En la zona más caliente de Israel, entre símbolos de convivencia, la guardia alta y llamados a un “ejército fuerte”

Israelíes se agolpan en un refugio luego de que sonara una sirena de alerta ante los disparos de misiles de Hezbollah desde el Líbano, Nahariya, en el norte de Israel. (AP/Baz Ratner)
Israelíes se agolpan en un refugio luego de que sonara una sirena de alerta ante los disparos de misiles de Hezbollah desde el Líbano, Nahariya, en el norte de Israel. (AP/Baz Ratner) - Créditos: @Baz Ratner

ACRE, Israel.- Siguen sonando sirenas, se intensifica la operación terrestre en el Líbano, la tensión no cede, pero aún hay algunos que apuestan a la convivencia pacífica en Israel. Una convivencia que, para muchos otros, que siguen en guardia y traumatizados después del horror del 7 de octubre, aparece como una utopía.

El reconocido chef israelí Uri Jeremías, de 80 años y aspecto de “gurú”, está entre quienes aún piensan que hay posibilidad de un futuro mejor, juntos. Hace 35 años le dio vida a “Uri Buri”, un restaurante que no sólo es famoso por sus deliciosos y originales platos a base de pescado -hace unos años TripAdvisor lo puso entre los mejores 19 restaurantes del mundo-, sino que se ha vuelto un ejemplo concreto de convivencia.

Desde siempre atiende su local con vista al Mediterráneo un equipo mixto de empleados árabes musulmanes, cristianos, judíos, beduinos y demás, todos con un pasado de dificultades, la mayoría no profesionales y con mucha antigüedad, que demuestran que sí es posible la convivencia. Uri incluso emplea a personal de todas las religiones y etnias en el hotel Effendi, un hotel boutique de lujo que levantó hace 20 años en un antiguo palacio de época otomana de la Ciudad Vieja de Acre, ciudad mixta del norte de Israel, habitada aproximadamente por un 70% de judíos y un 30 % de árabes (el 20% de la población de Israel es árabe-israelí).

En 2021, cuando estalló una oleada de disturbios y violencia entre árabes e israelíes, el restaurante y el hotel de Uri -ambos símbolos de convivencia- fueron quemados. Pero su dueño, famoso por su barba blanca y ojos celestes, enseguida los reconstruyó y siguió adelante con sus emprendimientos y su equipo mixto formado por 86 personas. “Uno no puede escaparse de las situaciones, tiene que seguir y no tenía otra opción que volver a construir y seguir con mi equipo y mi restaurante, que no es un símbolo de convivencia, sino que es una prueba de que los pueblos debemos vivir juntos si queremos asegurar un buen futuro para las próximas generaciones”, señaló a LA NACION.

Aunque en tiempos normales “Uri Buri”, que está en la Ciudad Vieja y a la vera del mar Mediterráneo, está repleto de gente -es más se aconseja reservar con anticipación-, desde el 7 de octubre pasado, cuando empezó la guerra, está semivacío. Se cuentan con los dedos de las manos a los clientes. Las cosas no van bien, pero Uri no se deprime. “Cuando hay tormentas, momentos malos, hay que agachar la cabeza y dejar que pasen”, dice. “Optimista por definición”, asegura que “por principio no tiene principios” y que piensa que deben tomarse las decisiones “día a día, en ruta, con flexibilidad, siempre del lado de la luz y la esperanza”.

En este momento de incertidumbre total, intensificación del conflicto y temor a una guerra total, Uri ve una ventana de oportunidad para un gran cambio en Medio Oriente. “Nosotros no somos enemigos del pueblo del Líbano, ni del pueblo de Irán, ni del pueblo palestino de Gaza y de Cisjordania”, afirma. “Nosotros somos enemigos de aquellos extremistas que nos quieren eliminar, como Hamas, Hezbollah y otros… Y pienso que muchos en Gaza, en Irán y en el Líbano quieren que su régimen caiga”, agrega.

