Zonas de sacrificio en México: cuarta transformación, militarización y contrainsurgencias

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La carretera 117 que atraviesa de sur a norte el estado de Coahuila, desde Monclova hasta la frontera con Estados Unidos en Piedras Negras, es el escaparate de lo que se denomina como zonas de sacrificio. Un testimonio del desprecio y la destrucción de un territorio para servirle a otros. Entre los cerros que conservan su verdor por los matorrales y arbustos de la región, se erigen unos falsos cerros de color negro, de sus vértices se asoma un color rojo y en su cima apenas crece un tímido pasto amarillento. Se trata de escoria, el desecho del carbón que se ha extraído por más de 150 años en esta región. Los falsos cerros son tan altos como los naturales y son la evidencia más clara de los hoyos que existen en el suelo que los rodea: minas a cielo abierto, túneles en todas direcciones y pozos que bajan a las entrañas de la tierra para saciar lo insaciable.

El concepto

La región carbonífera de Coahuila es sólo una de muchas zonas de sacrificio (ZS) en México, lugares que han sido abandonados o contaminados en exceso en nombre de un bien mayor, usualmente algo abstracto como el progreso, el crecimiento económico o –y de manera más reciente y controversial– el “desarrollo sostenible”. Las zonas de sacrificio no sólo se refieren al ámbito natural o el de lo no-humano, es decir paisajes, flora y fauna y la naturaleza en general, sino también a las comunidades y formas de vida que, en los ojos de la visión unidimensional del desarrollo, se presentan como “problemáticas”, “subdesarrolladas” e incluso “retrogradas”, justificando su ya mencionado sacrificio. Esta visión, la cual tiene un origen profundamente colonial, es la bandera que se utiliza para justificar el despojo, la contaminación, la degradación de la naturaleza e incluso su destrucción.

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En las zonas de sacrificio suelen eliminar las protecciones legales, las cuales pueden ser modificadas como una forma de incrementar la inversión extranjera directa, fomentar la participación de empresas e industrias y garantizar algunos “beneficios económicos” como el empleo. Como lo estipula el Colectivo Geocomunes, estas modificaciones son una forma de ‘”legalizar” el saqueo de los territorios y permitir la participación del sector privado a través de modificaciones al marco legal, como en los cambios a la Ley Minera en 1992, el TLCAN de 1994, la Ley de Bioseguridad en 2005, la Ley de Inversión Extranjera (2012), la Ley de Asociación Pública-privada (2012), la Reforma Energética (2013-2016) y de manera más reciente, la declaración de megaproyectos prioritarios para el desarrollo (2018-2024). Por razones de seguridad y considerando que México es uno de los países más violentos para personas defensoras del territorio –las estimaciones indican que al menos 185 personas han sido asesinadas desde el 2018– lxs defensorxs del territorio y activistas entrevistados para este reportaje permanecen anónimos. 1

Tipología de las zonas de sacrificio

El concepto sirve para nombrar lo que los intereses económicos y políticos han creado a lo largo de cientos de años, la “mala suerte” de algunos territorios, a veces naciones o países enteros, en el sorteo del desarrollo. El concepto no es nuevo, se utilizó durante la guerra fría en los Estados Unidos para referirse a aquellas zonas que se volvían inhabitables por la contaminación creada por la radiación y la minería de uranio. En los setentas y ochentas el concepto fue apropiado por comunidades indígenas, pueblos originarios y comunidades afroamericanas de este mismo país para denotar la forma en la que sus territorios se convertirían en campos de pastoreo, borrando sus costumbres, conocimientos y formas de estar en el mundo, denunciando el racismo ambiental implícito en el confinamiento de las comunidades de “color” en zonas, contaminadas, degradadas y/o vulnerables, respectivamente.

