin embargo, es todavía más desconcertante cómo Alemania ha caído tan bajo. Después de todo, fue la nación que hace apenas una década parecía haber perfeccionado el desarrollo de jugadores juveniles como un proceso industrial. Los equipos alemanes eran como una cadena de producción de talento que funcionaba a la perfección. El Borussia Dortmund tenía incluso una máquina para ello, el Footbonaut.
Y también fue el país que albergó la ideología, el planteamiento del juego, que en poco tiempo se convertiría no solo en la mejor práctica, sino en la configuración predeterminada en gran parte de Europa. Alemania, a través de Ralf Rangnick, Jürgen Klopp y Thomas Tuchel, desarrolló el “gegenpressing” y la regla de los ocho segundos.
Alemania era el futuro y había resuelto el rompecabezas. La selección alemana ya no sería susceptible a los mismos ciclos de auge y caída, de cambios de entrenador y de chivos expiatorios individuales, que todos los demás.
Sin embargo, aunque es precisamente ahí donde estamos, no está claro cómo llegamos aquí. Por supuesto que la explicación más común es que el legendario reinicio alemán fue una ilusión, que la generación que ganó la Copa del Mundo de 2014 tan solo fue un feliz accidente, ya sea una confluencia de factores complejos y no relacionados o un golpe de suerte, ninguno de los cuales puede estar bajo el control de los seres humanos. Alemania, engañada con su éxito, se volvió complaciente, tan solo para descubrir que después de todo no tenía las respuestas.
También hay una tendencia a preguntarse si las penurias de la selección alemana son, de alguna manera, una manifestación de la cultura futbolística del país en su conjunto: luchas internas entre ejecutivos, falta de innovación en los clubes, falta de dirección, liderazgo y planificación en casi todos los niveles.
Ambas teorías tienen mérito y ambas son atractivas: nos gustan las narrativas sencillas y equilibradas. No obstante, ninguna de las dos explica del todo el problema. Después de todo, Alemania tal vez no tenga tantos buenos jugadores como hace una década, pero sigue teniendo bastantes. Si una visión estratégica clara a nivel ejecutivo fuera importante para los equipos en el fútbol internacional, Italia no tendría cuatro Mundiales.
Sin embargo, debido al fracaso de seleccionadores alemanes consecutivos —y de decenas de jugadores, algunos veteranos, otros jóvenes, algunos creativos, otros industriosos—, para llegar a la raíz del problema, parece cada vez más claro que el problema podría ser estructural. Vale la pena considerar si el sistema de Alemania, su fortaleza durante mucho tiempo, ahora es su debilidad.
El estilo percusivo y de alto octanaje que primero pusieron de moda Rangnick, Klopp y el resto ahora es la norma en la Bundesliga. Así se crían todos los jugadores alemanes. No obstante, es complejo: cada equipo pasará cientos de horas afinando sus estrategias de presión y las adaptará a sus necesidades y a sus recursos.
Sin embargo, en el fútbol internacional el tipo de tiempo necesario para que esto funcione no está disponible; por eso el deporte a nivel internacional tiende a ser menos hábil, menos fluido y a parecer, a veces, menos refinado que su homólogo de clubes. Al mismo tiempo, es probable que pedirles a los jugadores que cada dos veranos durante unas pocas semanas cambien hábitos que les han inculcado desde niños termine en fracaso.
Entonces, Alemania se encuentra en un aprieto: una escuadra desequilibrada, pero dotada, incapaz de hacer lo que sabe, pero también incapaz de hacer otra cosa, encargada de responder a las elevadas expectativas que le cargaron las generaciones anteriores.
Löw y Flick no pudieron resolver el enigma. Nagelsmann tan solo tiene tres meses para encontrar una solución y los primeros indicios no son alentadores. Tal vez Kroos tenga razón y eso es lo mejor que puede esperar: que, pase lo que pase, no es tan malo como se cree.
c.2024 The New York Times Company