Vladimir Putin quiere que le devuelvan a su sicario, condenado a cadena perpetua en Alemania
BERLÍN.- Montado en su bicicleta, el asesino ruso Vadim Krasikov siguió a su objetivo hasta el bullicioso patio de juegos para niños del parque berlinés de Tiergarten, que a la hora del almuerzo estaba lleno de familias y oficinistas.
Cuando su objetivo ingresó en el parque, Krasikov redobló el pedaleo y no lejos de las hamacas sacó un arma y le disparó por la espalda a su víctima, un exlíder de la insurgencia chechena. Krasikov desmontó de su bicicleta y con toda tranquilidad lo remató de dos tiros en la cabeza, ante la mirada de padres y niños, según testimoniaron durante el juicio que lo condenó y llevó a la cárcel.
El tribunal alemán determinó que el asesinato en 2019 de Zemlikhan Khangoshvili, un hombre al que Moscú acusaba de haber liderado un atentado en Rusia en 2004, era un mensaje intencionalmente brutal de Rusia para todos sus enemigos del extranjero: Aunque se refugien en Occidente, igual los vamos a cazar.
Poco después de ese veredicto de 2021, el presidente ruso Vladimir Putin le ordenó a su máximo asesor en seguridad, Nikolai Petrishev, que tanteara la posibilidad de un intercambio de prisioneros para liberar a Krasikov, según un exfuncionario europeo con contactos con la cúpula del Kremlin. La movida refleja la alta estima y el valor que Krasikov tiene para Putin, que fue espía y llegó a dirigir el Servicio Federal de Seguridad (FSB), sucesora de la KGB.
Desde entonces, Moscú ha planteado el caso de Krasikov cada vez que se ha sentado a negociar el intercambio de prisioneros, y según los funcionarios occidentales al tanto de esas tratativas, Krasikov es crucial para que Estados Unidos logre la liberación de varias personas detenidas en Rusia, entre las que posiblemente incluyen al veterano de la Marina estadounidense Paul Whelan y al periodista Evan Gershkovich de The Wall Street Journal. Gershkovich, ciudadano estadounidense de 31 años, fue detenido por el FSB el 29 de marzo, mientras cumplía funciones periodísticas. Gershkovich está detenido acusado de espionaje, algo que niegan tanto él como The Wall Street Journal y los funcionarios norteamericanos.
Un alto funcionario occidental que participa de esa “diplomacia de rehenes” con Rusia dice que a Putin sólo le interesa negociar por Krasikov. Pero no es la primera vez que el líder ruso busca que le devuelvan a agentes arrestados durante otras operaciones clandestinas en el extranjero. En 2004, le agradeció al emir de Qatar por la devolución de dos hombres condenados en ese país por colocar un coche bomba que mató a un rebelde checheno fugitivo. Rusia negó estar detrás del asesinato.
Los funcionarios de varios países creen posible llegar a un acuerdo multilateral para intercambiar detenidos rusos en países occidentales por ciudadanos occidentales retenidos en Rusia, así como por disidentes encarcelados, como Alexei Navalny.
En julio, el presidente Joe Biden dijo estar decidido a intentar un intercambio de prisioneros con el Kremlin por Gershkovich, pero no dio detalles. Un par de meses antes, el abril, el viceministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Ryabkov, había dicho que Rusia solo contemplaría un intercambio por el periodista después del veredicto del juicio que enfrenta. Berlín no ha dicho si estaría dispuesto a entregar a Krasikov. Un intercambio de ese tenor podría generar tensión en Alemania, donde la opinión oficial de los asesores legales del gobierno es que un asesino convicto no puede ser negociado.
Dada la gravedad del delito, cualquier conversación que involucre a Krasikov sería delicada e impredecible, señalan desde Occidente. En el juicio contra Krasikov, el tribunal alemán dictaminó que el asesinato había sido encargado por el Estado ruso.
Krasikov dejó muerto a Khangoshvili a plena luz del día en el patio de juegos, se subió a su bicicleta y se alejó pedaleando. Se detuvo junto al río Spree, que atraviesa la ciudad de Berlín, se cambió de ropa y se quitó una peluca, dejando al descubierto su cabeza calva.
Arrojó al agua su disfraz, la bicicleta y el arma con el silenciador. A continuación, se afeitó parte de la barba con una máquina eléctrica.
Dos transeúntes observaron la escena y llamaron a la policía. Minutos después, Krasikov fue detenido cuando intentaba montarse a un monopatín eléctrico. La policía recuperó los objetos arrojados, que contenían sus huellas dactilares y pruebas de ADN.
Los fiscales alemanes habían capturado a su hombre, pero durante dos años no pudieron demostrar cuál era su identidad.
