La vista desde la última fila del Abierto de Estados Unidos: nada mal
NUEVA YORK — Para llegar a la última fila de la sección 323 del estadio Arthur Ashe —una de las vistas privilegiadas más altas desde donde se pueden ver los partidos del Abierto de Estados Unidos— hay que librar una especie de maratón.
Empieza fácil, con un rápido tramo de escaleras, seguido de tres viajes en escaleras eléctricas (hay escaleras normales, pero es mejor no acelerarse). A partir de ahí, los aficionados deben atravesar con dificultades un abarrotado pasillo que se estrecha cuando chocan las filas de las tiendas de regalos y los puestos de comida.
El ascenso final es un tramo de nueve escalones, luego una vuelta, seguido de otros seis escalones, otra vuelta y luego 71 escalones de infarto hasta la fila Z.
Sin embargo, una vez en la cima, los aficionados tienen dos vistas amplias: frente a ellos, un partido que se juega en el Arthur Ashe y, detrás, un paisaje ininterrumpido de la ciudad de Nueva York, con aviones que aterrizan o despegan del aeropuerto de La Guardia y trenes que pasan por la estación de Mets-Willets Point y el Citi Field, la sede de los Mets de Nueva York.
A nivel de cancha, se espera que los aficionados estén más callados durante el partido y que hablen lo menos posible. No obstante, el ambiente es mucho más relajado en las gradas superiores del Arthur Ashe y eso es parte del atractivo para algunos que consideran que en la galería pueden darse algunos lujos. Los aficionados charlan sobre el partido mientras disfrutan de la brisa y la sombra entre sorbos de cerveza y Honey Deuces, el cóctel insignia del torneo.
“Algo que me gusta de la fila Z es que de hecho puedes hablar acá arriba sin interrumpir al jugador”, comentó William Robinson, de 27 años, un analista financiero originario de Nueva Zelanda quien, tres cervezas Heineken después, estaba animando a un jugador australiano durante un partido nocturno el fin de semana pasado.
Y aunque los asientos de las filas más altas pueden ser algunos de los más alejados de la cancha, también suelen tener los precios de entradas más asequibles. Según la ronda del torneo, los boletos de reventa en la parte superior del Arthur Ashe —en las filas superiores del nivel 300— oscilan entre 100 y 500 dólares por asiento. A nivel de cancha, algunos asientos cuestan más de 8000 dólares para la semifinal masculina a celebrarse el viernes por la noche.
“No me gusta sentarme aquí arriba, pero es barato, asequible, para un aficionado ocasional”, opinó Nick Gill, de 29 años, de Woodbury, Nueva Jersey. Gill, quien estaba sentado junto a Robinson, también trabaja en finanzas y estaba disfrutando de su cuarto Honey Deuce, había entablado conversación con su vecino, aunque los dos hombres animaban a jugadores opuestos.
Según muchos aficionados, un asiento barato en el Ashe también es un truco útil para el torneo, pues permite la entrada general —por orden de llegada— a otros partidos en todas las instalaciones.
El viernes, durante el partido tan promocionado entre los estadounidenses Frances Tiafoe y Ben Shelton, las filas más altas del estadio —un recinto de 22.000 metros cuadrados con capacidad para casi 24.000 aficionados— parecían semivacías.
Abajo, la mayoría de los asientos a nivel de cancha estaban ocupados y el ambiente era tenso. Sin embargo, arriba el ambiente era relajado pues los aficionados al tenis, quienes parecían impávidos frente a la distancia que los separaba de la cancha, se concentraban en la acción, con bastante espacio para los codos y las piernas.
Andrea y Cristina Rodríguez, hermanas que viven en Forest Hills, Queens, señalaron que su tradición anual era venir al Abierto de Estados Unidos cada viernes antes del fin de semana del Día del Trabajo. Siempre se sientan en la galería y este año estaban en la fila Y.
“Me siento como en uno de los palcos”, comentó Andrea Rodríguez, una diseñadora textil. “Estamos muy solas. Tenemos mucho espacio. La gente es muy, muy amable. En verdad podemos ver y observar el partido. Es fabuloso”.
“Estoy en el cielo”, afirmó Cristina Rodríguez, quien trabaja en una empresa de diseño de iluminación.
El viernes por la tarde, Marissa Kornblau, una terapeuta que había viajado a la ciudad desde Chappaqua, Nueva York, con sus dos hijas, Lexie, de 12 años, y Maya, de 6, también presenció el partido entre los estadounidenses desde lo alto del Arthur Ashe.
Parecía que, para Maya, el día ya había terminado, pues estaba acurrucada en su asiento y cada vez hablaba menos. Sin embargo, Lexie seguía entusiasmada por haber visto a su jugadora favorita, Coco Gauff, la campeona individual femenina del año pasado.
“Nadie te tapa aquí arriba”, comentó Lexie. “Y puedes ver el horizonte. Es bonito”.
Tal vez una de las mejores ventajas de la galería es la sombra que ofrece, en especial durante los partidos más intensos.
Lucas Mazzei, de 27 años y procedente de Niagara Falls, Ontario, visitaba por primera vez el Abierto de Estados Unidos la semana pasada, cuando las temperaturas superaron los 30 grados centígrados. Tenía un asiento más cerca de la acción en el Arthur Ashe, pero, debido a que el sol caía a plomo, decidió trasladarse a un lugar más alto y optó por la sombra en vez de una mejor vista.
“No me importa estar aquí arriba”, afirmó. “Se puede ver todo con bastante claridad”.
No todo el mundo estaba contento de estar en la fila Z.
“Simplemente es un desastre”, opinó Jennifer Shalhoub, quien trabaja como vínculo con cliente en Merrill Lynch y estaba embarazada, con el parto programado para dos días después.
Ella y su marido, quien acude al Abierto todos los años y suele sentarse más cerca de la cancha, querían ver jugar a Novak Djokovic una vez más antes de que ella diera a luz. La pareja, ambos de 35 años y de Edgewater, Nueva Jersey, había comprado entradas para el mismo día más cerca de la cancha en StubHub, pero la transacción no se había realizado. Como consuelo, el servicio les había ofrecido entradas de reemplazo en la fila Z.
La pareja señaló que estaban haciendo todo lo posible por pasarla bien, pero Shalhoub tuvo que hacer una pausa para recuperar el aliento a la mitad de los últimos escalones antes de llegar a sus asientos.
“El ambiente es genial”, admitió. “Qué lástima que no pueda tomar un Honey Deuce, pero me tomaré una Heineken 0,0”. (La 0,0 no tiene alcohol).
También se habían adaptado a las nuevas líneas de visión. “No está mal, salvo por la percepción de que no hay nadie detrás de nosotros”, comentó su marido. “Si hubiera 500 filas más detrás de nosotros, pensaría: ‘Estos asientos son increíbles’. Pero como es la última fila, me hace sentir como si estuviera… en la última fila”.
c.2024 The New York Times Company