Aunque es difícil calcular el número de zonas como estas en México, la organización Conexiones Climáticas ha propuesto una categorización que incluye: primero, aquellos lugares cercanos o próximos a las fuentes de contaminación o a los puntos en donde se concentra dicha contaminación de agua, aire o tierra; segundo, aquellas zonas en donde, la noción del desarrollo sustentable o la ‘transición verde’ se han convertido en una nuevas formas de, despojo, afectaciones y ecocidios; tercero, aquellas zonas que se convierten en espacios inhabitables a través de un los impactos socioecológicos por medio de los efectos de la crisis climática que se desplazan en tiempo y espacio.

1. Por proximidad y/o principio metabólico

“Nosotros estamos malditos por la geografía”. Así lo afirmó uno de los habitantes de Tula, Hidalgo. “Recibimos todo el desperdicio de la Ciudad de México, así sea en forma de basura física, en aguas residuales o en emisiones que producen la mala calidad del aire. Nos quedamos con el desperdicio que se asume como necesario para satisfacer lo que parece ser una imparable demanda de energía en forma de gasolina, diesel y electricidad, así como de materiales cómo el cemento que requiere la ciudad”. En Tula desemboca el Gran Desagüe de la CDMX, además de albergar una refinería y una termoeléctrica necesarias para proveer combustibles y electricidad que demanda la capital. Los mecheros de estas plantas, junto con las cementeras y otras grandes industrias que se han instalado desde hace décadas en esta zona, envenenan la presa del Endo y enturbian el paisaje. La población de Tula padece de un elevado número de casos de cáncer y otras enfermedades respiratorias y gastrointestinales, las cuales han sido históricamente ignoradas por el estado. En 2021 la ciudad fue víctima de una descarga atípica de aguas negras, provocando una inundación y la muerte de 13 personas en una clínica de salud que estaban en cuidados intensivos.

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El sacrificio no es retórico, y lastimosamente refrenda las decisiones políticas de unas vidas sobre otras. Otros casos de zonas de sacrificio por proximidad son los municipios jaliscienses de El Salto y Juanacatlán por la contaminación del Río Santiago, uno de los sitios más contaminados del país. Al río lo matan alrededor de 1,000 empresas manufactureras, metalúrgicas, químico-farmacéuticas, electrónica, automotriz, alimentos y bebidas en la zona de Toluca-Lerma, que vierten sus descargas directamente al río. La organización Un Salto de Vida lleva décadas denunciando una política de muerte cobijada en el discurso del desarrollo y las inversiones extranjeras. Además de denunciar las formas en las que el Estado ha sido cómplice de establecer una política deliberada de muerte (o necropolítica) en la región. Esta última característica demuestra el carácter metabólico de las zonas de sacrificio: mientras algunos lugares demandan más energía, minerales, agua limpia, trabajo barato, etc. son otros los lugares, cada vez más distantes, quienes deben cargar con los impactos y las consecuencias.

El Salto en Juanacatlán. Lo que en 1909 se denominó como el ‘Niágara Mexicano’ en comparación con la contaminación documentada a lo largo del río en 2021.
El Salto en Juanacatlán. Lo que en 1909 se denominó como el “Niágara Mexicano”, en comparación con la contaminación documentada a lo largo del río en 2021. Foto: Colectivo Ecologista Jalisco.

 

2. Vía extractivismo verde

Cuando hablamos de “desarrollo sustentable”, “crecimiento verde”, “transición energética” o incluso “mitigación al cambio climático”, estamos hablamos de una reconfiguración del espacio para responder a estas necesidades, lo que conduce a un sacrificio de paisajes, territorios, ecosistemas de poblaciones para garantizar el abastecimiento, transporte, instalación y operación de infraestructuras y programas ‘bajos en carbono’, que incluyen la demanda de minerales y la especulación de tierras que parecen ociosas, mal utilizadas o vacías. Es decir, no existe un sólo panel solar o turbina eólica que no dependa de la minería de los metales y los combustibles fósiles desde su desarrollo, fabricación, ensamblaje, operación y hasta desmantelamiento. Lo anterior es particularmente cierto para el desarrollo de megaproyectos de las mal llamadas “energías renovables” los cuales se masifican sacrificando las vidas humanas y no humanas en los territorios en los que se imponen.