Krasikov, que ahora tiene 58 años, les dijo a las autoridades que se llamaba Vadim Sokolov, un turista sin conexión con el gobierno ruso, y presentó un pasaporte ruso que lo identificaba con ese nombre. Le dijo a los investigadores que estaba en Berlín para visitar a su amante, una mujer casada. La embajada rusa en Berlín también respondió que era Vadim Sokolov, no Vadim Krasikov.
En octubre de 2020, cuando se inició el juicio en su contra, Krasikov se atuvo a su historia. Con la ayuda de la policía de Kiev y la plataforma de investigación Bellingcat, los fiscales alemanes finalmente confirmaron su identidad: era un veterano de las operaciones encubiertas rusas. Los fiscales señalaron que probablemente Krasikov estaba bajo la órbita de un departamento secreto del FSB llamado Vympel rebautizado como V, que se especializa en operaciones clandestinas en el extranjero.
Krasikov negó haber matado a Khangoshvili y trabajar para los servicios de seguridad rusos. Cuando un juez le preguntó si tenía algo que decir al tribunal antes de su condena, se limitó a decir “No, gracias”. En diciembre de 2021, el tribunal alemán lo declaró culpable de asesinato, al que calificó como un acto de terrorismo de Estado, y lo condenó a cadena perpetua.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia dijo que la condena tenía motivaciones políticas y que la acusación de que Moscú estaba detrás del asesinato era un invento de los servicios de inteligencia occidentales. “Insistimos en la inocencia de nuestro ciudadano”, dijo tras el veredicto el Ministerio de Asuntos Exteriores a través de un comunicado. El ministerio siguió refiriéndose al condenado como “Sokolov”, no Krasikov.
La embajada de Rusia en Berlín se negó a hacer comentarios para este artículo y citó la declaración de la cancillería rusa, que no respondió a una solicitud de comentarios.
El relato del caso que ofrecemos a continuación se basa en expedientes judiciales y entrevistas con conocidos y familiares de Krasikov, así como el comentarios de funcionarios occidentales y personas familiarizadas con la investigación del asesinato.
Porsches y BMWs
Krasikov nació en el pueblo de Kenestobe, en una región de Kazajistán conocida por la ganadería y la extracción de plomo. Durante la guerra en Afganistán, sirvió en el ejército soviético y posteriormente se unió a unidades militares de élite del Ministerio del Interior de Rusia y del FSB, según su cuñado, que durante el juicio fue testigo de la fiscalía.
Krasikov se casó dos veces, la segunda con Kateryna Krasikova, una mujer de la ciudad de Kharkiv, noreste de Ucrania. Según su cuñado, a la familia de su esposa le dijo que trabajaba para los servicios de seguridad rusos, pero sin entrar en detalles.
Las fotos de la boda de Krasikov en Moscú en julio de 2010, que constan en los archivos judiciales, muestran que entre los invitados había agentes del FSB. La pareja se instaló en un apartamento de lujo en Moscú, y la esposa le dijo a su familia que Krasikov ganaba alrededor de 10.000 dólares al mes, más bonificaciones por lo que él llamaba “viajes de negocios” que a veces duraban semanas, según el testimonio de su cuñado.
Krasikov vestía ropa de diseño y se iba de vacaciones al Mediterráneo. Según su cuñado, la esposa decía que cambiaban de auto de lujo con tanta frecuencia —Porsches, BMWs— que ni tenían tiempo de acostumbrarse a manejarlos.
Siempre según el testimonio de su cuñado, Krasikov se lavaba las manos compulsivamente y una vez se jactó de haber conocido a Putin en un centro de entrenamiento militar de élite. “Putin es buen tirador”, le comentó una vez Krasikov a su cuñado.
Los fiscales alemanes obtuvieron imágenes de cámaras de vigilancia de 2013 que mostraban a un hombre al que identificaron como Krasikov matando a un empresario ruso en un ataque similar al asesinato de Khangoshvili. En el vídeo puede verse a Albert Nazranov, empresario de la república caucásica de Kabardia-Balkaria, caminando y luego corriendo en Moscú adelante de un hombre que se le acerca en bicicleta: tras recibir un disparo en la espalda y otro en la cabeza, Nazranov se desploma.
Poco después del asesinato, la policía rusa emitió una orden de arresto de Interpol contra Vadim Krasikov, que luego fue retirada. La sospecha de los fiscales alemanes es que la policía local buscó ayuda para arrestar a Krasikov, pero cambió de idea tras enterarse de sus conexiones con los servicios de seguridad rusos.
