Ye se está quedando sin plataformas

Ye, el artista anteriormente conocido como Kanye West, en Santa Clarita, California, el 20 de junio de 2018. (Julian Berman/The New York Times)
Ye, el artista anteriormente conocido como Kanye West, en Santa Clarita, California, el 20 de junio de 2018. (Julian Berman/The New York Times)

Es posible que aún no hayamos llegado al punto más bajo de la debacle actual de Ye, el artista anteriormente conocido como Kanye West. Sin embargo, su entrevista del lunes por la noche con Chris Cuomo sin duda se sintió como que por fin está tocando fondo.

En la parte trasera de una camioneta rumbo a una reunión con el director ejecutivo de la red social conservadora Parler, Ye discutió con Cuomo durante 20 minutos, en los que en gran medida repitió las provocaciones en las que ha estado insistiendo durante las últimas dos semanas: su enfado con los ejecutivos judíos; su deseo de pensar con libertad y con independencia de la esperada narrativa de la celebridad negra, y su creencia de que todos los negros son judíos, por lo cual no puede ser considerado antisemita.

Durante uno de los pocos intercambios tensos en los que Cuomo rechazó las declaraciones intolerantes, Ye respondió indignado: “¿Me vas a dar una plataforma? ¿Me vas a dar una plataforma?”.

A lo largo de su carrera, Ye ha engullido plataformas: a veces de otros, a veces las que ha construido él mismo. El mismo acto de consumir oxígeno público ha sido una pieza central de su arte por dos décadas. Y aunque en los últimos años Ye ha expresado, una y otra vez, opiniones desinformadas, mal formuladas y profundamente preocupantes, ha conseguido de forma rutinaria maneras —ya sea a través del éxito de sus empresas comerciales o mediante la desaparición y recalibración estratégica— de disimular las perturbaciones. Ye sigue siendo una superestrella tendenciosa, pero superestrella al fin y al cabo.

Pero en este momento, tras dos semanas consecutivas de comentarios ofensivos —“Me voy a poner en modo “death con 3” contra los judíos”; “La rodilla del tipo ni siquiera estaba en su cuello de esa manera” (sobre George Floyd); “Preferiría que mis hijos conocieran la Janucá en vez de la Kwanzaa. Al menos vendría con algo de ingeniería financiera”; “Bernard Arnault mató a mi mejor amigo” (refiriéndose a Virgil Abloh), y más— cuesta imaginar un futuro para Ye en el que se recupere de forma tan clara como lo ha hecho en el pasado. Alienar a las personas, incluso a los leales que esperan que regrese a su antigua forma, siempre ha sido parte del costo de Ye por hacer negocios, pero ahora amenaza con convertirse en su principal logro.

Llámalo como quieras: un giro malvado, el arco narrativo de un villano, un preocupante descenso hacia la política reaccionaria, una manifestación de lo que Ye ha descrito como un trastorno mental, un terrible efecto secundario de la riqueza extrema, una aceptación del odio verdadero. Lo que no parece ser es una actuación. Es una nueva, brutal y perjudicial versión del sentido de agravio que ha sido motor esencial de Ye desde incluso antes de que firmara un contrato discográfico y lanzara su álbum debut, “The College Dropout”, en 2004.

El efecto dominó comenzó a principios de este mes, cuando Ye y la comentarista de derecha afroestadounidense Candace Owens aparecieron en la Semana de la Moda de París con camisetas que decían: “White Lives Matter” (Las vidas blancas importan). Lo que Ye quizás pudo haber estado exhibiendo como un truco publicitario improvisado se convirtió rápidamente en algo emblemático: cuando Ye es cuestionado o atacado, suele redoblar esfuerzos (hace solo un par de días, sus asociados estuvieron regalando esas camisetas a personas en situación de calle en Los Ángeles).

El discurso rápidamente se volvió incontrolable y se propagó por las redes sociales. Por ejemplo, Ye comenzó a publicar mensajes de texto entre él y Tremaine Emory, director creativo de Supreme, quien en el pasado había trabajado para él. La interacción fue cruel y severa, un vaivén entre la indignación justa y la arrogancia indignada.

