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¿Cómo vivir y cómo sobrevivir en el Antropoceno?

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El Antropoceno es un concepto inquietante con múltiples planos. Lo que se nos presenta como una amenaza pudiera ser la salvación del mundo. Es la hipótesis que planteo en un artículo publicado recientemente en un número especial de la revista Social Sciences dedicado a la teoría social sobre esta época marcada por la acción del hombre.

En Antropoceno pone de manifiesto una ambivalencia: por una parte, nos hemos transformado en una fuerza geológica capaz de remodelar el mundo y, por otra parte, hemos adquirido una notable debilidad cuando parece inevitable el colapso ecológico. De aquí surge una pregunta inquietante: ¿cómo vivir y cómo sobrevivir en el Antropoceno?

El artículo, titulado Cómo el Antropoceno podría salvar el mundo: metamorfosis, replantea las raíces del pensamiento occidental ante los desafíos actuales. Pero además sirve para quitar el polvo de los siglos a viejas querellas teológicas, antropológicas y filosóficas.

Aprender a morir y vivir en el apocalipsis

El término Antropoceno, como señaló Jeremy Baskin, tenía potencial explosivo entendido como un cambio en nuestro modo de habitar y ser en el mundo, pero ha quedado reducido a un paradigma vestido de época geológica. En su origen, suponía una reconceptualización radical de las relaciones entre la humanidad y la naturaleza.

Por su parte, el experto en ética Clive Hamilton considera que el Antropoceno no ha puesto el acento en la ruptura y se ha limitado a ser un agregado de disciplinas.

La gran aceleración, como se describe el Antropoceno, se ha acabado convirtiendo en una colección de hipótesis apocalípticas. Basta pasear por cualquier librería o la sección de libros de una gran superficie comercial para encontrar títulos como Aprendiendo a vivir y a morir en el Antropoceno de Roy Scranton, Medio planeta de Edward O. Wilson y El alma de las marionetas de John Gray.

Si nos paramos a ojear cualquier de estos libros sacaremos dos conclusiones. Por un lado, nunca antes la humanidad había tenido una imagen tan deplorable de sí misma. Por otro lado, nos sumerge en un estado depresivo: no hay nada que podemos hacer para salvarnos, no hay más alternativa que abandonar las fantasías y aprender a morir no como individuos, sino como civilización. El pesimismo cósmico aprovecha cualquier oportunidad para cargar contra la humanidad convertida en el chivo expiatorio.

¿De verdad llegamos tarde?

El científico británico James E. Lovelock dice que hace dos siglos aún era posible establecer pautas de desarrollo sostenible. John Gray relaciona la ceguera con el humanismo y el cristianismo. Eduard O. Wilson nos recuerda que somos carnívoros tribales dispuestos a matar cruelmente. Roy Schranson no ve espacio para la salvación: “El mayor problema al que nos enfrentamos es filosófico: entender que esta civilización ya está muerta”.

En el caso de áreas con enfoques abióticos (geología, climatología, oceanografía…), el Antropoceno surge del esfuerzo transdisciplinario de las ciencias del sistema Tierra. Pero los químicos atmosféricos se dan cuenta de que no podemos entender la atmósfera sin presuponer la vida, lo que lleva a Paul J. Crutzen a desafiar a la ciencia. Y, en el esfuerzo, recupera autores silenciados e ignorados como Eduard Suess, Antonio Stopani, Vladimir Vernadsky, Eduard Le Roy o Pierre Teilhard de Chardin. Son autores que llegan a la hipótesis de que el planeta se comporta como un gigantesco organismo vivo; una visión que tiene raíces en la obra científica de Johann Wolfgang Goethe.

La grandeza de Goethe fue insertar en la ciencia la vida. No refuta a Darwin, dice Rudolf Steiner, sino que lo complementa. Timoteo Lemton, Sébastien Dutreill y Bruno Latour señalan que sorprende la poca influencia que la vida ha ejercido en la ciencia con enfoques abióticos.

