Viejos adagios de “echeleganismo” en el Partido Republicano ignoran las desigualdades raciales sistémicas

undefined
undefined

En México, los peldaños de la escalera de la movilidad social están allanados con concreto, y son circunspectas las voces que apoyan el “echeleganismo” como piedra angular para subirla. Por ello, la manera vertiginosa en la que la candidata presidencial Xóchitl Gálvez ascendió la escalera de la movilidad social en el transcurso de su vida representa una excepción. Lo anterior contrasta con los Estados Unidos (EE. UU.), donde el “echeleganismo” forma parte neurálgica del mito de creación del país y está tatuado en el imaginario colectivo. De hecho, encuentra su mayor resonancia, de manera trillada, en los conceptos que rodean al “sueño americano” y que se corean a lo largo y ancho de los EE. UU.

Las voces más estridentes a favor del “echeleganismo” en EE. UU. se entonan dentro del Partido Republicano. Así lo coreaba el candidato Ron DeSantis en el tercer debate de las elecciones primarias: “comencé trabajando en empleos con salario mínimo (…) para terminar la escuela (…) porque creía que si trabajabas duro y aprovechabas al máximo la habilidad que Dios te había dado, podías salir adelante”. También lo voceaba la candidata Nikki Haley en la Convención Republicana de 2020: “soy la orgullosa hija de inmigrantes indios, ellos llegaron a Estados Unidos y se establecieron en un pequeño pueblo del sur (…) mis padres nunca cedieron ante el agravio y el odio (…) mi mamá construyó un negocio exitoso, mi papá enseñó durante 30 años en una histórica universidad afroamericana y la gente de Carolina del Sur me eligió como su (….) primera gobernadora”.

Sin embargo, desde su gestación, la maquinaria legal y política de EE. UU. ha buscado celosamente abatir el acceso a las oportunidades de ciertos grupos demográficos. El derecho a “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, formulados en la Declaración de Independencia, se extendía solamente a aquellos hombres –varones, por supuesto– que fuesen blancos y dueños de propiedades. Mientras en el siglo XIX el prolífico escritor Horatio Alger novelizaba el rol del trabajo y la vida puritana como trampolín para escapar de la pobreza, el derecho al voto en el país excluía a las mujeres, y diversos estados de EE.UU. codificaban en su aparato legislativo las regulaciones discriminatorias y racistas conocidas como “leyes Jim Crow”.

Asimismo, la edificación de las grandes urbes estadounidenses se ha caracterizado por políticas públicas que entretejen la separación racial en el lienzo urbano. En las últimas décadas, dicho lienzo se ha coloreado y ahora luce más matices. Impulsado por los triunfos legislativos de los derechos civiles en la década de 1960, también se ha nivelado de manera notable el acceso a oportunidades entre blancos y afroamericanos. Por ejemplo, los afroamericanos han logrado avances considerables en índices de finalización de educación secundaria y superior durante las últimas cuatro décadas y media, tanto en términos absolutos como en relación con los blancos.

Pero argüir que la sociedad estadounidense ha deshilvanado el racismo de su tejido social es producto de una óptica miope y esencialista. En comparación con las poblaciones blancas, los afroamericanos cuentan con mayores niveles de desempleo, tienen tasas sustancialmente más bajas de movilidad social ascendente y tasas más altas de movilidad social descendente. Además, la segregación racial urbana en el país se empalma con la desigualdad de ingresos y ha perdurado a través de generaciones.

Al tiempo que impulsa el libre mercado como motor principal de desarrollo económico, el gobierno de los EE. UU. debe continuar promoviendo un amplio uso de ventajas y apoyos administrativos para impulsar una agenda de acción afirmativa transversal. Un ejemplo de esta política es la que se codificó en la Ley de Infraestructura Bipartidista de 2022, que busca remediar la manera que la Ley de Carreteras de Ayuda Federal de 1956 facilitó la construcción de carreteras que desplazaron y destruyeron a comunidades afroamericanas. En contraste con lo planteado por Nikki Haley o Ron DeSantis, corear el “echeleganismo” como piedra angular para promover el ascenso en la escalera de la movilidad social no es suficiente, al menos no ante el racismo estructural que enfrentan las comunidades afroamericanas en los EE. UU.

* Jonathan Grabinsky (@Jgrabinsky) es consultor en temas de gobierno. Cuenta con una licenciatura y maestría en políticas públicas de la Universidad de Chicago.