A estas alturas, las líneas de batalla habían sido trazadas. Ye se refugió en una entrevista con el presentador de Fox News Tucker Carlson, en la que sugirió que la camiseta de “White Lives Matter” era “graciosa” y que los Clinton habían estado tratando de controlarlo a través de su exesposa, Kim Kardashian. Poco después, Motherboard publicó extractos filtrados no emitidos de la entrevista, incluido uno en el que Ye planteó la teoría de que habían plantado “niños falsos” en su casa para que influyeran indebidamente en sus hijos. En Twitter, presentó una letanía de quejas contra los judíos.

Durante el fin de semana Ye regresó a “Drink Champs”, el pendenciero y por lo general escandaloso pódcast presentado por el rapero N.O.R.E., solo para seguir enfatizando sus despreciables estereotipos. Sin embargo, incitar a Ye o darle el espacio para que divague sin control está comenzando a tener consecuencias, al menos para otros. El lunes, N.O.R.E. se disculpó por no haber rechazado el discurso de odio de Ye en vivo y el episodio fue eliminado de internet.

Más tarde esa noche, Ye realizó una videoconferencia en el programa de Cuomo en NewsNation desde el asiento trasero de un vehículo, a oscuras. El contenido de la conversación osciló entre coherente y preocupante y la puesta en escena se sintió improvisada y desesperada. Durante la mayoría del tiempo no fue capaz de enfrentarse a la cámara con una mirada firme. Parecía un hombre sin rumbo alguno.

Quizás de forma más crucial, transmitió la imagen de un hombre verdaderamente desprendido: de otras personas, de un consejo amoroso, de una ética social compartida.

“El entendimiento común”, le dijo a Cuomo, “la mayoría de las veces hoy en día, no es la verdad”.

Y sí, a veces eso sucede. Pero el sentimiento antisemita que Ye ha estado exhibiendo es grotesco y también grotesco en su informalidad: son tropos conocidos y gastados que solo sirven para incitar al odio. (El miércoles, durante una entrevista con Piers Morgan, Ye pareció disculparse por algunos de sus comentarios. “Las personas heridas hieren a las personas y yo estaba herido”, afirmó, en un breve extracto publicado como promoción previa a la transmisión de la entrevista).

Si esta serie de entrevistas y estallidos en las redes sociales te resulta familiar, es porque hay cierto atributo cíclico en la forma en la que Ye ha transitado su vida pública. Al principio de su carrera, sus quejas más ruidosas solían ser seguidas por sus logros más ambiciosos. Pero en los últimos años, el equilibrio entre el volumen de quejas y el nivel de logro se ha desestabilizado. Este periodo reciente recuerda al de 2016, cuando Ye interrumpió su Saint Pablo Tour y fue hospitalizado brevemente; poco después, respaldó públicamente a Donald Trump y planteó que la esclavitud quizás había sido una elección personal.

En ese momento, al igual que en la actualidad, Ye no cerraba o no podía cerrar el grifo. A veces pareciera como si Ye quisiera que las palabras significaran algo diferente a lo que significan. Ha quemado varios ciclos probando ideas en tiempo real solo para recalibrarse cuando descubre —de forma intencional o más probablemente no— los límites absolutos del discurso aceptable. Sin embargo, hoy pareciera no tener un mecanismo de seguridad a la mano.

Los medios de comunicación que le dan espacios a Ye en este momento están bordeando la línea entre la responsabilidad y la irresponsabilidad. Ya fue suspendido de Twitter e Instagram por su comportamiento incendiario. Ha terminado su sociedad con Gap. Su asociación con Adidas está “bajo revisión”. Pronto, es posible que se quede sin plataformas de socios masivos de ningún tipo en las cuales expresarse.

Eso podría explicar por qué llegó a un acuerdo en principio para comprar Parler, la inestable red social de derecha. (La compañía matriz de Parler es propiedad del esposo de Owens. Quizás Ye sea, entre otras cosas, una víctima recurrente, consciente o no, de estafas de la derecha).

Durante décadas, Ye ha estado construyendo nuevos mundos y esperando que la gente los habite. Pero incluso si llega a convertir a Parler en su megáfono, no queda claro si simplemente solo terminará gritándole al vacío. La expresión podrá ser libre, pero la atención no lo es.

© 2022 The New York Times Company