El 7 de octubre del año pasado, Uri y su equipo se pusieron a cocinar comidas especiales, sin gluten para celíacos, genuinas y sin grasas, para los soldados que enseguida fueron desplegados para la represalia e invasión de Gaza. ¿Cómo celebrará este año el primer aniversario de esa masacre, la peor jamás vivida por los judíos desde el Holocausto? “Vamos a seguir abiertos porque este restaurante es un lugar sano. Me parece que es tiempo de dejar atrás el luto. Pasó un año, tenemos que volver a la vida normal, porque si seguimos llorando, lamentando lo que pasó y hablando de la catástrofe del 7 de octubre -como sucede en la radio, la televisión, donde no hablan de otra cosa y nos torturan con eso-, es una victoria de los terroristas”, opinó. “Y tenemos que hacer todo lo posible para que nuestros 101 rehenes vuelvan a casa. El gobierno tendría que haberlos cuidado”, dice, al denunciar, por otro lado, que fue la cadena de “errores” que cometió Israel en los últimos 15 años, no sólo en Gaza, sino también en el sur del Líbano, la que hizo posible la situación actual de máxima complejidad y volatilidad.

“Ejército fuerte”

Omer Nahary, un soldado de 39 años, opina distinto. Está de guardia en una de las entradas del moshav (comunidad agrícola) Ben Ami, también en el norte de Israel, cerca de la frontera con el Líbano. “Sólo puede haber coexistencia en Israel si tenemos un ejército fuerte”, dice. “En caso contrario, vamos a desaparecer”, advierte, en guardia. “Necesitamos un ejército fuerte porque si los judíos damos señales de debilidad, vamos a ser destruidos, incluso desde adentro”, afirma.

Omer Nahary, un soldado de 39 años que está de guardia en una de las entradas del moshav (comunidad agrícola) Ben Ami, en el norte de Israel.
Omer Nahary, un soldado de 39 años que está de guardia en una de las entradas del moshav (comunidad agrícola) Ben Ami, en el norte de Israel. - Créditos: @Elisabetta Piqué

Casado y padre de tres hijos pequeños, desde el 7 de octubre Omer pasó de ocuparse de la administración agrícola de su comunidad -que vende paltas, papayas y fruta del dragón orgánicos- a ocuparse de la vigilancia y control del moshav en el que nació y donde viven unas 900 personas.

Allí hay nueve refugios públicos y cada vivienda cuenta con un cuarto de seguridad, más que indispensable en este momento de ampliación del conflicto en esta parte norte del país. El “mamad” o cuarto de seguridad de su casa es de lo más sofisticado: tiene generador de electricidad, aire acondicionado, desfibrilador, computadora, víveres e incluso una barra de madera para poder cerrar el lugar desde adentro e impedir que, de irrumpir un terrorista, pueda ingresar, como le ocurrió el 7 de octubre pasado a varias familias que fueron masacradas en el sur de Israel.

La foto de los abuelos de Omer en Irán, adentro de su búnker.
La foto de los abuelos de Omer en Irán, adentro de su búnker. - Créditos: @Elisabetta Piqué

En el búnker, donde podría sobrevivir “algunos días”, Omer tiene una vieja foto en blanco y negro donde se ven a sus abuelos. ¿Dónde? En Irán, hoy el país archienemigo de Israel, en tiempos del sha. “Mi abuelo había ido a dar clases de técnicas agrícolas y mi abuela había ido a visitarlo”, cuenta, suspirando y aludiendo a la guerra directa en curso ahora. En el búnker Omer también guarda un machete “para el día D”. ¿Piensa que es posible otro 7 de octubre? “Por un lado pienso que no es posible, pero por otro, estoy listo”, contesta.

¿No tiene miedo? “No, para nada: cuando Israel nació, en 1948, mataron a 25.000 personas en ocho años. En 1942, antes del Holocausto, en Polonia mataron a 25.000 judíos en una semana, así que el precio que estamos pagando ahora es muy bajo en comparación. Y creo que Hamas cometió un gran error al atacarnos el 7 de octubre porque no lo hizo en forma combinada con Hezbollah, que habría sido muy problemático, sino solo. Y, al hacerlo, Hamas nos despertó. Ahora, un año después, los estamos destruyendo y estoy seguro de que vamos a ganar”, asegura Omer, que no oculta su orgullo porque otro abuelo suyo combatió junto a [el exgeneral y expremier Arial] Sharon y su padre, en la primera guerra del Líbano. “Nosotros los israelíes, además, tenemos una segunda arma secreta. ¿Cuál? No tenemos ningún otro lado dónde ir”, culmina.