No al tren maya, ilustración de Mujeres y la Sexta.
“No al Tren Maya”.

Foto: Mujeres y la Sexta.

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Destacan también las grandes obras de infraestructura diseñadas para impulsar una industria ‘sostenible’ o ‘amigable con el ambiente’. El ejemplo más claro es el “Tren Maya“, un proyecto de transporte ferroviario que abarca 1,500 km cruzando cinco estados del sureste de México. La justificación del tren ha sido fomentar el desarrollo sostenible para “aumentar los beneficios económicos del turismo en la Península de Yucatán, crear empleos, proteger el medio ambiente, desalentar actividades como la tala ilegal y el tráfico de especies, y promover la planificación del uso de la tierra en la región”. No obstante, como menciona un defensor de la tierra, “llamar al proyecto ‘sostenible’ no es más que una continuación de lo que ya ha estado sucediendo aquí: la mercantilización de la cultura maya, que se está convirtiendo en una mercancía en nombre de un bien mayor: el crecimiento económico, los empleos, el turismo, el desarrollo”. Bajo el velo de la ‘sostenibilidad’, el gobierno federal ha aprobado dos centrales eléctricas adicionales de gas en Mérida y Valladolid, un nuevo gasoducto que traerá gas de esquisto (Puerta al Sureste) desde Estados Unidos y la expansión del gasoducto Mayakan. “El tren es lo que articula estos proyectos, es la pieza faltante del rompecabezas para lograr la integración del proyecto colonial y de desarrollo en la península que ha estado en curso en los últimos 500 años.

La sustentabilidad no es más que una forma de legitimar una intervención colonial en el territorio, para disciplinar y hacer ‘legible’ a la inversión y la extracción. Un área ecológicamente frágil, el tren ha requerido la remoción de miles de árboles, sin mencionar que será una de las formas en las que se transportará combustible a lo largo de la península bajo un resguardo de las fuerzas armadas, que también han sido impuestas como una medida intimidante para proteger las inversiones y evitar las contrainsurgencias.

3. Por violencia (ya no tan) lenta, climática

Los territorios sacrificados también se manifiestan en desfases temporales. La crisis climática está propiciando la desaparición de territorios enteros, las migraciones forzadas y la pérdida de usos y costumbres. Como argumenta Farhana Sultana, la colonialidad climática se experimenta a través de continuas degradaciones ecológicas que son tanto abiertas como encubiertas, episódicas como rampantes. En El Bosque, una comunidad en Tabasco, en donde confluyen los ríos Grijalva, Usumacinta con el Golfo de México, sus habitantes, aproximadamente 200 personas, tradicionalmente pescadores, han sido expulsados por la violencia que supone el colapso del clima. “Vimos por primera vez –en 2007– que el mar se acercaba, pero no sabíamos por qué estaba sucediendo”, comenta una de las personas de la comunidad. “Fue en 2019 cuando comenzamos a contactar a organizaciones de la sociedad civil, que nos ayudaron a entender que ésta es la consecuencia del cambio climático”. Debido a la rápida erosión costera y el aumento del nivel del mar, El Bosque ha sido etiquetada como “la primera comunidad en México en ser desplazada por los efectos del cambio climático”. Sin duda una subestimación.

El Bosque, Tabasco.
El Bosque, Tabasco.

Foto: Conexiones Climáticas.