Los suegros de Krasikov en Kharkiv tenían una pista crucial para los fiscales alemanes en el caso Khangoshvili: una foto de Krasikov tatuado tomada durante unas vacaciones en la playa. Los expertos forenses utilizaron los tatuajes de la foto —un cráneo de pantera con alas en su hombro izquierdo, emblema de las fuerzas especiales del Ministerio del Interior ruso, y una serpiente enroscada en su antebrazo— y demostraron que coincidían con los tatuajes del acusado.
Después de su arresto en 2019, la esposa y el hijo de Krasikov se mudaron a Crimea, controlada por Rusia, y ahora viven bajo la vigilancia del FSB, según personas cercanas a la familia.
Una mano amiga
Para viajar a Berlín, Krasikov sacó una visa de turista en el consulado francés en San Petersburgo. Utilizó un pasaporte ruso expedido un mes antes a nombre de Vadim Sokolov.
El 17 de agosto de 2019, Krasikov aterrizó en París, donde reservó una excursión turística y se sacó selfies junto a la Torre Eiffel y otros lugares emblemáticos. El 20 de agosto voló a Varsovia y se registró en el hotel Novotel de Varsovia, contrató a un guía turístico de habla rusa y se sacó más selfies de viaje.
El personal del hotel lo describió a los investigadores alemanes como un hombre educado y elegante. De hecho, hasta le pidió a la recepcionista que le reservara un turno con una manicura en un salón de belleza cercano. Más tarde le dijo a la recepcionista que había quedado muy conforme con la manicura y le dio una generosa propina.
El 22 de agosto partió hacia Berlín, dejando su equipaje y su celular en su habitación de hotel de Varsovia, que había reservado hasta el 25 de agosto, día en el que planeaba volar de regreso a Moscú, según lo probado en el juicio.
Según los investigadores alemanes, en Berlín se reunió con personas no identificadas que le dieron otra ropa, una bicicleta de montaña negra y le suministraron detalles sobre la rutina diaria de Khangoshvili. También recibió una pistola Glock 26 de 9 mm, junto con un silenciador y un cargador de reserva. Sus cómplices también dejaron listo el monopatín eléctrico junto al río Spree.
Khangoshvili, ciudadano georgiano e insurgente checheno, había huido de Georgia a Alemania en 2016, donde solicitó asilo para escapar de lo que, según afirmó, eran repetidos atentados contra su vida por parte de agentes rusos. Alemania rechazó su solicitud de asilo, pero igual se quedó en el país, como tantos otros refugiados.
Khangoshvili estaba en la mira de Moscú desde 2004, supuestamente, por ordenar una incursión de combatientes chechenos que tomaron parte de la ciudad de Nazran y mataron a altos funcionarios de seguridad, incluidos agentes del FSB. Khangoshvili figuraba en la lista de 19 terroristas buscados por el Kremlin que Moscú compartió con otras naciones, incluida Alemania, en 2012.
Rusia siempre se quejó de que Occidente no tomaba en serio sus pedidos de extradición. Moscú empezó a recurrir al asesinato de sospechosos en el extranjero, una práctica que Putin legalizó en 2006: para el año 2019, cinco de los 19 que figuraban en la lista habían sido asesinados o se habían suicidado, incluido Khangoshvili.
Alrededor de las 11:30 de la mañana del 23 de agosto de 2019, Krasikov estuvo vigilando entrada del apartamento donde vivía Khangoshvili, musulmán practicante que todos los mediodías iba a una mezquita cercana y cruzaba caminando el parque de Tiergarten.
Krasikov esperó. Se había puesto una peluca de pelo negro largo y una gorra de béisbol, anteojos de sol Ray-Ban, buzo gris con capucha, medias verde fluo y guantes de ciclismo. Llevaba la pistola cargada el silenciador puesto en una mochila negra.
Khangoshvili salió de su casa a las 11:50 y Krasikov lo siguió en su bicicleta. Le disparó justo debajo del omóplato izquierdo: la primera bala le atravesó el torso y salió por el pecho. El ataque fue visto por decenas paseantes y por los clientes y el personal de dos cafeterías del parque.
Durante todo el juicio, Krasikov se mostró desinteresado por el procedimiento y hasta se quitaba los auriculares por los que recibía la traducción de los testigos que declaraban en su contra.
Poco después de su sentencia, las autoridades los trasladaron de Berlín a una cárcel de máxima seguridad en una locación no revelada en Baviera, por temor a que los reclusos chechenos de la cárcel donde esperó el juicio en Berlín lo asesinaran.
En el complejo penitenciario junto al río Danubio, Krasikov tiene las comodidades que la ley alemana garantiza a los prisioneros, incluidos paseos diarios por el jardín y libros en su propio idioma. Según diversas fuentes, los preferidos de Krasikov son las novelas de la era soviética que glorifican las hazañas de un agente secreto del Kremlin.
Por Alan Cullison
Traducción de Jaime Arrambide