Virginia Oldoini, la mujer del sexo de oro imperial

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Cuando Virginia Oldoini, condesa de Castiglione, llegó a París en 1856 con 19 años de edad ya estaba considerada por la gran mayoría de personas como una de las mujeres más hermosas del mundo, excepto para una persona: el Marqués Gaston Alexandre Auguste de Galliffet, quien lo puso en duda y advirtió que la hermosura de la que tanto presumía la joven condesa se debía a una buena puesta en escena con lujosas joyas, carísimas ropas y una exagerada capa de maquillaje y no a una belleza real.

Como es de imaginar, cuando el desafortunado e intencionado comentario del Marqués de Galliffet llegó a oídos de Virginia ésta se sintió indignada y quiso demostrar al insolente aristócrata que estaba totalmente errado, así que cursó una invitación para que la visitara en su mansión.

Allí lo recibió completamente desnuda tumbada en una chaise longue forrada de raso negro. A partir de aquel momento Galliffet no dejó de alabar la sublime belleza de Virginia Oldoini.

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Conocedora de sus irresistibles encantos, la joven condesa no dudó en utilizarlos para conseguir atraer la atención de los más importantes hombres de Estado de la época.

Su primo Camillo Benso (conde de Cavour), ministro y hombre influyente del rey Víctor Manuel II de Cerdeña y el Piamonte, la animó para seducir al emperador francés Napoleón III y así obtener información sobre el país vecino.

Virginia consiguió llevar a su lecho al emperador francés y tras un nutrido ramillete de influyentes e importantes hombres de Estado con los que se acostó, se ganó el apodo de ‘la mujer del sexo de oro imperial’ con el que pasó a la Historia.

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Virginia había sido obligada a casarse a los 17 años con Francesco Verasis (conde de Castiglione), un hombre al que despreciaba, le fue repetidamente infiel y dejó prácticamente en la ruina debido a sus caprichos y carísimo ritmo de vida. Enviudó del conde en 1867, cuando contaba con 30 años de edad.

Los grandes fotógrafos de la época quisieron inmortaliza su belleza, motivo por el cual se puede encontrar numerosísimas fotografías de Virginia Oldoini en las más sugerentes posturas y que, para su tiempo, constituyeron todo un hito dentro de los cánones de belleza.

Tristemente y a pesar de haber pasado por su alcoba un nutrido número de importantísimos amantes, conservar pruebas de casi todos esos encuentros esporádicos y un puñado de apasionadas cartas de amor enviadas por enamoradísimos admiradores (que a su vez eran relevantes personalidades de la vida política, social, religiosa y económica del país) la condesa de Oldoini no se aseguró una buena vejez y acabó viviendo sola en un céntrico apartamento de París cuyas habitaciones estaban decoradas en negro fúnebre, las persianas bajadas y sin espejo alguno que delatase el transcurrir de los años y la perdida de la belleza de su rostro.

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Inmediatamente después de su muerte en 1899, a la edad de 62 años, la policía y los servicios secretos franceses revolvieron entre sus papeles y quemaron todas las cartas y documentos enviados por las más altas personalidades de la época: reyes, políticos, banqueros e incluso algún que otro miembro de la Iglesia vinculado directamente con el Vaticano.

Virginia Oldoini se encuentra enterrada en el cementerio monumental Père Lachaise de París y dicho sepulcro fue ordenado y pagado por el rey de Italia Humberto I.

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