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Esta forma de sacrificio –resultado de las emisiones y por tanto de la violencia necesaria para mantener el progreso y el “desarrollo”– se manifiesta como una progresiva y sistemática pérdida del territorio, de tradiciones y formas de ver el mundo. Para las personas que habitaban esta región, ha desaparecido el lugar en el que nacieron, el sitio donde enterraron a sus muertos, el escenario de incontables primeras veces de su vida y las de aquellos que aman; el paso del mar dejó estelas que sobreviven en la forma de esqueletos de árboles que se erigen distópicamente mar adentro, hasta que las raíces ceden y se borra por completo la huella de que ahí hubo tierra, que ahí vivió gente que pescaba, que reía, que soñaba, que construyó su casa y que después la vio perderse entre las olas. Cuando nos dolemos por el futuro climático que el capitalismo y la industria fósil están creando, es porque esta forma de sacrificio –que viene de una historia que comienza hace 500 años–, nos está alcanzando (tal vez más rápido de lo que algunxs creyeron), imponiéndose en todos los rincones del planeta.

En la actualidad

Aunque si bien heredadas de la política industrial del país desde la década de los setentas, el gobierno de López Obrador ha fomentado la continuación y la creación de nuevas zonas de sacrificio. Su sexenio ha destacado por la notable disminución de presupuesto para agencias ambientales y regulatorias, la militarización de proyectos extractivos y de construcción, con un efecto paralizador y desarticulador de la protesta social, permitiendo el despliegue de inversiones, programas de investigación y “desarrollo” (a veces sostenibles) cómo tácticas contrainsurgentes, es decir, como estrategias para socavar la resistencia y la oposición; una ingeniería social para “disciplinar” a aquellos que se muestran en contra de sus proyectos.

Este enfoque se subraya con la infraestructura a gran escala en la reconfiguración geopolítica de México, evidente en iniciativas como el “Corredor Interoceánico” en Oaxaca y Veracruz, el “Tren Maya” en el sureste mexicano, y el Plan Sonora, que sirve a los intereses de relocalización cercana (nearshoring) de Estados Unidos, asegurando acceso a microprocesadores, vehículos eléctricos, plantas de baterías y recursos naturales y laborales, incluidos el litio, el agua y las reservas energéticas. Dicho de otra forma, la bandera que queda sobre el montículo de escoria da lo mismo, en nombre de un desarrollo nacionalista o del libre mercado; el territorio se sacrifica igual y el despojo de salud, calidad de vida y esencia se consuma para quien lo habita. 

Seguir por la carretera 117 en Coahuila conduce al pueblo minero de Barroterán. Entre los inmensos cerros de escoria está un bachillerato en el que desentona el verde exuberante de un huerto. Las papayas conviven con el maíz, el frijol, las calabazas y otras hortalizas que cuidan las y los alumnos de la región. En los tres años que tiene de existir el “Huerto Inexplicable” –como lo nombraron en una asamblea–, las semillas se han esparcido, con huertos espontáneos surgiendo en las casas de lxs alumnxs y en otras tres escuelas de la región. El huerto es un símbolo de que otro mundo es posible y que la energía no viene solamente del carbón, sino de la posibilidad de repensar nuestras sociedades basándonos en el cuidado. Es además una prueba que a pesar del sacrificio de la tierra y de quienes la habitan, el cuidado y la regeneración de la vida pueden surgir en las condiciones más adversas e improbables en donde se construyen nuevas definiciones de esperanza, de buena vida, que contrarrestan el despojo, la destrucción y el desastre que el capitalismo ha creado.

El “Huerto Inexplicable” que se construyó en el bachillerato CECyTEC en Barroterán, Coahuila.
El “Huerto Inexplicable” que se construyó en el bachillerato CECyTEC en Barroterán, Coahuila.

Foto: Organización Familia Pasta de Conchos.

* Carlos Tornel (@CarTor_88) es investigador y escritor. Parte del equipo del Tejido Global de Alternativas en México. Contacto: tornelc@gmail.com. Pablo Montaño (@PabloMontanoB) es politólogo y coordinador de Conexiones Climáticas. Contacto: pablo@conexionesclimaticas.org. Los autores agradecen a todas las personas defensoras y activistas entrevistadas para este texto.

 

1 Esta es una versión corta de un reportaje más extenso, publicado aquí.