Bruno Latour cree que no estamos ante una crisis. La emergencia climática y la emergencia sanitaria son dos problemas gemelos que derivan en una metamorfosis. José Ortega y Gasset, influido por Pierre Teilhard de Chardin, considera que tras las ruinas se oculta un rejuvenecimiento. Las ruinas son terribles para los arruinados, pero más terrible sería una historia que no generase ruinas. La humanidad, entonces, no evolucionaría.

Aprender a evolucionar

El filósofo Franz Brentano distingue entre épocas decadentes y épocas sanas y tacha las épocas decadentes de subsuelos no científicos. Para Rudolf Steiner, Brentano comete un error: el escepticismo, que borra toda fe en certezas científicas, permite proyectar cierta luz sobre la realidad. No es el fin del mundo, ni el fin de nuestro mundo; es un nuevo comienzo, una nueva visión del mundo.

La metamorfosis nos puede salvar. Frente al elocuente “fin de la civilización”, Nietzsche contrapone una “transvaloración de los valores” que ejerce fascinación en filósofos como Martin Heidegger, Michel Foucault, Jürgen Habermas y Ulrich Beck.

En Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal, dice F. W. G. Hegel que “lo que puede deprimirnos es que la más bella figura, la vida más bella encuentra su ocaso en la historia. En la historia caminamos entre ruinas”. Goethe nos dice que “todo tiene que volverse en nada”. Reivindica la vida, la mutación, el cambio, la metamorfosis, la evolución.

El Antropoceno como salvación suena a provocación. Se opone al pesimismo cósmico. Jason Hickel en Less is More: How Degrowth Will Save the World propone que el decrecimiento salvará el mundo. ¿Se convierte así el cambio climático en un agente de la metamorfosis que salvará el planeta? Tras los “efectos primarios” negativos (el cambio climático, la covid-19, etc.) se esconden los “efectos secundarios” positivos. Richard Horton,, director de The Lancet, teme que estemos dejando un cementerio de oportunidades perdidas.

Entre sucumbir y despertar

Pierre Teilhard de Chardin ve la historia como una espiral de sucesivas civilizaciones que se suceden unas tras la otras. El ángel de la historia, de Walter Benjamin, expresa esta intersección entre desmoronarse y despertar. El ángel que mira al pasado ve una gran catástrofe donde se apilan ruinas sobre ruinas.

Manuel Arias Maldonado hace referencia en Desde las ruinas del futuro al mesianismo de W. Benjamin y G. Agamben. Los agnósticos ven al hombre atrapado en un mundo maligno creado por un dios idiota. Hoy esa imagen se presenta invertida. La hipótesis Gaia presenta a la Tierra aquejada de una plaga llamada humanidad.

La mística cabalística de Isaac Luria y la cristiana de Jacob Böhme se oponen a la “doctrina de la caída”. Ese amor por lo existente lo expresó Sören Kierkegaard con el término “salto de fe”. Somos “reparadores” (tikún, en hebreo) cósmicos. También entra en juego el maniqueísmo fáustico que plasma Ulrich Beck en su obra La metamorfosis del mundo, quizá con exceso de optimismo al proclamar un “catastrofismo emancipador”.

¿Qué conduce al pesimismo cósmico dominante? El estrés de buscar soluciones al cambio climático y otros problemas globales para salvar nuestra civilización. Miramos en dirección equivocada y solo vemos ruinas.

La respuesta no es aprender a sobrevivir en un mundo que se desmorona, sino a ser capaces de despertar, esto es, de pensar más allá del apocalipsis para centrarnos en la metamorfosis del mundo. Aprender a vivir en el Antropoceno es aprender a vivir sin miedo y sin temor a lo que el futuro pueda traer, es aprender a vivir con pura confianza y sin ninguna seguridad.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Jordi López Ortega no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.